Revista teatros

Ella es dramaturga, directora de escena y directora artística del Teatro Fernán Gómez. Él es actor, director y dramaturgo. Y ambos son el cerebro, el alma y el corazón de Micomicón. Galardonados en 2015 con el Premio Nacional de Literatura Dramática y el Max a la mejor autoría teatral por su obra “El triángulo azul”, estrenan ahora en el CDN una obra en la que, por encima de otras muchas, se lanza la siguiente pregunta: ¿Qué derecho tenía España a colonizar y explotar el Rif? Arantxa Aranguren, Néstor Ballesteros, Juanjo Cucalón, Ibrahim Ibnou Goush, Carlos Jiménez-Alfaro, Mariano Llorente, Mateo Rubistein, Sara Sánchez y Jorge Varandela traen al escenario la conmoción de un país que vio cómo sus hijos eran enviados a morir por nada y obligados a matar a unos nativos que eran tan desgraciados como ellos y que solo protegían su tierra... Por VANESSA RAMIRO Foto JAVIER NAVAL

“Vidas enterradas”, “Donde el bosque se espesa”, “El triángulo azul”, “Atra Bilis”, “Los niños perdidos”, “Rif...”. ¿Por qué es tan importante la memoria para Micomicón?

Laila: Creo que es importante para cualquiera. Como sociedad no conocer tu propio pasado, tu propio origen, tu propia historia te lleva a un callejón sin salida, a un barranco de desmemoria. La del Rif ha sido una guerra casi olvidada porque tuvimos que enfrentarnos a la Guerra Civil y sus consecuencias, pero ¿qué significó para este país?

Mariano: Para las madres de los 25 000 soldados que murieron en aquellos años un dolor insoportable, un desembolso económico que el país no se podía permitir y un ensayo de lo que luego fueron los métodos atroces empleados por las militares que dieron el golpe en el 36.

Y con todo este sinsentido, con todo este dolor, con tantas vidas truncadas construyen “Rif (de piojos y gas mostaza)”.

Mariano: Es un texto político, decididamente brechtiano, musical y emotivo, nos enfrenta a un pasado doloroso e indignante que no se estudia en las aulas y tal vez ayude a conocer algo mejor algunos de los males que padecemos hoy, como, por ejemplo, una corrupción desvergonzada y criminal.

Laila: Tiene mucho de esperpento, de grotesco, de realidad deformada. La gran pregunta es cómo puede ser tan desco-nocido un episodio tan importante, tan crucial en nuestra historia contemporánea. ¿Por qué somos tan ignorantes de nuestro pasado?

¿Cómo son los personajes que pueblan esta historia y a qué lugares nos llevan?

Laila: Es una historia muy coral, con muchos personajes: soldados, oficiales, rifeños, diputados, prostitutas, cabileños... Aparece el general Silvestre, Franco, Alfonso XIII, la cantinera de Monte Arruit, los soldados de reemplazo, Abdelkrim... En cuanto a los lugares, transitaremos desde Melilla hasta Alhucemas, pasando por Nador, Zeluán, Monte Arruit, Tistutin, Annual...

Mariano, usted también forma parte del reparto. Háblenos de su personaje.

Mariano: Todos los actores hacemos muchos personajes, pero de los míos podría destacar al general Silvestre, por la enorme responsabilidad que tuvo en el desastre de Annual y por su carácter campechano, simpático, dicharachero e impulsivo.

¿Qué es lo que más les ha influido en esta obra? ¿De qué fuentes han bebido?

Mariano: Este tema siempre estuvo presente en el imaginario de Laila. Y yo me contagio de él. La presencia de las tropas moras en el ejército de Franco siempre me suscitó muchas preguntas. A partir de ahí hay muchos buenos trabajos históricos sobre la guerra del Rif, sobre todo los de María Rosa de Madariaga. Y las joyas literarias de Ramón J. Sender y Arturo Barea.

¿Y a la hora de llevarla a la escena?

Laila: Estamos trabajando con lo esperpéntico, otra vez a vueltas con el humor negro y con lo grotesco.

Este espectáculo, como otras veces han hecho, se entreteje con humor y tristeza.

Mariano: El dolor está ahí porque es consustancial con nuestra historia y con las enormes diferencias sociales que han existido siempre. Y existe la rabia. La mezcla de ambas cosas produce sarcasmo. Más o menos.

Laila: El dolor se intenta paliar con la risa. A veces no se encuentra otra manera de contar las cosas que desde el humor, sobre todo cuando son tan duras, tan crueles.

Veinte años trabajando juntos, pero cómo se escriben a cuatro manos obras tan laberínticas y con tantos recovecos...

Laila: Precisamente como llevamos ya tantos años nos resulta muy fácil. Empezamos tirando de un hilo y poco a poco vamos construyendo el resto.

Mariano: Mucha documentación. Selección de temas primordiales, imprescindibles. Repartición de las tareas. Intuiciones primarias. Mucho respeto por el otro. El placer de sorprenderle. Una buena dosis de azar. Y divertirse mucho.

No faltarán las voces que aboguen por dejar de remover el pasado.

Mariano: Hablamos del pasado porque nos importa el presente. No sabemos si se cierran las heridas y no nos importa si se abren otras; pero elegimos temas que nos duelen y al mismo tiempo nos hacen disfrutar. Todo es paradoja.

Laila: Estoy ya un poco harta de los que consideran negativo ‘remover el pasado’. La ignorancia no es buena para nadie y en lo que se refiere a saber de dónde venimos, es nefasta y, si me apuras, hasta criminal. El teatro solamente puede ayudar a despertar la curiosidad de algunos, espolear para intentar averiguar, para intentar descubrir, intentar saber.

Este 2021 celebraban el 30º aniversario de Micomicón, ¿qué ven si miran atrás?

Mariano: Un puñado de espectáculos espléndidos, viajes inolvidables y muchos amigos.

Laila: Mucho trabajo, muchos kilómetros recorridos, muchos teatros, muchas funciones... Da un poco de vértigo.

Y 2022 verá los 30 años de aquel primer “Los melindres de Belisa”. Decía Eduardo Vasco: “Hacíamos teatro reventón: florecíamos”. ¿Qué queda hoy de aquel teatro?

Laila: Queda mucha ilusión, mucha necesidad de seguir contando historias. Hemos aprendido, hemos madurado, pero no hemos perdido la vocación ni la facultad de emocionarnos y de querer comunicar, de necesitar comunicar.

Mariano: Supongo que la gente que emerge ahora también siente que florece y que tiene que ponerlo todo patas arriba. Estoy a gusto donde estoy. Hay una generación actual de dramaturgas y dramaturgos de la que nos sentimos parte. Me gustaría, claro, que hubiera más dinero para programar, más circuitos y más funciones, pero ese es otro cantar.

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