Revista teatros

¿Qué cuestiones traslada esta obra?

Plantea una reflexión sobre si el sufragio universal, el gobierno de la mayoría, es la mejor forma de dirimir las cuestiones que refieren al bien común. Plantea el peligro de que esas mayorías puedan aplastar a las minorías, a aquellos que no piensan o comparten los valores comúnmente aceptados. Pone en cuestión la libertad real y la capacidad de esos ciudadanos a la hora de votar cuando no se tiene ni la formación, ni la capacidad para analizar las cuestiones del Estado. Por último, y esto es para mí lo más importante, es una defensa a la libertad de expresión, al derecho a discrepar sobre las verdades aparentemente inamovibles. Las verdades deben ser siempre puestas en discusión para renovarlas, para que recobren su fuerza. Si no, acaban siendo verdades disecadas.

¿Quiénes y cómo son sus personajes en la pieza?

Stockmann es el médico del pueblo. Descubre que las aguas del bal-neario están infectadas y, por tanto, es necesario cerrar y acometer obras. Eso tiene unas consecuencias económicas que nadie está dispuesto a aceptar y es acallado. Los poderes políticos y mediáticos –con el apoyo del pueblo– deciden vetar su discurso.

Uno de los ideales que ustedes, personalmente, comparten con su rol:

No lo voy a desvelar, pero sólo diré que la libertad de expresión es un valor fundamental para sostener una sociedad avanzada y que, crear debates, es una de las responsabilidades que tenemos los artistas. Ideológicamente es una obra incómoda para mí. Me plantea mil preguntas y eso es lo que busco cuando hago teatro.

Uno de los grandes momentos de la función se produce cuando...

A mí me gusta especialmente el alegato contra el sufragio universal del cuarto acto. Es un momento ideológicamente peliagudo. Él no es político y, por tanto, no quiere ganar adeptos, no quiere adoctrinar. Quiere que la gente realmente se haga preguntas. Su dialéctica, equivocada o no –eso ya lo decidirá el espectador–, va encaminada al debate real de ideas, no de creencias. ¿Qué hace definitivamente recomendable este estreno en el Kamikaze?

Israel, usted es uno de los líderes de este proyecto llamado Teatro Kamikaze, caracterizado por su frescura y libertad. ¿Qué precio siente que ha pagado a cambio?

El que pagan todas las personas que deciden hipotecar sus vidas para crear un espacio de creación en un país áspero con la cultura: incertidumbre, inestabilidad, a veces frustración... A cambio, recibo lo que más deseamos los artistas: libertad creativa. Hago lo que quiero con la gente que quiero.

¿En qué otros proyectos podremos verles próximamente?

Voy a dirigir “La Resistencia” de Lucia Carballal en los Teatros del Canal. Además, tengo un proyecto de televisión que voy a ver si puedo encajar con mis compromisos en el teatro.

Más allá de los focos y los escenarios, ¿qué aficiones les pierden en su tiempo libre?

Leer, ver películas, estar con mis amigos y cocinar, que me apasiona. Después de un teatro, el lugar en el que soy más feliz es un mercado.