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Entrevista a José Troncoso y Carlos Tuñón por La noria invisible y El encanto de una hora

Publicado el 30 de Septiembre de 2022

Entrevista a José Troncoso y Carlos Tuñón por La noria invisible y El encanto de una hora

Obra: La noria invisible y El encanto de una hora - Teatro Español

 Cada nueva historia corre el peligro de no interesar. La empatía del público es siempre una inesperada bendición, José Troncoso

Mis padres son profesores jubilados y siempre me dije: “Seré todo menos profesor”. Y aquí estoy, viviendo de dar clase, Carlos Tuñón

 Los de José Troncoso y Carlos Tuñón son dos nombres recurrentes y destacados de la cartelera madrileña de los últimos años. Andaluces ambos, amantes del teatro, claro, coetáneos, hombres de compañía –la Estampida y [los números imaginarios] llevan su sello– y poseedores de una mirada muy particular, se dan ahora el relevo en el arranque de la temporada de la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español. “La noria invisible”, escrita también por Troncoso, y “El encanto de una hora”, de Jacinto Benavente, son los títulos que dirigen estos días y que también tienen puntos en común, por ejemplo, las voces de personajes muchas veces ‘apartados’. Charlamos con ellos...  Por VANESSA RAMIRO

Si a José Troncoso le digo Carlos Tuñón, me diría...

José: Perfeccionista, riguroso y arriesgado.


 

¿Si a Carlos Tuñón le digo José Troncoso?

Carlos: Cádiz - Sevilla, talleres en La Fundición, clown, bufón, Kubik Fabrik, “Historias de Usera”, oficio, amor por el teatro, “Alicia”, “Las princesas del Pacífico”, rigor, cachondeo, ganas de vivir, mirada de niño, mucha tontería, mucha pasión y teatro en vena.


 

Decíamos andaluces, amantes del teatro, coetáneos, hombres de compañía, con una mirada muy particular y, en este caso, dan voz a personajes ‘apartados’. ¿Hemos errado el tiro?

Carlos: Ambos andaluces, pero mi padre de León y mi madre gallega; amamos el teatro, pero él es más fiera que yo, más pura sangre; coetáneos sí, pero yo soy más joven y he lidiado en menos plazas; somos gente de compañía, no sé si hombres, hombres; lo de la mirada depende de la graduación y lo de los ‘apartados’ sí que es cosa suya totalmente y es algo profundamente gaditano y carnavalesco que yo admiro profundamente.

José: Todos tenemos algo de ‘apartados’ dependiendo de quién nos mire. Indagar en las vidas de este tipo de personajes también me hace pensar en cuánto de ellos hay en nosotros. Y también en ustedes. El reto de intentar que el público se implique con sus historias le da sentido a la elección.


José Troncoso ha abierto la temporada de la sala Margarita Xirgu del Teatro Español con “La noria invisible”...

José: Este espectáculo lanza una mirada luminosa sobre la adolescencia, los sueños y la amistad. Habla de esta etapa de nuestras vidas en la que todo es una auténtica revolución mientras creemos vivir sobreexpuestos a la mirada de los demás.


 

Y Carlos Tuñón toma justo después el relevo con “El encanto de una hora”...

Carlos: Es una carta de amor al tiempo, a la dificultad de estar en el instante y no añorar lo de antes o fantasear con el futuro, ver el tiempo pasar por el placer de verlo pasar, quitar el ruido en torno a Jacinto Benavente, a Benidorm y a la España de nuestros abuelos. Una hora donde pasa toda una vida y aun así nos sabe a poco. El querer más y más y más y no estar nunca satisfechos.


 

¿Cómo son los personajes de “La noria invisible”?

José: Juana y Raquel son tan imperfectas como entrañables. Todos tenemos en mayor o menor medida algo de ellas. Hemos sido ellas o creemos conocerlas, recordarlas. Todos conocemos el difícil momento que están atravesando y eso nos hace quererlas y poder reírnos tanto con ellas como de ellas.


 

¿Y los de “El encanto de una hora”?

Carlos: Ella, una figura de porcelana, una merveilleuse, Emilia, una escritora de novela negra en un crucero, una soñadora que canta, baila y toma helado. Él, otra figura de porcelana, un incroyable, Paquito, un contable madrileño, amante de la lectura, un empirista convencido, aprenderá a bailar y a enamorarse.


 

Y otra coincidencia, dos obras para dos intérpretes. ¡Y qué intérpretes!

José: Belén Ponce de León y Olga Rodríguez son dos animales únicos y tremendamente especiales. No es tan fácil encontrar actrices que deseen poner en juego su naturaleza de la manera en la que ellas lo hacen. Y no quiero dejar de agradecerle a ambas su salto sin red.

Carlos: Patricia Ruz y Jesús Barranco... Intérpretes madrileños que llevan más de veinticinco años haciendo teatro, oficio y experimentación, ambos con compañías de creación, mirada limpia, sutil, apasionada, diversa, son dos niños jugando al teatro y compartiendo su fragilidad y su amor por este tipo de vida, a la que han dedicado todo.


 

¿Y cómo saben que una historia puede enganchar al público? ¿Eso se testa?

José: No lo sé, no creo que sea posible saberlo. Cada nueva historia corre el peligro de no interesar. La empatía del público es siempre una inesperada bendición.

Carlos: El teatro, sobre todo, es el espacio donde compartimos tiempo para que nos pasen cosas, no necesariamente el sitio donde nos cuenten historias o donde vayamos a ‘entender’ cosas. En el teatro hay un testeo continuo, es el campo de pruebas infinito, y no tanto para que la pieza ‘funcione’ mejor, sino para que siga abriendo posibilidades, capacidades y otras miradas.


 

¿Cómo llegan al teatro? ¿Era su plan A?

Carlos: Soy un chico del cine que descu-brió en Sevilla que se podían generar experiencias en vivo y en directo como descargas eléctricas colectivas, donde cabía todo: el cine, la plástica, la música, el discurso, la asociación de elementos, la relación con el público, la narrativa, todo. Y me quedé. Gracias a mi amiga Ana Mena, al Teatro Central de Sevilla y a Álex Rigola y su “Santa Juana de los Mataderos”.

José: Yo empecé a estudiar ingeniería química, me licencié en Bellas Artes y descubrí el teatro en la Universidad. Mi encuentro con el maestro Philippe Gaulier fue el que convirtió el teatro en mi único plan posible.


 

Y de ahí llegan la Estampida y [los números imaginarios].

José: En la Estampida está puesto mi corazón. Es el lugar en el que me siento arropado para crear y dar forma a mis impulsos. Es mi casa, pero también supone una enorme responsabilidad.

Carlos: Lo que nació como una idea vaga para juntar a mis compañeros de piso y otros amigos en la RESAD hace ya diez años ha acabado siendo un espacio para reunirnos todos los lunes y conversar. Es un grupo de gente querida sin un gran plan de futuro, que coincidimos en los cuidados, los tiempos largos de creación y en no perdernos por los fuegos artificiales.


 

¿Qué es lo más importante para ustedes a la hora de levantar un proyecto? 

José: Que me mueva. Sentir que nos mueve la idea de contar la historia que queremos contar. Pensar en cómo nos sorprenderá la manera en la que la historia quiera venir a ser contada. Dejarme sorprender. 

Carlos: Que la gente que estemos dentro queramos hacerlo y nos ponga en un sitio de no saber muy bien cómo va a ir. Que cada integrante diga lo que le pasa con el material y proponga cómo eso se relaciona con su imaginario, su mundo y sus aspiraciones. Que nadie grite (salvo que sea una necesidad de desahogo) y que la mirada sea cálida y bonita.


 ¿El director de escena nace o se hace? 

José: Imagino que debe haber casos y casos. Supongo que soy una mezcla de ambos. Recuerdo soñar con la fabricación de historias desde que tengo uso de razón y ponerme al frente y generar los equipos para hacerlas posibles es algo que ha ido ocurriendo con naturalidad durante mi trayectoria. 

Carlos: Es un rol, es como preguntar si naces o te haces ‘padre’, como quien se siente especial por ser ‘programador’ o ‘director/a de un teatro público’; son roles adquiridos, transitorios, habitualmente mal repartidos, pagados de más, dominados por una energía masculina agresiva y hegemónica que hacen que sientan ‘los más listos de la sala’ y a los que nadie les da notas o devoluciones después de los ensayos; sería bueno que después de cada pase, aparte de que el ‘director’ de notas, el resto del equipo le diga “te vamos a decir cómo nos hemos sentido, si nos ha ayudado tu dirección, si creemos que lo estás haciendo bien”, etc... No nacemos mejores que los demás.


Y otro punto en común, la docencia...

Carlos: Mis padres son profesores jubilados de enseñanza pública de un barrio marginal de Sevilla Este y siempre me dije: “Seré todo menos profesor”. Y aquí estoy, viviendo de dar clase. Para mí es el espacio donde compartir herramientas y experiencia, mirar hacia atrás y decir “Toma esto que a mí me enseñaron, ojalá te sirva”.

José: En el intento de transmitir mis conocimientos es donde más he aprendido. Enseñar te obliga a precisar y organizar el pensamiento al tiempo que te impulsa a experimentar con una libertad absoluta.

 


 

¿En qué más andan? Otros proyectos...

José: El más inmediato es la dramaturgia y dirección de “Los columpios” para el proyecto de jóvenes creadores del CDN. Una creación en diálogo con niños de 8 a 11 años que me tiene completamente enamorado. Y siempre soñando con la Estampida y soñando por soñar.

Carlos: Estamos centrados en “El encanto de una hora” porque es una suerte y un privilegio ocupar un espacio como la sala pequeña del Español, pero yendo a taquilla y sin un mínimo garantizado por parte del teatro asumimos mucho riesgo. Y estamos preparando con calma nuestra siguiente pieza, “La vida es sueño: el auto sacramental”, con la que cerraremos temporada en el Teatro Clásico, celebrando los 10 años desde la formación de la compañía.

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