Publicado el 01 de Febrero de 2019
Entrevista a José María Pou por Moby Dick
Obra: Moby Dick
Los mejores personajes todavía están por escribir y a saber cuándo te llegarán
El capitán Ahab es un personaje a la altura de los más grandes de Shakespeare. Yo diría que incluso los supera
No le llaméis Ismael, llamadle Ahab. O José María Pou. Porque viene a ser lo mismo. Y es que después de verle sobre las tablas, siniestra figura y a la vez poética, enloquecido, quejumbroso, impío, punzante como su arpón, inconmensurable, uno no se imagina ya a nadie más capitaneando el Pequod. No es la primera vez que este aclamado y premiado hombre de teatro, actor, director, traductor, adaptador, se enfrenta a un personaje de Melville, en 2003 hizo repetidas lecturas de “Bartleby, el escribiente”, pero ahora, cuando celebra medio siglo de profesión, se ha vaciado por completo. Tanto que, dicen, este es su mejor trabajo... Por VANESSA RAMIRO Fotos DAVID RUANO
50 años de profesión y dicen que este es su mejor trabajo…
Sobre el papel, quizás sí lo sea. Por una razón muy sencilla: el último trabajo de un actor obligatoriamente tiene que ser el mejor, porque en él el actor está aplicando todos los conocimientos y experiencias que ha acumulado a lo largo de los anteriores. Uno llega más preparado, con más experiencia y más rico que nunca. Hay una creencia con la que yo estoy de acuerdo y es que el mejor actor es siempre el más viejo, el que tiene más experiencia de su oficio y también de la vida. Y no lo digo porque ahora sea uno de los más viejos (risas).
¿Recuerda cuándo leyó por primera vez “Moby Dick”?
Perfectamente. Me la regalaron mis padres cuando cumplí los 12 o los 13 años. Me hizo una ilusión enorme, lo devoré en 24 o 48 horas. Desde aquel momento se me llenaba la boca diciendo “Mi novela favorita es “Moby Dick”, es la mejor novela que he leído”. Y todavía conservo ese ejemplar en un lugar destacado de mi biblioteca…
Lo que yo no sabía entonces es que vivía engañado, que estaba leyendo un resumen de “Moby Dick”. Mis padres me regalaron una de esas ediciones de una colección de aventuras juveniles, que es donde normalmente se publica. “Moby Dick” es un novelón de 800 a 1000 páginas, muy denso, que contiene dentro de sí casi otras tres o cuatro novelas. Es un tratado de filosofía que hasta hace unos 50 años no empezó a valorarse en su total magnitud.
Leemos “Moby Dick” siendo adolescentes como una novela de aventuras, pero ¿qué esconde?
Muchísimas cosas, es un libro inclasificable. Más allá de lo que es la aventura del barco ballenero Pequod a la caza de la ballena capitaneado por el capitán Ahab, dedica más de un tercio de la novela a un tratado de marinería, de las mejores rutas marinas para encontrar ballenas, y luego dedica otra parte del libro a cuál es, una vez cazada la ballena, el mejor método para descuartizarla y sacarle el mejor provecho… Son digresiones maravillosamente escritas.
Ahab, ese gran desconocido...
Casi siempre se prescinde de ello en las ediciones juveniles, porque quizás la gente no está todavía preparada para entender el personaje, que es lo que en este espectáculo hemos querido reivindi-car. Hacemos “Moby Dick” y contamos la aventura, pero Juan Cavestany, que ha hecho una versión modélica y ejemplar, sin que falte nada de la esencia de la novela, se ha centrado en su figura. Al meternos de cabeza en esa exploración, hemos descubierto un personaje a la altura de los más grandes de Shakespeare, diría que incluso los supera.
Y el propio Ahab es quien nos guía...
El espectáculo cuenta la aventura de la caza de la ballena a través de la aventura personal interna, psíquica, de la obsesión, de la locura, del propio capitán Ahab, narrada en primerísima persona. Nos cuenta qué está sintiendo mientras dirige a toda una tripu-lación hacia esa lucha final con la ballena, que sabe que es un viaje hacia la muerte. Es un hombre carcomido, podrido por dentro, por una obsesión de venganza por esa ballena que un día se le comió una pierna.
Venganza, obsesión y locura...
Es el viaje hacia la muerte de un loco que sabe que esa venganza es imposible, pero que aún así se cree el héroe suficiente como para estar a la altura de ese monstruo, lo cual no deja de ser un enorme pecado de vanidad. Llega a creerse el salvador de la humanidad, proyecta en la ballena todos sus males, sus desgracias y piensa que matando a la ballena va a liberarse, no sólo él, de sus males, sino que va a liberar al mundo entero. Y ahí es donde entramos en un terreno muy peligroso y muy actual. Cuántos ejemplos no encontraríamos en la Historia de grandes líderes que han arrastrado a pueblos enteros a las guerras y a la destrucción y a la aniquilación a veces simplemente por problemas puramente personales.
Una frase que destacaría de Ahab...
(Risas). Hay tantas. Melville escribió un texto maravilloso, pero Juan Cavestany lo hace más precioso todavía. Hay que partir de una frase, la única en la que él se define: “Yo no estoy loco, yo soy la locura enloquecida”.
¿Cómo sale José María Pou de esa transmutación?
Es el personaje que menos domino. Yo he sido siempre un actor muy seguro en el escenario, sin embargo con esta función el perso-naje me domina completamente. No sé si el mérito de la interpretación y de esas buenas críticas es mío o es del propio capitán Ahab. En escena muchas veces no tengo concien-cia de ser yo el que estoy trabajando, estoy poseído por el capitán Ahab. En el momento en que se levanta el telón tengo la sensación de que me estoy tirando por un precipicio cuesta abajo y no sé dónde voy a llegar.
¡Qué bonito!
Es de los espectáculos que más he disfrutado en mi vida como actor. Andrés Lima ha hecho un espectáculo hipnótico, ha convertido el escenario en una especie de caja de ilusiones, de caja mágica. Pocas veces en pocas funciones había notado un silencio tan grande y es porque el público está como hipnotizado.
¿Y cuál es su particular Moby Dick?
Si entendemos Moby Dick como el objetivo final al que uno va viajando continuamente… Desde que empecé en esto hace 50 años, me propuse alcanzar siempre… A ver cómo lo digo sin que suene a vanidad: la excelencia, intentar hacerlo lo mejor posible, si no, no me meto en una cosa. Y ahora haciendo balance puedo decir que casi tengo la sensación de que esa ballena blanca mía he llegado a tocarla, a acariciarla. A tenerla al alcance de la mano al cumplir cincuenta años de oficio. No me ha devorado.