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Laila Ripoll

Publicado el 01 de Abril de 2014

Laila Ripoll

Obra: El triángulo azul

 En el campo de Mauthausen había una orquesta de música que estaba presente en las torturas, en las ejecuciones...

  Una crónica del horror. Un homenaje a los olvidados. La justicia de la memoria. “El triángulo azul” rescata el paso de los ‘apátridas’ españoles en el campo de concentración de Mauthausen y lo hace bajo la dirección de una artista comprometida con su pasión, el teatro, y con el recuerdo de aquellas personas que dieron su vida por la libertad. El Centro Dramático Nacional produce este relato teatral lleno de historia viva con la firma de Mariano Llorente y Laila Ripoll.

¿Qué es “El triángulo azul”?

Un espectáculo que habla sobre los deportados españoles en el campo de concentración de Mauthausen de los que casi nunca se habla pero que existieron. Fueron más de 7000 personas de las que no se sabe con certeza cuántos murieron, pero se cree que no sobrevivieron más de 2000, un porcentaje muy pequeño. Fue el primer colectivo nacional que entró en un campo de concentración nazi.


¿Cuáles han sido las fuentes de documentación para construir esta obra?

Hay muchos hijos y nietos y muchísimo testimonio escrito, sobre todo en Francia. Hay un libro, el de Piquee, que es fundamental. Además, Benito Bermejo ha hecho un estudio sobre las fotos que captaron los españoles que luego sirvieron de pruebas en los Juicios de Núremberg que también ha sido muy importante.


¿Qué significado tenía la música en esta terrible historia real?

En los campos en general solía haber orquesta y, en el campo de Mauthausen, había una orquesta que servía para ir ilustrando todos los momentos. Estaba presente en las torturas, en las ejecuciones… La música es importantísima en la representación, hay música en directo.


¿Qué le gustaría conseguir con este proyecto?

Emocionar al público, que disfrute, homenajear a estas personas. Empezar a hablar de nuestra historia contemporánea en teatro de una manera normal y natural como se lleva haciendo en Europa desde hace mucho tiempo.


Nadie debería perderse esta obra porque…

Hay muchísima música, mucho humor, ya que los españoles se caracterizaron por mantener muy alta la moral para poder sobrevivir, y todo está reflejado en el espectáculo.


Con más de 20 años en activo y más de 20 montajes con su sello personal a la dirección, ¿qué momento recuerda como aquél que le cambió la vida?

¡El nacimiento de mi hijo, hace cinco años! Eso lo tengo clarísimo, no hay otra cosa tan importante como esa ni que me haya afectado más en todos los sentidos. Profesionalmente, el nacimiento de Micomicón en el año 91-92. Fue cuando tuve muy claro por dónde quería ir, el camino, al juntarme con un equipo de personas trabajando para y por teatro, hasta el día de hoy.


La escritura es otra de las facetas profesionales por las que destaca. ¿De cuál de ellas no podría prescindir para ser feliz?

De la escritura, ¡sin duda! Es algo que se te mete y ya no te abandona.


Mariano Llorente firma el texto a medias con usted e interpreta uno de los papeles de la obra. ¿Cómo le define?

Es parte de Micomicón desde el inicio. Es autor, es director y es un actor extraordinario. Llevamos mucho tiempo trabajando juntos y tenemos una manera particular de hacer y de entender el teatro.


Ha crecido con unos padres totalmente vinculados a la escena artística. ¿Qué es lo más importante que le han enseñado la actriz Concha Cuetos y el director Manuel Ripoll?

Me han enseñado que esto es un oficio, que hay que trabajar muchísimo y, que si encima tienes imaginación e inspiración, mejor, pero la inspiración te tiene que pillar trabajando. Y que se curra muchísimo, ¡¡mucho!! (risas). La gente que no se dedica a esto no tiene ni idea de las horas que invierte uno en cualquier cosa y de las noches que se queda uno sin dormir.


¿Qué importancia le da Laila Ripoll a la crítica?

La crítica es algo a lo que hace muchos años que no hago mucho caso, para bien y para mal. Es una cosa que en determinado momento se aprende: que no deja de ser la opinión de un señor –a veces muy bien formado y otras en absoluto– y que, tanto para lo bueno como para lo malo, hay que tomárselo con pinzas. Yo creo que la mejor crítica es la que se puede hacer uno mismo, uno sabe perfectamente cuándo se ha equivocado, y la del público, que es para quien lo estás haciendo.


El mejor deseo que podría pedirle a su vida es…

¡¡¡Que me quede como estoy!!! (risas). Estoy muy contenta.

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