Publicado el 30 de Octubre de 2019
Entrevista a María José Goyanes por Susan y el diablo
Obra: Susan y el diablo
Algunos párrafos del texto son terribles y descarnados
Año 1969. Cuatro miembros de la “Familia Manson” cometieron la salvaje masacre que conmocionó a la sociedad norteamericana. Hoy, medio siglo después, Chema Cardeña recupera este inolvidable suceso y pone el foco sobre Susan Atkins, la inquietante asesina que, devastada por un cáncer terminal en el corredor de la muerte, pidió su libertad por última vez. Acompañada en escena por Manuel Valls y Marina Lahoz, una deslumbrante Mª José Goyanes protagoniza esta afilada e inteligente función que, de momento, podremos ver este mes en Toledo (día 8), Alicante (12) y Valencia (del 21 al 24).
¿Qué trasfondo marca esta obra?
La función habla de la empatía, de hasta qué punto la Justicia establecida es justa o se confunde con la venganza, o si tenemos o no la capacidad de apiadarnos de un ser cuando se está muriendo.
Mª José: usted protagoniza la pieza en la piel de la mismísima Susan Attkins. ¿Qué le atrajo de este proyecto?
Que es un texto muy hermoso, dentro de lo fuerte y de lo terrible que aborda. Chema tiene un lenguaje tan claro y directo, que es un gusto. Ha sido un viaje muy bonito con momentos muy duros, pues algunos párrafos del texto son terribles y descarnados. Considero esta una oportunidad fantástica como actriz, enfrentarme a un ser con el que, en principio, uno no tiene nada que ver, y trabajar desde ahí comprendiéndolo, asumiendo que es un monstruo.
¿Cómo describiría a Susan?
Una jovencita monstruito que iba drogada hasta las trancas. Ella enumera la infinidad de sustancias que tomaron esa noche: cocaína, LSD, cristal… Todo esto la colocó sin control en la locura, en la demencia absoluta.
¿Veremos alguna muestra de arrepentimiento?
¡Absolutamente! Ella, a los 3 o 4 años, supongo que cuando se limpió, se dio cuenta del horror en el que había participado activamente. Pasó por determinadas facetas e, incluso, abrazó el cristianismo con pasión. Ella dice que, a partir de ahí, su vida cambió totalmente. La retratan como una presa modélica que al principio gritaba, insultaba, cantaba canciones de Manson –con ese exhibicionismo y esa efervescencia inde-cente que se ve en los juicios–, pero después dio un vuelco.