BLACKBIRD trata un tema sumamente delicado y por ello necesita ser tratado con tanta delicadeza como rigor. La condena que conlleva una simplificación se arriesga a caer en el panfleto o al menos en el trazo grueso. Lo sufrimos a diario en las manipulaciones informativas, en la desinformación, y sería un error seguir esa misma tendencia en la práctica teatral. Lo nuestro consiste más bien en enfocar, como en un espejo, el reflejo de cataduras humanas de todo tipo, pero humanas al fin.
David Harrower lo sabe tan bien como lo sabían Shakespeare, o Brecht, o Chejov, igual que lo supieron tantos más. Por eso tienen el poder de perturbar, porque se apartan de la comodidad de la certeza, haciendo que los hechos necesiten ser pensados una, dos, mil veces, incluso si nos acaban llevando a la misma conclusión inevitable del principio, pero, eso sí, salpicada de nuevos y complejos flecos.