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Entrevista a Albert Boronat en el especial Dramaturgos a escena

Publicado el 30 de Enero de 2020

Entrevista a Albert Boronat en el especial Dramaturgos a escena

Obra: Dramaturgos a escena

 Para mí es en gran parte un alivio no tener que comer del teatro que hago

 Firma “Prostitución” con Andrés Lima en el Espa-ñol. Licenciado en Filosofía y en dirección escénica y dramaturgia y fundador del Projecte NISU, combina la autoría con la docencia. Suyas son “Este no es un lugar adecuado para morir”, “Vamos a por Guti”...
 

¿Recuerda la primera vez que vio por fin representada y estrenada una obra suya? ¿Cuál fue y qué sintió, cómo lo vivió?

Sí, lo recuerdo bien.  La pieza era “Vamos a por Guti” y fue el primer montaje de Proyecto NISU (Proyecto de Navegación Incendiaria y Salvamento Unilateral), compañía que acababa de fundan en aquella época con mi gran amigo y actor Sergi Torrecilla.  En aquella época aún estábamos estudiando en el Institut del Teatre, en tercer curso. 

Necesitábamos un lugar equipado para ponerla a prueba antes de comenzar a tantear teatros e intentar venderla y decidimos hacerlo allí.  Y fue todo un fenómeno, la verdad, tuvimos que hacerla varias veces más y siempre era una catarsis general.  Después la pieza se movió mucho.  Hicimos muchos bolos y mucha temporada e incluso ganamos algún concurso en Madrid... 

Recuerdo muy bien la sensación de orgullo, no tanto por la pieza, como por mi banda, por tener allí a un grupo de locos dispuestos a hacer cualquier cosa que les pidiera o se nos ocurriera.  Era una adrenalina que echaba mucho de menos de la música, la de “la banda”, tener un crew.  Proyecto NISU logró darme eso de nuevo.  Fue una compañía muy especial.


¿De dónde nace su pasión por el teatro?

No estoy muy seguro.  Simplemente de verlo creo... Mi inclinación por la ficción siempre estuvo ahí, desde muy  pequeño, en todos los formatos posibles, tebeos, novelas, cine...  Y tuve la suerte de tener maestros en la escuela primaria que se preocuparon porque cuatro niños de un pueblo  minúsculo que ni siquiera tenía una escuela propia y que estudiaban en un trozo de albergue que nos dejaba la Generalitat, viesen teatro y lo conociesen. Nos metían en un tren o un bus y nos llevaban hasta Barcelona a ver teatro.

La generación de maestros jóvenes de la transición y los ochenta fue muy importante en Catalunya.  Había un compromiso muy fuerte con la cultura catalana y su difusión.  Tuve la suerte de ver siendo muy niño espectáculos fantásticos en el Teatre Lliure, El Mercat de les Flors o el Poliorama, cuyas imágenes aún tengo muy presentes. Espectáculos de Comediants, por ejemplo, que para un niño eran algo increiblemente impactante, como entrar a todo un mundo nuevo, o espectáculos del gran Fabià Puigserver en el Lliure.  Tengo la suerte de haber llegado a ver esas cosas gracias a mis maestros del colegio.


¿Por qué escribe Albert Boronat? ¿Qué le lleva a escribir, qué historias le gusta contar?

No estoy muy seguro.  Lo hago por necesidad, creo.  Lo he hecho siempre, desde muy pronto.  No tengo recuerdos míos “sin escribir”.  Me siento bien cuando escribo y solo pienso que debería estar escribiendo cuando no lo hago.  De todas formas no soy un autor demasiado feliz ni reconciliado con eso. 

Tengo que decir que lo sufro bastante y de una forma bastante ridícula.  Las crisis de escritura, el dolor de la escritura y todas esas mierdecillas de autor... Odio que sea así.  Pero, como el teatro en general, lo hago porque no puedo no hacerlo.  En cuanto a las historias... A pesar de que me apasionan, las historias no son mi principal motor de escritura.  A menudo las uso como meras excusas para hablar de otras cosas, para dar mi chapas...  De hecho, gran parte de mis textos están construidos casi sobre el precepto “es necesario bombardear la trama”. 

Las historias, las narraciones... creo que son maravillosos trampolines para tocar otras teclas, llegar a otros lugares y conseguir violentar la escena, obligar a la escenificación a apañárselas para ir más allá de la mímesis obvia.  Y al mismo tiempo, sinceramente, admiro absolutamente a los grandes “contadores de historias”.  


¿Cómo describiría ese proceso desde que se sienta por primera vez ante el papel en blanco hasta que pone el punto y final?

Cada proceso acostumbra a ser muy distinto porque pocas veces escribo de la misma manera... Por ejemplo, una parte importante de mis trabajos está hecha sobre la escena, a partir de propuestas a y con los intérpretes.  Ese viaje es el más placentero para mí, por lo de la “banda” que decía antes.  Pero también es cierto que algunas veces al final los textos resultantes no se sostienen , o a menudo siquiera se comprenden, por sí mismos, desvinculados de la puesta en escena.  Es el caso de “Shell” por ejemplo, una pieza a la que le tengo un cariño muy especial. 

Cuando se trata de escritura en solitario también depende.  Por lo general soy lento, pero también es cierto que no soy demasiado obsesionado de la reescritura ni suelo tener decenas de versiones antes del texto final.  Las épocas en las que estoy embarcado en ese tipo de escritura solitaria no suelen ser muy gratas para mí.  Después, cuando cierras una pieza...obviamente la sensación es indescriptible.  Creo que hay pocas cosas tan reconfortantes...


Cuando somos pequeños aprendemos a leer y escribir, o juntar letras, pero ¿se puede enseñar a escribir con mayúscula?

Ese es un temazo.  En mi trabajo como docente lidio con esa pregunta casi continuamente.  Creo que está claro que hay una parte que sí.  Existen cuestiones técnicas que se pueden explicar, medir y evaluar.  Sin embargo.  ¿Alguien que domina todas esas cuestiones técnicas escribe, como decía la pregunta “con mayúsculas”? Es difícil de decir. 

Y posiblemente no exista una respuesta que sirva para todos los casos.  Personalmente me vuelven loco las personas que escriben con nervio, con valor, sin temer a asomarse al abismo ni escabullirse de las zonas oscuras.  Y eso no lo da simplemente una técnica.  Hay una parte que tiene que ver con el buen gusto, con la habilidad para generar gramáticas, con eco del sonido de las palabras en el propio cuerpo cuando uno escribe...con montones de cuestiones.  Creo que en general, como profesores de enseñanzas artísticas, podemos enseñar a hacer algo, teatro o escritura dramática en este caso, hasta cierto punto. 

Después, a partir de un momento, podemos hacer poco más que acompañar, proponer, poner al servcio nuestras experiencias... Y ahí es cuando es fundamental, creo, que la pedagogía sea entendida como una forma de amistad.


¿Cuáles podrían ser las características del buen dramaturgo?

Sinceramente, no me atrevo a decirlo... Es un misterio, al meno para mí.  Sin embargo, sospecho que no deberían ser muy distintas que las de cualquier otro buen profesional de otra disciplina artística.  Características, quizás, que tengan que ver con la capacidad de poner la mirada de forma distinta a lo habitual, con la escucha en un sentido muy amplio, con lo sutil y a la vez con la fuerza necesaria para perforar lo real y hacer que surja lo verdadero, crear imágenes con ello... 

Creo que mi dramaturgo ideal (que no tiene por qué ser un autor dramático) se parece mucho mucho a mi poeta ideal.


¿Qué obra de teatro de todos los tiempos le hubiera gustado escribir y por qué?

 “El círculo de tiza caucasiano” de B. Brecht o “Atentados contra su vida” de Martin Crimp.  Y si ya estuviesen cogidas... “Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo” de Rodrigo García o “Himmelweg” de Mayorga.  “El Círulo de tiza caucasiano” la pongo en primer lugar porque las demás son ya brechtianas de una forma u otra.  Siento profunda debilidad por Brecht y toda su herencia. 

No puede ser de otra forma, está en el ADN de nuestra escena.  Me fascina la lucidez con la que era capaz de pensar la teatralidad y la combinación de capacidad crítica y capacidad espectacular que manejó.  Este texto es, a pesar de no estar entre los más populares, posiblemente mi favorito.  Una obra enorme, que son dos en realidad y tres en cierto modo.  Combina aventuras, buena escritura, un personaje fascinante ( creo que Brecht le dio al  juez Azdak lo que Falstaff merecía y no le dio Shakespeare), mirada política valiente, canciones...y cierta desmedida que me atrapa de una forma que, por algún motivo, otras piezas no consiguen.

 “Atentados contra su vida”, a la vez, es una obra gigantesca.  Es algo así como la gran puerta barata que merecía la posmodernidad y a la vez, tal y como lo veo,  el ABC y Vademécum del drama contemporáneo.


¿Se puede vivir del teatro en España? ¿Se puede vivir de escribir teatro?

Dicen que sí.  Incluso aseguraría haber llegado a conocer en noches de borrachera a alguien que confesaba hacerlo...  Bromas aparte, está claro que del teatro en un sentido amplio, con una u otra función, hay mucha gente que vive.  Quizás la cuestión sea: de toda la gente que dedica su energía, trabajo y alma al teatro...¿cuánta realmente puede vivir de él?  En proporción muy poca.  En cuanto al escribir teatro en concreto...  Desconozco las cuentas pero...muy pocas pueden permitirse vivir del teatro que escriben en España.  Creo que si las contamos nos sobran dedos... Ojalá me equivoque.  De todos modos, personalmente, tengo que decir que tengo dudas al respecto de que vivir del teatro que uno hace o escribe sea siempre y en todos los casos lo más deseable. 

En mi caso, por ejemplo, para mí es en gran parte un alivio no tener que comer del teatro que hago.  Yo vivo de él en una parte, pero mayoritariamente de mi labor pedagógica (aunque es cierto que no deja de ser, en cierto modo, vivir del teatro) y eso me permite no tener que hacer concesiones ni estar pendiente de gustos, modas o trenes que pasan.  Aprecio mucho la libertad que me da el hecho de no depender económicamente de lo que escribo y/o pongo en escena porque me permite, a menudo, trabajar con mis propios ritmos, con mis propias investigaciones y teniendo el máximo de margen para hacer lo mejor que pueda lo que al fin y al cabo requiero, que es de alguna manera algo así como “dar forma a mi alma”.

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