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Gonzalo de Castro

Publicado el 01 de Marzo de 2015

Gonzalo de Castro

Obra: Invernadero

 El ciudadano, como peatón de a pie, se puede sentir completamente controlado y humillado estando en casa

 Al frente de la primera co-producción entre el Teatro de La Abadía y el ambicioso proyecto bautizado Teatro del Invernadero, el carismático actor de éxitos como “7 vidas”, “Doctor Mateo” o la tea-tral “Deseo” nos abre las puertas de este sanatorio creado para mostrar la inquietante y mordaz sátira que el Nobel Harold Pinter firmó hace más de medio siglo. Dirigida por Mario Gas, adaptada por Eduardo Mendoza y coprota-gonizada por él mismo junto a Tristán Ulloa, “Invernadero” coloca en el disparadero las desal-madas prácticas del sistema al que servimos.
 

¿Qué cuenta Harold Pinter en este “Invernadero”?

Cuenta cómo el mecanismo de poder, el sistema, es capaz de anular y aniquilar a los ciudadanos que no comparten un discurso institucional. “Invernadero” es un lugar donde las cosas deberían ser cuidadas y vigiladas, pero es todo lo contrario. Es una metáfora del abuso del poder. Una función inquietante, extraordinaria, potente, muy agria y corrosiva y, además, con un lenguaje exquisito.


El autor definió su propia función como “una fantasía que, con el tiempo, se ha convertido en realidad”. Lo hizo en los años 50. ¿A qué se refería?

A que él, como escritor comprometidísimo con los derechos civiles, lo que hace es escribir sobre una posibilidad irrealizable. Y el tiempo, al final, le ha dado la razón. La realidad es mucho más espantosa y dolorosa que la fantasía. El poder es exterminador.


¿Existe alguna alusión a la actualidad en esta adaptación?

El adaptador Eduardo Mendoza ha hecho un trabajo extraordinario por su gran conocimiento del idioma inglés y porque es un hombre con un profundo sentido del teatro. La actualidad es la que es y creo que, en el momento en el que vivimos, es muy oportuno contar lo que estamos contando, porque hay lugares en determinados países, determinadas formas de hacer política, donde hay gente que se la confina, se la pasea, se la trata y es sometida a una especie de lavado y de control. La función es muy actual, tal y como está el mundo.


¿Cómo es su personaje?

Soy Roote, el encargado de esa institución. Un señor que está bajo el control férreo de un antiguo militar, de una persona sin ninguna moral ni sentido del compromiso. Alguien absolutamente pasado de vueltas, un tipo que es castigado para llevar ese establecimiento y someter a los ciudadanos que han sido invitados por el Ministerio, en este caso, a que se les aplique un tratamiento. Y esto bajo la ayuda de sus compañeros, que no son médicos en ningún caso, aunque lo puedan parecer.


¿Qué haría Gonzalo de Castro si, por error, acabara en un lugar como este ‘Invernadero’?

¿¡Si yo acabara ahí!? (risas). Yo procuraría escapar. Primero, que estaría equivocado de sitio y, evidentemente, no estaría en un buen lugar, lo que pasa es que realmente el poder y sus tentáculos, con todos sus dedos y sus garfios, pueden llegar a someter a ciudadanos de cualquier manera. No hace falta que uno esté en una institución para sentirse golpeado, pisoteado y bajo la bota de un gobierno. El ciudadano, como peatón de a pie, se puede sentir completamente controlado y humillado estando en casa.


Pinter dibuja un centro de horror y aniquilación psíquica… ¿Nos puede adelantar alguna situación de la obra que refleje este contexto?

Hay una escena muy particular que a mí, cada vez que la observo, me causa todavía pavor. Es una escena explícita en la que, no solo se huele lo que ocurre en los sótanos, en los lugares a los que no llega ni la luz, sino que hay una tortura específica. Mi compañero Carlos Martos hace algo realmente extraordinario que te deja perplejo. Hay que dar dosis de carnaza porque es cierto que el teatro te lo permite.


El trabajo que más alegrías le ha reportado en su vida ha sido...

Por la enjundia personal, por la palabra que ponía en mi boca, por el autor, por la transcendencia y porque es el gran texto teatral de este país, ha sido “Luces de bohemia”. A mí cuando Lluís Homar me invitó a defender el papel de Max Estrella me hizo el regalo de mi vida.

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