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Albert Boadella. Don Carlo

Publicado el 01 de Julio de 2015

Albert Boadella. Don Carlo

Obra: Don Carlo

 Un matiz hace que un trabajo sea una obra de arte o no sea nada

 Dice que está concentrado y que esto es lo más difícil que ha hecho. Con ‘esto’ se refiere a un “Don Carlo”, su primera ópera, que pretende cambiar sin tocarla. La razón es sencilla, no le gusta el libreto y le “cabrea” que en esta pieza, su favorita musicalmente, “los españoles quedamos fatal de forma injusta”. Josep Bros y John Relyea encabezan el reparto de una ópera que pretende convertirse en signo de identidad del Festival de El Escorial y que podremos ver en los Teatros del Canal en febrero. 

“Don Carlo”, Verdi, por fin una ópera. ¿Sueño cumplido o es mucho decir?

Soy muy ambicioso y siempre espero más (risas). Es la culminación de un trabajo porque significa, por un lado, una inmensa catedral de la música y, por otro, una tragedia que yo tengo que aumentar sin tocar nada. Es lo más difícil de mi vida (risas).


¿Cómo lo está viviendo Albert Boadella?

Lo vivo con muchísima concentración porque representa un género que no es exactamente en el que me he movido. Digamos que me sé de memoria todo (risas). He tenido que hacer un esfuerzo que quizás no había tenido que hacer en el caso de ser un profesional en los montajes de ópera.


Una catedral musical, pero el libreto no le gusta.

No me gusta la parte política del libreto porque es una especie de apología de la leyenda negra española en la que todo es falso, además. Tampoco me gusta porque es un libreto aprovechado por los propios directores de escena para aumentar todavía más esos aspectos.


Y usted no quiere eso...

Trato de buscar cierto acercamiento a la realidad en el que Felipe II no era terrorífico, sino que fue un gran monarca de España y del mundo y que Don Carlos no fue un príncipe noble y que estaba desequilibrado. Esos aspectos son los que yo cambio visualmente en la obra porque no puedo cambiar el texto.


Se hace complicado imaginar cómo cambiar cosas, pero sin cambiar nada.

Una ópera tiene una partitura musical, intocable, un libreto, que yo no hago trampas y no he tocado, pero tiene otra partitura importante que es la visual y, lo sé por experiencia, esa puede cambiar el sentido de los caracteres de la gente, de las relaciones entre los personajes, etc. Un gesto hecho de una forma o de otra tiene un sentido distinto y es ahí donde yo incido.


La forma de trabajar también ha sido muy particular…

Lo que he hecho es construir la partitura visual primero con actores. Ellos se aprendieron los textos y a partir de ahí fui construyendo la partitura visual. La grabé en vídeo. Así en el momento en que empiezo a trabajar con los cantantes tengo también esa partitura visual y les digo ‘este eres tú y vamos a trabajar así’ (risas).


Y esto los cantantes de ópera, habituados a trabajar de otro modo, ¿lo han llevado bien?

El problema de las óperas es la rapidez con que se montan por una cuestión estrictamente casi diría económica porque es muy caro trabajar con coros, con orquesta, con cantantes… Esto yo creo que es un problema porque las óperas tienen siempre una cierta convencionalidad en lo que es la parte teatral. Los pobres cantantes no pueden prácticamente actuar porque tienen que limitarse simplemente a cantar y los directores de escena de ópera acostumbran a ser unos policías municipales que ordenan el tráfico (risas), pero se dedican muy poco a la interpretación y yo lo que he hecho es sabiendo perfectamente ese defecto un trabajo previo que les facilita esta partitura de actuación.


¿Y por qué “Don Carlo”?

Por dos motivaciones. La primera, porque quizás es la ópera que musicalmen-te me gusta más. En segundo lugar porque es una ópera que siempre que la veía en el extranjero me cabreaba mucho porque los españoles quedamos fatal de forma injusta. Aprovechando que también soy director del Teatro de El Escorial pues aprovecho la conjunción de poder hacerlo allí y, además, con algo muy interesante y es que los espectadores antes del entrar en el teatro pasarán primero por las tumbas de Felipe II, de Isabel de Valois y del Príncipe Don Carlos, harán el recorrido de ambientación, que es algo muy interesante e impresionante ver primero las tumbas de los personajes que posteriormente verán en la ópera. 


Además un “Don Carlo” en su casa, en San Lorenzo de El Escorial, y que quieren que se convierta en la enseña del Festival de Verano. ¿Eso añade responsabilidad o sube el ego?

El ego del artista es algo congénito (risas). Vamos a tratar de que cada año en El Escorial haya un “Don Carlo”. No mío, sino de otros, incluso de otros que se irán por la leyenda negra (risas). Lo importante es que el Festival tenga este signo de identidad.


¿Y a qué Verdi nos encontramos en Don Carlo? ¿Cómo es su música?

Es un Verdi ya donde las influencias de los grandes compositores italianos ya son menores, es su absoluta personalidad en el sentido más absoluto del término puesto que es una ópera trágica enormemente trágica y de una profundidad extraordinaria. Las melodías más complejas y más impresionantes de Verdi. Es el artista ya maduro. Los artistas en general a medida que pasan los años ganan calidad, salvo los bailarines y los futbolistas (risas).


Verdi revisó hasta tres veces la partitura. ¿Boadella es tan puntilloso?

Tanto o más que el propio Verdi (risas). Soy muy maniático del detalle porque pienso que un matiz es lo que hace que un trabajo sea una obra de arte o no sea nada. El arte es una cuestión simplemente de matices.


Séptima temporada en los Teatros del Canal. ¿Qué espera de ella?

Estamos ante un teatro que ha crecido de una forma que, como decía un amigo mío, ha sorprendido a la propia empresa (risas), ha crecido de una forma extraordinaria, no solo ya en público, sino de implantación en lo que es Madrid y España en su conjunto. Yo espero esta continuidad. La línea que escogí para llevar este teatro público es una línea insólita en lo que son los teatros públicos españoles, incluso europeos. Porque cuando un director coge un teatro público acostumbra a hacer su propio gusto personal, lo convierte en una especie de teatro de autor, como si fuera teatro privado. En el caso del Canal no ha sido así, sino que he tratado de pensar en el gusto de los contribuyentes que son los que finalmente pagan el Canal, en sus impuestos y en la taquilla. Esos gustos son muy variados y yo he hecho una programación muy variada con un solo filtro que sí depende de mí: el de la calidad. Cualquier cosa, sea ligera o profunda o experimental tiene que tener unos mínimos de calidad para poner los pies en el Canal. Yo solo desestimo aquellas cosas que pienso que no tienen la calidad, ni de estilo ni de contenido ni de formas distintas tengo ningún filtro. construido porque es muy importante y yo tengo ahora deseos de hacer otras cosas artísticas sin tener que dedicarme al día a día de llevar un teatro público.


La última obra que ha visto…

Lo último que he visto ha sido al English National Ballet en el Canal, las obras que hicieron sobre la I Guerra Mundial, algo extraordinario. Desde entonces no he visto nada más porque me he dedicado a estar concentrado en mi “Don Carlo” (risas).


En su agenda tiene previsto ir a ver sin falta…

Yo programo obras en el Canal que normalmente no las iría a ver pero pienso que son interesantes para los espectadores. En el Canal a principios de temporada tengo el Ballet de Ullate, que me gusta, Ullate es un magnífico coreógrafo, o tengo por ejemplo la obra que dirige Daniel Veronese, “Bajo terapia”, Veronese es un magnífico director. Soy muy ecléctico en los gustos, me gustan los conciertos, me gusta muchísimo el ballet, creo que es el arte que más ha evolucionado en los últimos cien años, se ven ahora cosas extraordinarias que no se han visto nunca en la historia de la humanidad. Soy muy poco sectario en el mundo de las artes escénicas.

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