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José María Pou

Publicado el 31 de Enero de 2016

José María Pou

Obra: Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano

 Estamos dispuestos a tapar la boca a cualquiera que hoy se comportara como Sócrates

 Atesora tantos premios como brillantes interpretaciones. Premio Nacional de Teatro, Premi Nacional de Teatre de la Generalitat de Catalunya, tres Max, Fotogramas de Plata, Premio de la Unión de Actores para títulos como “La cabra o quién es Sylvia”, “El rey Lear”, “Arte”, “Llama un inspector”… Hombre de teatro, todoterreno y casi omnipresente, José María Pou actúa, dirige, traduce y adapta textos y es director artístico del Teatro Goya de Barcelona. 


Dice la crítica que es una de sus grandes interpretaciones. Y no debe ser fácil elegir. ¿Cómo le suena esto?

Lógicamente eso siempre gusta, que le reconozcan a uno el trabajo es una satisfacción. Estoy de acuerdo, no voy a estar en desacuerdo (risas). Lo que pasa es que yo siempre creo que la mejor interpretación de un actor es casi siempre la última, porque el actor se va haciendo mejor actor a medida que va creciendo como persona. Yo creo que por lógica natural a medida que uno va siendo más viejo y va teniendo más experiencia sus trabajos van siendo mejores. Sí es verdad que eso a veces no se produce quizás por aquello de que no das con un papel adecuado que te permita desarrollar lo que tú puedas hacer, pero en este caso debo decir que este Sócrates sí ha llegado en un momento justo de mi carrera, llegó en el momento justo en el que yo cumplí los 70 años, ya sé que esto no es importante digamos, pero sí es verdad que cuando uno cumple una fecha como esta, aun cuando siga yendo por el mundo como si tuviera 18, que es lo que me pasa a mí, pero uno empieza a pensar que ya es mayor y entonces pensar que Sócrates tenía también 70 años en el momento de la acción desde el primer momento me produjo ya una cierta identificación con el personaje que quizás ha facilitado el que lo asimile con más facilidad que otros. Es cierto que pocos personajes de los que yo he hecho últimamente, y he tenido la suerte de hacer siempre grandes personajes, con pocos me siento tan identificado minuto a minuto, palabra a palabra, con lo que dice este Sócrates encima del escenario.


¿Con qué Sócrates se ha encontrado usted en este texto?

Me he encontrado con un Sócrates socarrón, irónico, que no cínico, con sentido del humor, con una cierta conformidad hacia todo lo que está pasando porque sabe que es inevitable. Cuando a su alrededor se produce todo ese fenómeno que se produjo de que le acusaron de propagar falsas religiones, de corromper a los jóvenes y demás, él sabía perfectamente que todo eso eran excusas para quitarle de en medio. Él se defiende lógicamente, me encuentro con un Sócrates con agallas suficientes para defenderse y para morir matando. Eso es lo que más me gusta de ese personaje, que muere matando, es decir, nunca le callan, hasta el final es un ser que decide que hay que decir la verdad, hay que denunciar esa democracia corrupta de esa Atenas del 399 a.C. que ya era una democracia pervertida, corrompida… Él se da cuenta de eso, lo va pregonando por calles y plazas y por mucho que quieran hacerle callar, él sabe que no se va a callar y me gusta ese espíritu rebelde de alguna forma, ese personaje que es capaz de morir matando. Morir sí, porque le condenan a muerte en un acto de coherencia brutal, porque podría haberse librado de la muerte y él mismo asume que no, que debe morir, por obedecer las leyes y eso me parece un ejemplo de coherencia brutal. No hay un solo hecho de este Sócrates en el final de su vida, que es el momento del espectáculo, con el que no me sienta absolutamente identificado.


¿Cuáles son las primeras palabras que pronuncia Sócrates sobre el escenario?

Hola, me llaman Sócrates. Me gusta hablar, también razonar. Perseguir el conocimiento. Darle al otro la posibilidad de convencerme, hablar, razonar, especular, también descubrir y anunciar la traición”. Y ahí empieza una larga retahíla definiéndose él a sí mismo de manera informal porque el espectáculo empezamos los actores con un cierto tono brechtiano de manera informal. Todo esto es casi antes de empezar el espectáculo, todavía sin terminar de vestirnos del todo, en contacto siempre con el público. “Me gusta hablar”. Esto me parece fundamental, porque él no escribió ni una sola palabra, nunca, él simplemente iba por las calles hablando, dando clases, discursos, pero nunca escribió. Hablar. Y el valor de la palabra en Sócrates es fundamental.


Fundamental hablar y más vigente que nunca y me temo que lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.

Hombre, claro. Justo en el principio hay un momento en el que él habla de que estamos en el 399 a.C. y habla de cómo es la democracia y la define en tres palabras: corrupción, ocultación, partitocracia. Y entonces haciendo un guiño al espectador, el actor dice: “algo muy antiguo, ¿no?” (risas). Fíjate si viene de lejos ya eso. Automáticamente se produce un contacto muy directo con el público. Yo creo que el éxito de este espectáculo, que está siendo un éxito brutal, abarrotando, agotando localidades en todas partes y con el público puesto en pie, está en que quizás el público había perdido un poco la costumbre de ese teatro un tanto agitador, de reflexionar sobre nuestra situación  política y sobre nuestra situación social desde el escenario y haciéndolo en diálogo muy directo. En el espectáculo los actores estamos continuamente dirigiéndonos al público, prácticamente es un espectáculo interactivo. Y el público reconoce desde el primer momento que lo que está pasando en el escenario es un juicio a la democracia actual, a la democracia de la Atenas de entonces que se equivocó con la muerte de Sócrates, por supuesto, y que pervirtió la democracia con gestos como estos, pero que también lo que estamos haciendo es una reflexión sobre cómo es nuestra democracia. Hacía mucho tiempo, creo yo, que no había un espectáculo con ese tono político encima de un escenario.


Sócrates dijo algo así como que es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no. ¿Está de acuerdo?

Sí, por supuesto. Hay un momento al final de la función, justo antes de morir, dice él hablando precisamente de lo injusto: “luego ni siquiera los que somos tratados injustamente hemos de devolver mal por mal como piensa la mayoría, porque nunca nunca en ningún caso hay que actuar injustamente”. Efectivamente, él cree que es mucho peor hacer una injusticia que padecerla y que aun cuando se padece una injusticia no hay que cometer otra injusticia para vengarse de esa injusticia porque cometer una injusticia para él era lo peor que podía pasar. Su sentido de la justicia y de la coherencia le llevó a la muerte. Él podía haberse librado de la muerte y los mismos que le condenaron a muerte daban por supuesto que pagando un dinero conseguiría corromper a los carceleros, a los funcionarios y demás para librarse de la muerte, que es lo que hacía todo el mundo al que condenaban a muerte. La gran sorpresa de Sócrates, el gran ejemplo, es que dijo, “no, no, no, ustedes me condenan a muerte de acuerdo a la ley y yo debo dar ejemplo y respetar la ley, por lo tanto debo morir”. Ese es un ejemplo de coherencia único que es el que ha marcado durante veinte siglos y el que ha hecho de la figura de Sócrates lo que es entre otras cosas.


Oyéndole desgranar los pensamientos de Sócrates uno se da cuenta de cuánta falta nos sigue haciendo.

Sí, un señor… Ojalá hubiera. De alguna manera, pequeños Sócrates o Sócrates más o menos encubiertos o Sócrates que intentan sacar la cabeza y decir cuatro verdades los hay siempre, lo que pasa es que hay que buscarlos, yo creo que hay por ahí todavía pensadores, algún artículo de vez en cuando en la prensa, algún opinador, alguien sensato que da su opinión que son pequeños Sócrates. Lo que pasa es que sí es verdad que esta sociedad que tenemos está dispuesta de entrada a callar, a tapar la boca a cualquiera que se comportara como Sócrates. Un señor como se define él también al principio: “mi único objetivo es buscar la verdad y estoy dispuesto a hurgar con los dedos hasta donde sea para llegar al fondo y encontrar siempre la verdad” y eso es lo que él proclama. Un señor que proclamaba eso y que lo ponía en práctica había que apartarlo, molestaba mucho al poder establecido, sobre todo a la burguesía con dinero que dominaba la ciudad. Hoy Sócrates sería tildado de loco, de perturbador, de homeless y a lo mejor lo meterían en la cárcel con cualquier motivo, seguro.


¿Uno se va mejor a casa cuando da vida a un hombre recto e íntegro que cuando le toca meterse en la piel de un personaje más miserable?

Sí, es un plus añadido. Un actor se va a casa a gusto cuando él, y solo él íntimamente lo sabe, digan lo digan los demás, aplaudan lo que aplaudan los demás, solo uno sabe al terminar la función si ha hecho bien la función de ese día. Es un sentimiento muy íntimo que te acompaña a casa y te hace estar feliz o no. Yo tengo que decir que soy un ser de esos que buscan siempre la perfección, con lo cual el noventa por ciento de las noches me voy a casa insatisfecho porque creo que nunca he conseguido aquello que quería conseguir, por mucho que el público haya aplaudido y se haya puesto en pie. Pero sí es verdad que cuando tienes un personaje con el que tienes  la suerte inmensa de poder decir en público cada noche esa cantidad de verdades maravillosas y de pensamientos fantásticos que dice Sócrates, cuando tienes el privilegio de poder decir eso con tu físico, prestar tu físico, tu voz y tu talento en la medida en que lo tengas para decir eso, entonces te sientes privilegiado y eso hace que te vayas a casa mucho más feliz. Porque sabes que, además de haber cumplido con tu obligación de actor, has cumplido también con una obligación como ciudadano y aquello tiene otro alcance.


Si le digo Mario Gas…

Teatro puro.


Se dedica a este oficio porque…

Porque lo elegí muy conscientemente.


Después de tantos años, ¿le sigue sorprendiendo su profesión?

Sí, por supuesto. Cada función, cada primer día de ensayo me sorprende muchísimo.


¿Borraría algo de su curriculum?

No, nada, en absoluto. Al contrario, añadiría muchos más títulos que no me ha dado tiempo a hacer.


Sus referentes han sido…

Todos los actores con los que he trabajado y a los que he visto trabajar.


Un actor no debe olvidar nunca…

La verdad, no engañar.


El último montaje que ha visto…

En Londres, hace escasamente unas semanas que me escapé, una función fantástica que se llama “Hangmen”, es una función de Martin McDonagh, una maravillosa función que me dejó boquiabierto.


Le habría encantado tomarse un café con…

Sócrates.


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