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Entrevista a Mauricio Kartun por Terrenal. Pequeño misterio ácrata

Publicado el 30 de Septiembre de 2019

Entrevista a Mauricio Kartun por Terrenal. Pequeño misterio ácrata

Obra: Terrenal. Pequeño misterio ácrata

 El teatro es siempre un experimento alquímico. Por suerte no hay recetas o viviríamos idiotas intentando reproducirlas

 Hace muchos años se subió al escenario. “No lo disfruté. Para ser sincero lo padecí. Actúa uno en su casa, pero junto a la estufa y acariciando al gato”, nos cuenta. No sabemos si perdimos un gran actor, pero lo que sí es cierto es que ganamos a uno de los grandes maestros en Argentina y todo un referente del teatro latinoamericano. Desde su debut en 1973, el dramaturgo y director Mauricio Kartun se ha labrado una carrera marcada por el compromiso con la actualidad política y una escritura enraizada en la mitología clásica. Tras su paso por el Festival de Otoño en 2017, La Abadía trae uno de sus grandes éxitos, una particular una relectura del mito de Caín y Abel convertido en uno de los mayores fenómenos de la efervescente escena bonaerense. Por V. R.  Foto JUAN CALABRESE 

Dice la crítica que “Terrenal. Pequeño misterio ácrata” es uno de los mejores trabajos de toda su trayectoria. ¿Usted lo siente así?

Digamos que sí, en el caso en que por trabajo se entienda a esa complicada combinación de mecanismos con la que hacemos funcionar nuestro teatro independiente. Y que va bastante más allá de eventuales aciertos que el texto o la puesta o la elección de los actores puedan tener. Hacer teatro por acá es hacer gestión en el sentido más puro de gestar. Digamos que venimos atendiendo a Terrenal en embarazo, parto y puerperio. Lo que es trabajo no ha faltado. No sé si es de los mejores, pero de los mayores…


Nadie mejor que la persona que concibió y que pone en escena este montaje para contarnos qué es “Terrenal. Pequeño misterio ácrata”. ¿Cómo lo definiría y a qué nos enfrenta, en qué heridas mete el dedo?

Leyendo hace años un libro de mitos hebreos, el de Graves, me sorprendí con su tesis de que aquella leyenda de Caín y Abel no era otra cosa que la puesta en Biblia de ese enfrentamiento mítico entre las tribus nómades y las sedentarias. Representando cada uno de ellos a sus distintos arquetipos. Y a la ideología que inevitablemente ha creado cada uno: la del acumulador que termina preso de lo acumulado, y la del ligero de equipaje que privilegia el andar. Lo sentí de pronto tan cercano y tan vigente a ese mito y a su dialéctica que así lo escribí.


¿Quiénes y cómo son los personajes con que nos vamos a encontrar en escena?

Arquetipos, justamente. La obra toma las convenciones de los payasos, y a su antigua lógica: Caín es el augusto, el más bobo siempre, el que no entiende, ese del que uno ríe de su necedad; Abel es el Pierrot, lunar y romántico, aquel que nos permite reírnos de nosotros mismos exaltados en estado de entusiasmo, enamorados o militantes, de nuestra versión sagrada digamos, siempre intensa demás cuando se la mira profano. Y por último el payaso blanco, el que puede ver más allá de la cuarta pared, y hablarle al público cara a cara, y con el que reímos también, pero de sus agudezas. Ese, claro, es Tatita, nuestra versión de Dios.


He leído que ha dicho alguna vez que ser escritor es antes que nada una sensación en el cuerpo. ¿De dónde nace esta pequeña joya que es “Terrenal. Pequeño misterio ácrata”, cuál era la sensación que tenía en el cuerpo cuando la ideó?

Mirando pelear alguna vez hace muchos años a mis hijos pequeños apareció una de esas imágenes que se proyectan más allá y se vuelven luego otra cosa: dos hermanos que heredaban un terreno pero no podían volverlo morada común y lo dividían con un alambrado interno. De ahí vino todo.


Imagino que más allá de la historia, de la puesta en escena, de la magia de su concepción, parte fundamental son sus actores. Díganos algo, una pequeña pincelada, de ellos para que podamos conocerlos mejor: Claudio Martínez Bel, Claudio Da Passano y Rafael Bruza.

Tres actores extraordinarios. Pero en el sentido más fiel de la palabra. Cada uno de ellos dueño de una singularidad expresiva muy grande y muy diferente. Los del actor son siempre saberes de tiempo. Requieren no solo de habilidad sino de muchos años para desarrollarse. Lo que el espectador ve sobre el escenario cuando ve Terrenal es más que su talento, es nada más y nada menos que ese tiempo convertido allí entre otras cosas en habilidades, en gags y en tempo justo para la réplica cómica. Ellos son el espectáculo.


Sexta temporada, más de 800 funciones, más de 80 000 espectadores, gira por una veintena de festivales, 25 premios… ¿Esperaba que la pieza se convirtiese en este fenómeno? ¿Cuál cree que es el secreto?

Nos sorprendió desde el estreno una respuesta que no imaginábamos. Como siempre en esto nuestro no hay recetas. Por suerte, o viviríamos idiotas intentando reproducirlas. Creo que el teatro es siempre un experimento alquímico. Modesto, pero alquímico al fin, la búsqueda siempre de la amalgama imposible. Por eso vivimos revolviendo cosas raras en la retorta. Cada tanto alguna mezcla da alguna fusión valiosa y abrimos una botella de vino para festejar. Y si no, como todas las otras noches la abrimos para soportar la confusión.


¿Cómo se llevan el Mauricio dramaturgo y el Mauricio director? ¿Se respetan, discuten mucho o son plena armonía?

Suelen tener encuentros tremendos a las cuatro de la mañana. Soy de dormir a pata suelta, pero sostengo en momentos críticos un duermevela bastante productivo. Nunca sé cuánto dura porque para no desvelarme no miro el reloj, pero allí se resuelven cada noche a los empujones cuestiones limítrofes críticas. A veces el director le corta textos y avanza a los machetazos sobre el territorio literario, a veces el otro se los impone y clava bandera, y hasta agrega literatura. Y de vez en cuando aparecen algunas sanas avenencias.

Lo cierto es que cada noche vuelvo a dormirme y a la mañana me han dejado en la cabeza un par de resoluciones. Estreno la semana que viene aquí nuevo espectáculo, y hoy mismo amanecí con una resolución de puesta para la imagen final que anoche no estaba.


Está considerado, además de un referente del teatro, como un maestro en Argentina, pero ¿quién o quiénes fueron los referentes y maestros de Mauricio Kartun?

Murió hace poco mi gran maestro, Ricardo Monti, dramaturgo extraordinario. Un verdadero faro en mi trabajo. El que me legó además el oficio este de enseñar dramaturgia.


Autor, director, maestro… ¿Alguna vez pensó en subirse al escenario de forma profesional, en ser usted quien pusiese su propio cuerpo a sus palabras?

Lo hice hace mucho, unas pocas veces. No lo disfruté. Para ser sincero lo padecí. Y no quiero ni pensar en lo que lo habrán padecido los espectadores. Y cuando pude me refugié en la dramaturgia, que es también arte mimético como el del actor, sólo que virtual. Actúa uno en su casa, pero junto a la estufa y acariciando al gato.


¿Cómo se siente Mauricio Kartun en España, en Madrid, y cómo le recibe el público, qué espera de este público?

Soy hijo de española y visito la ciudad desde muy pequeño. Tal vez la única ciudad en la que viviría con ganas fuera de la mía. Estuvimos ya de gira con esta pieza por España en el 2016 y luego en Madrid mismo otra vez, cuando el Festival de Otoño, el 2017. Llegamos otra vez con la esperanza de reencontrarnos con ese público que nos ha tratado tan bien.


¿En qué otros proyectos anda ahora Mauricio Kartun? ¿Qué está haciendo, dónde vamos a poder verlo próximamente?

Estreno en estos días en Buenos Aires en el San Martín, el teatro oficial de nuestra ciudad. Un mundo que –otra vez más- tiene mucho que ver con España. La extravagante compañía de Angulo el malo, aquella que Cervantes lleva al Coloquio de los perros y al Quijote, a la que traje aquí durante el Virreynato, a las costas contrabandistas y embarradas del Río de la Plata.

Una excusa en realidad en aquella vieja historia, para hablar de estos malentendidos políticos de hoy entre lo verdadero y lo verosímil. Esta posverdad siniestra por la que algo que aparenta ser verdad con solvencia suficiente resulta más importante que la propia verdad. Y su puesta en tragedia, claro, que para esto hacemos teatro.

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