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Héctor Alterio

Publicado el 30 de Septiembre de 2016

Héctor Alterio

Obra: El padre

 Pasan los años, el cuerpo se deteriora, la voz se quiebra, pero aún me divierto

 Andrés se pierde entre los recovecos de su memoria a la vez que es inmensamente feliz, a pesar de… todo. Tiene Alzheimer, pero Florian Zeller, el autor de esta pequeña joya, ha logrado cambiarnos el punto de vista. Una “farsa trágica” dicen. Y ahí es donde entra este actor mayúsculo. A sus 87 años llenos de arrugas y ternura y brillo en los ojos, Héctor Alterio igual te parte el alma mientras suplica “lo único que quiero es que me dejen en paz” que te hace reír a carcajadas mientras él ríe. Hay actores tan tan inmensos que no necesitan palabras, sino ojos y oídos y corazones dispuestos a dejarse llevar…
 

 

 

 


Ha dicho José Carlos Plaza que usted es la esencia del teatro, pero seguro que Héctor Alterio no se deja distraer por elogios, ¿no? ¿Sigue manteniendo el ego a raya?

(Risas). O me mantiene el ego a mí, pero yo esas cosas no me afectan para nada, hago mi trabajo lo más honestamente que puedo, trato de transmitir la verdad, a veces me equivoco, otras veces no, pero en general la respuesta me asegura que estoy por el buen camino. Mi objetivo es respetar a ese señor que se moviliza de su casa, se sienta en la butaca y espera a que le ofrezcamos algo. Que alguien se tome ese trabajo para ver mi trabajo sigue siendo un milagro y como tal lo acepto. Por lo tanto estoy permanentemente alerta de que ese señor merece todo mi  respeto. No lo he conocido nunca, no lo he visto nunca, no lo veré más, pero está ahí, para mantener mi respeto hacia el espectador, que es el que espera que lo movilicemos de alguna manera. Ese es mi trabajo.


Aún tenemos en el recuerdo a Norman de “En el estanque dorado”. A este Andrés me lo imagino parecido… ¿Cómo es?

También hay cierta similitud en la memoria de Norman con respecto a este personaje. No de una manera tan evidente como sucede en esta función, pero también había algún viso de eso. Y también había cierto humor en el cual se pueden ver similitudes. No me afecta en el sentido de que estoy repitiendo personaje, eran situaciones distintas. Siguen siendo situaciones distintas y de cualquier manera es un recuerdo, es un trabajo ya hecho y estoy abocado al personaje que hago en este momento.


También me vino a la memoria su personaje en “Dos menos”. También había mucho del sentido de ser padre y del enfrentarse a la muerte en aquella obra…

Por eso, todo gira. Lo que pasa es que uno va cogiendo años y tiene la edad que naturalmente tiene pero que coinciden con la de los personajes y allí también transcurren cosas. Pasan los años y el cuerpo se deteriora y la voz se quiebra, la memoria tardo más en retener la letra que en otro momento, pero todavía conservo interés, me divierto y soy consciente de que es un trabajo serio, de que hago  frente a un espectador que se merece todos mis respetos.


¿Cómo se mete uno en la piel de una persona con Alzheimer, a dónde se agarra, de dónde tira?

No lo sé, es un personaje que está sufriendo una enfermedad que aún hoy es un misterio, es un pozo negro inasible, inaccesible, interminable, no hay ningún indicio de que Héctor pueda eventualmente conseguir profundizar un poco en el motivo de esa enfermedad terrible. Siguen sufriendo más los que están alrededor que el mismo enfermo. Hay que esperar y nada más.


¿Con Andrés tiene algo en común Héctor Alterio?

La edad. Hasta ahora no hay otra cosa. El sentido del humor, quizás. Hay cierta similitud en mi actitud, pero nada más.


Llevamos un rato hablando y aún no nos ha contado qué es “El padre”. Con esta obra el francés Florian Zeller ha conquistado a espectadores en múltiples idiomas y países. ¿Por qué?

Yo creo que hay un detalle que en este momento se está dando en todas las partes del mundo, incluyendo Buenos Aires, y en todas partes la repercusión es muy parecida a la que hacemos nosotros. ¿Por qué? Porque está contada de una manera muy particular: eso de escenificar, de personajes que pululan en la cabeza de este enfermo y sacarlos y ponerlos y plasmarlos en escena y corporizarlos, es una cosa que inquieta, provoca la atención del espectador para saber qué es lo que pasa, pero no desatiende el espectador la oferta, sigue agarrado a ella. Ese es uno de los elementos. Otro de los elementos es el humor que hace que de pronto e inesperadamente provoque una carcajada espontánea que hace que la historia que se va desarrollando ante sus ojos tenga elementos que contribuyen a distender un poco la angustia que está provocando en algunas escenas de la narrativa de la función. Estos detalles para mí forman parte un poco del gancho que tienen el espectáculo. Supongo que también tiene que ver un poco con quién las hace, cómo las hace, pero creo que tiene ese interés provocado justamente por el mismo autor, Zeller, que narra de una manera original una cosa que podía ser totalmente triste y trágica.


¿Cómo es la adaptación que ha hecho José Carlos Plaza y cómo ha sido el trabajo?

Maravillosa. La función me llegó a mí en la primera versión que trajo Cimarro con una traducción del francés pero muy apresurada y desordenada, pero eso no quitó que yo accediera inmediatamente porque yo preveía que iba a ser una cosa hermosa que fue lo que fue después. Después cuándo. Cuando José Carlos Plaza que sabe muy bien francés la tradujo, la adaptó y la dirigió y resultó lo que resultó. Lo que yo ya preveía que iba a ser.


“El padre”… ¿Cómo era el suyo?

Mi padre era el primer hijo de una familia numerosa que se estableció en la Argentina en los primeros días del siglo pasado y fue adolescente cuando decidió volver a su país, a Italia, porque comenzaba la I Guerra Mundial y un brote nacionalista lo obligó a volver a defender su patria y allí pasó cinco años, en la guerra del 14, y llegó a tener altas graduaciones pero era una guerra terrible y espantosa. Cuando termina, conoció a mi madre en Nápoles y allí se casaron y volvieron a Buenos Aires. Nace mi primer hermano en el 19, mi segundo en el 20, mi tercera en el 25 y yo en el 29, último hijo de una familia de cuatro hijos. A los doce años mi padre ya había contraído ya una enfermedad, entonces no se conocía la penicilina, había contraído una enfermedad infecciosa, estuvo internado en un hospicio porque le afectó la infección la mente y se desordenó totalmente, así que yo prácticamente no tuve una relación con mi padre y aquí viene la respuesta a la pregunta: lo conocí una persona severa, era sastre, pero yo tenía muy poca edad, estuvo poco tiempo en mi casa porque estuvo internado en un hospicio. Después la que sufría era mi madre. Me acuerdo de la despedida, que mi madre estaba desgarrada por la ausencia de su marido, pero tengo más recuerdos de mi madre que de mi padre. Yo tenía once o doce años cuando murió.


¿Y usted, cómo es como padre?

(Se lo piensa). Es muy difícil, creo que soy muy respetuoso. Tengo un excesivo, a veces enfermizo. Yo entro en casa de mis hijos y a veces no soy capaz ni de abrir una nevera ni nada... Me siento muy muy respetuoso de los problemas que puedan tener, pregunto, le pregunto a mi mujer, que es la que indaga más en sus problemas, pero yo no pregunto mucho. No es un distanciamiento porque estoy permanentemente alerta a lo que les pasa, siempre estuvieron bajo mi égida y traté en lo posible de que no siguieran esta profesión, quería que tuvieran una formación que yo no tuve, una formación intelectual, un estudio, consiguieron entrar en la universidad y cuando ya pudieron determinar por sí mismos me tuve que apartar y eligieron lo que ellos querían ser, ser actores, que yo ya lo presentía, por mi parte hubiera decidido que fueran, que tuvieran un basamento más sólido. Bueno, la situación se produjo así... y dejé que corrieran solos. Afortunadamente les fue bien, son muy respetados en la profesión, han tenido suerte en algunos casos y yo estoy muy contento con su trabajo.


Cómo le gustaría terminar esta entrevista. Diciendo qué…

Diciendo (risas). A la vida le digo no se apure (risas). Le han puesto una tercera una cuarta y están desarrollando una velocidad que me inquieta (risas). Creo que vayan en primera, que va más despacio. Hablo de la vida...

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