Publicado el 29 de Diciembre de 2020
Entrevista a Sandra Ferrús por La panadera
Obra: La panadera - Teatro María Guerrero
En “La panadera” hay una intención de abrazar, de dar calor, de acompañar, de querer
No es la primera vez que Sandra Ferrús –actriz, dramaturga y directora– dirige e interpreta su propio texto. Ya lo hizo con “El silencio de Elvis” –que volverá a escena, en el Teatro Español, a finales de mayo–. Si entonces afrontaba un tema difícil, el de la esquizofrenia y lo que supone para un chico y su familia sufrir una enfermedad mental en un país en crisis, ahora vuelve a cuestionarnos con “La panadera”. Una obra valiente, llena de sentimientos encontrados y de preguntas complicadas que tendremos que respondernos, pero a la vez una obra que es un abrazo. Por V. R.
Empecemos por el final, por esa frase tan bella que dice que ““La panadera” es un abrazo”.
Hay una intención de abrazar, de dar calor, de acompañar, de querer. Imagino que la obra surge de lo más profundo de una misma.
¿Qué se remueve en sus tripas, en su corazón para que Sandra escriba este texto?
Se mueve algo que no tiene palabras, que no tiene imágenes, no puedo verlo, pero lo siento, lo siento físicamente, me paraliza, me duele, me angustia, creo que es miedo. Después viene el amor y siento otra cosa muy distinta, lo siento en el pecho, en el estómago, en las manos, todo se afloja, aparece la confianza y se da la posibilidad de hacer, las ganas de amar al otro, de amarse a una misma.
Cuéntenos qué es “La panadera”.
Es la historia de Concha, una mujer de cuarenta años, con una vida tranquila, casada, con dos hijos… Una mañana se despierta con la noticia de que corre por las redes un vídeo de contenido sexual que hizo hace quince años, con su pareja de aquel momento, que debido a su participación en un reality televisivo en Italia se ha hecho famoso. El vídeo corre como la pólvora… Y arranca “La panadera”.
Háblenos de los personajes que atraviesan esta historia...
Concha y Aitor han formado una familia bastante convencional, tienen dos hijos, hipoteca, ella trabaja en una panadería, él es mecánico, viven en un piso pequeño, pero con mucha luz. No tienen ni un minuto para ellos, pero se siguen buscando, a veces se encuentran, otras se dan el parte, a veces ríen, otras resoplan, les cuesta llegar a final de mes y a veces van de camping.
Gael, su hijo mayor, tiene once años, suele estar pegado a una pantalla, tienen que pedirle las cosas mínimo cinco veces y esperar otros cinco “ya voy” para que haga caso, es empático, bonito y amoroso. Leire tiene cuatro años, tos, mocos, brilli-brilli y purpurina.
Ramón, el padre de Concha, es un hombre de pueblo, sin complejidades, un hombre de otra época, con sus ideas, su ética, su moral. Lleva tres años viudo, vive solo, cuida su casa, su huerta y comparte sus frutos con su familia.
La terapeuta es una mujer de unos 60 años, con mucha experiencia, comprometida con su trabajo, con sus pacientes… Con muchas ganas de seguir aprendiendo, investigando… Tiene una caja mágica, un poso de 100 años y una mirada de 4. Y luego salta el vídeo a la red…
Imagino que usted también se ha hecho la pregunta: ¿Podría soportar algo así?
Efectivamente, esa pregunta fue un gran motor para sentarme a escribir, hoy sigue estando muy presente en la creación de la pieza.
En mi cabeza retumban preguntas que usted se hace: ¿Por qué me afecta? ¿Es por mi género? ¿Por mi cultura? ¿Por mi educación? ¿Ha encontrado respuestas?
No, no he encontrado respuestas, pero también retumban insistentemente en mi cabeza. Creo que tiene que ver con no saber de dónde viene ese miedo del que hablamos al principio de la entrevista, eso que hace que se me corte la respiración, que tú y yo nos hagamos estas preguntas, y no sé a ti, pero a mí se me aprieta la mandíbula y luego, afortunadamente, aparece la esperanza, el deseo de hacer algo, las ganas.
Sigamos con las preguntas difíciles: ¿Estamos preparados para usar de una manera responsable las redes sociales?
Sigo sin respuesta, quizá por eso tengo tanta necesidad de seguir investigando en el tema.
Y ¿cómo paramos esto cuando sucede?
No lo sé. De momento yo trato de no compartir, no dar bola, señalar la ligereza con la que se comparten ciertos vídeos. Para mí no hace falta que sean de contenido sexual, un vídeo hecho desde una ventana, con un resbalón, por muy gracioso que sea, sin el conocimiento de si su protagonista lo ha consentido, es suficiente motivo para ir a la papelera.
Escribe, dirige, interpreta. ¿Osadía, necesidad, gusto?
Un poco de todo, me apasionan las tres disciplinas, es maravilloso, estar en casa delante del ordenador y viajar, sorprenderte, emocionarte, enfadarte, reír… Es mágico pasarlo por ti y compartirlo con el espectador. Y es un regalo tener un lienzo en blanco con un grupo de personas al servicio de una historia, de un propósito, que dan colores, formas y sentido a ese lienzo.
¿Y cómo se llevan la Sandra Ferrús dramaturga, actriz y directora?
Tengo mis días, como ser humano, a todos los niveles, como compañera, como madre y también como directora, actriz o dramaturga. Pero como mejor me siento es trabajando, los peores días son los que no tengo trabajo y no sé cuando tendré, la que escribe en estos días es mi tabla de salvación.
¿Otros proyectos que puedan contarse?
Estaremos en el Teatro Español del 27 de mayo al 13 de junio con otro texto escrito y dirigido por mí, en el que también colaboro como actriz “El Silencio de Elvis”.
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