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Héctor Alterio

Publicado el 01 de Septiembre de 2015

Héctor Alterio

Obra: En el estanque dorado

 Lo peor de envejecer es perder el sentido del humor y de la realidad

 Suele decir que todo dura un parpadeo, pero son ya muchos años los que este hijo de emigrantes napolitanos lleva poniendo el acento argentino más dulce y entrañable al cine –“El hijo de la novia”, “Kamchatka”, “La historia oficial...”– y al teatro –“Dos menos”, “La sonrisa etrusca”, “Yo Claudio”...–. Apasionado del escenario y del Real Madrid, debutó con apenas 19 años y dos más tarde fundó su propia compañía, Nuevo Teatro. A su espalda lleva un Goya de Honor y un Premio Cóndor de Plata como reconocimiento a toda una vida dedicada al oficio.

Nos decía en marzo de 2014 cuando llegaron a Madrid que estaba en plena luna de miel. ¿Cómo funciona el matrimonio con Lola Herrera? ¿Qué está siendo lo más bonito de este viaje?

Sigue con el mismo sabor, la misma luminosidad, una luna redonda y gorda y grande y brillante y que parece que está clavada en el cielo y no se mueve porque sigue el mismo éxito, la misma expectativa con esta función y la convicción de que lo que dije se va reafirmando con respecto a Lola porque es un ser maravilloso. Somos un matrimonio bien avenido (risas).


 

Recuérdanos qué es “En el estanque dorado”.

Tiene como antecedente una película famosa con Henry Fonda, Jane Fonda y Katherine Hepburn que tuvo muchos Oscar y tuvo una trascendencia mundial, pero inicialmente era una función de teatro. El actor nunca estuvo de acuerdo con la versión cinematográfica porque la edulcoraron bastante y evidentemente tiene razón. Nosotros teníamos la presunción de que el público la mentalidad colectiva se iba a acordar de eso y sería una especie de hándicap para nosotros. No fue así. La función de teatro resultó ser un bombazo escénico. Tenemos llenos desde el estreno hasta hoy, llenos permanentemente, el público se ríe, se divierte, tiene todos los ingredientes que se necesitan para una función, el público realmente lo pasa muy bien, vemos sus caras cuando se termina la función y se ilumina la sala y el resultado es que hemos hecho un trabajo que nos devuelve esas caras alegres y agradecidas por haberles proporcionado un entretenimiento sano, que es lo que es, la historia de un hombre, que es el personaje que hago yo, que está cerca del final de su vida y tiene una constante que es acordarse de la muerte permanentemente. Pero esto dicho con mucho humor, con mucha sensibilidad, con mucho cariño y la respuesta y los diálogos entre este personaje y la mujer del personaje que hace Lola llevan la trama que se agudiza con la presencia de la hija que nunca tuvieron mayormente buena relación. Un conflicto que lo resuelve también la llegada del novio de la hija con su hijo y esto provoca toda una situación hilarante y conmovedora e inesperada de cosas que provocan en el espectador un entretenimiento seguro de un resultado feliz.


 

¿Norman y Héctor Alterio tienen algo en común?

La edad, no lo hipocondriaco que es el personaje, no lo tengo, pero siempre hay algo, algunas frases, siempre hay algo que uno cree que no es pero uno sabe que hay algo de uno (risas). Pero está bien porque viene bien para darle más verdad al personaje.

A Norman le da la vida la llegada de Billy, imagino que a usted le pasa un poco lo mismo con su nieta

(risas) Es distinto. Mi nieta tiene ocho años y realmente moviliza a toda la familia, a mi mujer, a mis hijos. Una movilización que provoca su llegada a nuestras casas y la alegría… Que vemos que también el tiempo hace su labor y hasta hace muy poco yo la tenía mucho miedo de tenerla en brazos recién nacida y ahora ya es una señorita de casi nueve años. Pasó muy rápido todo, bueno, como pasa la vida.


¿Qué es lo peor de envejecer?

Perder el sentido del humor, la objetividad en el sentido de realismo, de la realidad y tener ese accidente que te impida hacer tu trabajo. Yo todavía la cabeza me funciona muy bien, las piernas también, camino por mi cuenta y mientras tenga eso… lo peor sería no tenerlo.


 

¿Tiene algo bueno?

Yo creo que no (risas). Esto es la vida y la vida es así, hay que tomarlo así. Lo importante de todo esto es que uno no sabe cuándo termina y entonces al no saber yo estoy hablando contigo y podría estar hablando durante dos o tres años y no me preocupa el final.


 

En cambio Norman sí que está preocupado por esa muerte. ¿Por qué no nos enseñan a morir?

Nacemos para morir, pero lo que pasa es que no se dice, pero ahí está (risas). No sé si puedo responder, están haciendo lo imposible para prolongar más la vida, la media de vida de hace cincuenta años atrás ha variado bastante, están obsesionados por que tengamos que vivir 150, no sé qué va a pasar. Todo eso se sabrá cuando llegue el momento. Como yo no voy a estar no me preocupa (risas).


 

He leído que con poco más de diez años ya andaba por los teatros. ¿Cómo era aquel Héctor Alterio?

Muy tímido, muy introvertido, con un aspecto muy enfermizo, que la llegada de los carnavales que se festejaba mucho en Buenos Aires provocaban toda una convulsión en el barrio, en toda la ciudad y se convocaban un grupo de gente que tocaba y cantaba y la gente se disfrazaba y se divertía. Y eso en algún momento determinado yo tomé la decisión de ponerme algo encima. Cuando ya me puse algo encima, cuando ya me disfracé, cuando ya me tapé entonces yo comprendí que podía hacer todo aquello que no me animaba a hacer y era avasallante, impetuoso, conquistador, valiente, tenía sentido del humor… Todo aquello que no tenía cuando me sentía enfermizo y tímido y cohibido. Entonces empecé a descubrir que yo podía ser otro y ese otro me posibilitaba a mí divertirme. Yo solo, cogía cualquier trapo en mi casa, me lo ponía encima, me tapaba la cara y ya me iba solo a los diez años… Tengo una imagen que es ya casi cinematográfica porque está en la cámara 8risas) verme a mí y yo mirando a un grupo de niños de mi edad que veía sus caras, los veo, las caras de cuatro o cinco niños de mi edad divertidísimos con lo que yo hacía y eso me provocaba a mí una satisfacción de protagonizar un hecho que me ocasionó digo yo inconscientemente el inicio de mi vocación.


 

El amor de su vida es el teatro o es mucho decir?

Fue mi vocación porque no sé hacer otra cosa. Me hubiera gustado ser hijo de una familia de inmigrantes napolitanos de clase media baja tuve que trabajar desde muy pequeño porque mi padre murió y yo me quedé con mi madre y mis hermanos ya estaban casados y yo tuve que mantener con mi pequeño trabajo tuve que ayudar a solventar la situación económica de una viuda. Todo eso nace de ahí, aquel profesor que yo pensaba que me iba a recriminar porque lo imitaba a sus espaldas y los compañeros se divertían, aquel profesor resultó ser un profesor de teatro que tenía un grupo de teatro y vislumbró mi vocación y me dijo “Tú tienes que hacer teatro” y fue así, a los once años. Y no paré, no tuve otra posibilidad, ni de estudiar ni de tener una formación intelectual, que son carencias que yo lamento mucho, intenté en lo posible de que a mis hijos no les ocurriera lo mismo. ¿Amor de mi vida el teatro? Fue mi profesión.


 

Dice que todo dura un parpadeo, pero ahí está usted, a punto de cumplir 86 años y recibiendo aplausos cada noche. ¿Cómo ha logrado mantener el ego a raya?

No teniéndolo (risas). Lo debo tener escondido, a lo mejor es una fantasía mía, pero todo el mundo tenemos nuestro ego. Hay un chiste con los argentinos: ¿sabes cómo se suicidan los argentinos? Subiéndose a su ego. Es un chiste. No tengo ego, así que no tengo ni posibilidad de subirme.


 

¿Y alguna vez se ha encontrado un patio de butacas vacío?

Estábamos haciendo teatro, yo tendría 18 o 19 años. Una función de tres actos, hicimos el primer acto y en el descanso, diez minutos, llaman para el segundo y cuando llega el tercero no lo pudimos hacer porque se había ido todo el público. Se fueron yendo de a poco, no nos dimos cuenta (risas) hasta que no hubo más remedio que terminar la función en el segundo acto porque ya el tercero no lo pudimos hacer porque se había ido todo el mundo. Es deplorable, terrible no tener a nadie que se interese por nuestro trabajo. Por eso yo tengo un gran respeto por alguien que se mueve para venir a comprar una entrada de la cual yo vivo y sentarse en una butaca para ver lo que hago. Eso me mantiene vivo.


 

¿Alguna vez ha pensado en retirarse?

No, no, porque ¿qué hago? Yo me retiraría si me dijeran tienes un sueldo como tienen tantos políticos y tanta gente vinculada al poder de jubilación, pero te dan migajas que no te permiten ni siquiera tapar una caries, nada.


 

Cuando no está trabajando, ¿qué le gusta hacer?

Yo tengo una casa afortunadamente al norte de Madrid, estamos muy bien con mi mujer, está llena de árboles, tenemos una piscinita, está bien. Me gusta estar aquí.

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