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Ana Wagener. La voz humana

Publicado el 01 de Noviembre de 2017

Ana Wagener. La voz humana

Obra: La voz humana

 Me siento llena de dolor y de vacío cada vez que encarno a esta mujer

 “Uno puede asfixiar a alguien con las palabras”. Una ventana, una mujer, un teléfono y una pregunta llenándolo todo: “¿Para qué sirve el amor?”. Y a partir de ahí, la crónica de la ruptura, la incertidumbre, la desolación, el desamparo, la angustia, la dependencia. La asfixia. Y otro montón de frases que calan hasta los huesos, unas veces para golpearnos, otras para hacernos reaccionar. Magistral es una de las palabras que más se leen y se escuchan cerca del nombre de Ana Wagener –“Fausto”, “Hamlet”, “La Señora”, “El Bola”, Goya por “La voz dormida”...–, soberbia esta vez como siempre bajo la también magistral mirada de esa otra bestia escénica que es Israel Elejalde, que esta vez la observa con los ojos del director en este desgarrador texto de Jean Cocteau. 

“Un teléfono puede matar sin dejar ninguna huella, sin hacer ningún ruido”, “He estado recogiendo todas tus cosas, las que quedaban”... Quién no ha sentido esto alguna vez, ¿no?

Imagino que casi todo el que ha pasado por una separación, una ruptura o, incluso, te diría ¡una mudanza! Sí, es un lugar muy común.


¿Cómo se siente tras pasar el texto por su cuerpo, su voz, sus recuerdos?

Llena de dolor y de vacío, aunque parezca paradójico, cada vez que encarno a esta mujer, que intenta salvar, con la dignidad que le queda, una relación ‘vital’. “La voz humana” es una ‘agonía’ de 45 minutos...


Israel Elejalde actualiza y dirige el desgarrador texto de Jean Cocteau. ¿Qué ha conseguido su visión?

Ha hecho una revisión del texto que, siendo fiel al espíritu de Cocteau, lo ha actualizado y conseguido que el espectador se sienta identificado si ha vivido una experiencia parecida. Y, si no, que al menos le resuene y le llegue.


Aunque la historia siga siendo la misma algo hemos cambiado las mujeres en 80 años. ¿Cómo es la mujer que se enfrenta a esa llamada?

Esa mujer no tiene época. Es un ser herido de muerte y paga las consecuencias de un amor con fecha de caducidad. Quizá lo que cambia es la forma de expresarlo.


Dice Israel que le interesaba retratar una mujer más inteligente, más fuerte, pero que decide alienarse por amor. El texto está plagado de “perdóname”, “te lo debo”, “no debí hacerlo”… ¡Qué duro!

Sí. Tan duro como sentirse abandonada. Tan duro como sentirse impotente. Tan duro como depender vitalmente del otro. Y tan duro como, a pesar de todo eso, seguir teniendo esperanza.


“Prefiero cuando me llamabas fea y tonta y adorable y te metías conmigo y me humillabas”. Si escuchase a una mujer, a una amiga, hablar así, ¿qué le diría?

Lo que se le dice a los amigos. Dar un buen consejo y que salga corriendo de ahí. Pero es tan fácil cuando se ve desde la barrera...


Yo he adelantado alguna, pero ¿con qué frase del texto se queda Ana Wagener y por qué?

Sinceramente, hay muchas que me gustan por una cosa o por otra... Por ejemplo, “siempre quedan más cosas de las que uno cree, se quedan por ahí, como acechando”.


¿Cómo se entra y cómo se sale de este personaje?

Entro con mucha concentración. Necesito mínimo dos horas para entrar en esa energía, en ese tempo y en ese corazón hecho añicos. Salgo con mucha alegría. Me voy a casa con una sonrisa y llena de ánimos que me da el público.


Imaginamos que ya les ha dado la enhorabuena a los ‘kamikazes’ por el Nacional de Teatro. Merecido, ¿no?

Se lo merecen por una lista de cosas interminables que han hecho por el teatro y la cultura. Por ser valientes, por ser honestos, por arriesgar, por talentosos, por justos, por trabajadores, por que nadie les ha regalado nada, por creer en lo que hacen y por poner tanto amor cada día en ese maravilloso proyecto que es El Pavón Teatro Kamikaze.

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