Revista teatros

 “Hay que levantar un circo nuevo cada día”. Es una reflexión de su libro “Bestiario del circo”, pero también un lema de vida. Pepe Viyuela es de los que creen que la sonrisa, necesaria, hay que trabajársela cada día. Quizás por ello su alma de actor tiene mucho de payaso y de poeta. Y, aunque no abandona a ese clown que le acompaña siempre, no para de trabajar: terminó “Aída”, pero parece que ha encontrado refugio sobre las tablas –“El baile” y “Las ranas”–, donde ahora intenta, a la sombra de Ionesco y Ernesto Caballero, no convertirse en rinoceronte… 

¿Qué implica ser un rinoceronte?

Implica perder singularidad, perder identidad, dejarse arrastrar por la masa, por lo que es la corriente en un momento determinado y que se lleva por delante muchas cosas.

¿Qué le espera al que no quiera convertirse en rinoceronte?

Le espera la singularidad, que tiene aspectos negativos en la medida en que se sufre pero tiene el aspecto positivo de saber mantenerse uno firme en aquello que cree. Le espera la dureza de la identidad.

¿En qué llaga pone el dedo Ionesco?

Para mí “Rinoceronte” habla de la dificultad de mantenerse en la individualidad, de la dificultad de mantener en un mundo como el que vivimos un pensamiento propio, un pensamiento libre, y de la dificultad de mantenerse dentro de la propia humanidad mientras estamos arrollados por la falta de sentido de muchísimas cosas.

¿Nosotros también nos hemos convertido en rinocerontes?

Yo creo que sí. La humanidad ha vivido constantemente este tipo de proceso. Ahora existen otros condicionantes distintos a los que históricamente vivía el ser humano, pero el ‘rinocerontismo’ ha existido siempre. El ser humano ha tenido que enfrentarse a cosas muy poderosas y a las cuales era muy difícil resistirse, los fascismos, los totalitarismos, incluso las religiones.

¿El conformismo es el peor de los males?

Siempre. Conformarse sin más nos hubiera mantenido en un estado muy larvario como seres humanos, no hubiéramos sentido nunca la curiosidad ni el deseo de cambiar nada. Uno tiene que estar siempre preguntándose cosas y muy en conexión con lo que le rodea para si hay algo que no está bien intentar cambiarlo.

“Bebo para no tener miedo”, dice su personaje, pero el alcohol no parece el mejor aliado para luchar contra nada.

La salida es precisamente todo lo contrario: permanecer muy despierto, mantenernos muy alerta, tener los cinco sentidos puestos en cuál es la realidad. No hay nada como la lucidez, la sobriedad y la capacidad propia para analizar e intentar cambiar las cosas.

Cuéntenos algo más de Berenguer.

Berenguer es un héroe moderno, un antihéroe también en la medida en que nadie sospecharía que un ser humano tan pusilánime, tan aparentemente débil, con tantos defectos, con tanta incapacidad para la convivencia incluso, pudiera llegar a convertirse en el último resistente, en el emblema al que yo creo que todos nos queremos parecer y agarrar.

¿Cuál ha sido el mayor acierto de Ernesto Caballero al idear este montaje?

Es un hombre con una lucidez y una trayectoria que me asombra. El gran acierto es seguramente ser como es él, tener esa capacidad de no dar nada por sentado nunca, estar siempre buscando.

¿Qué le hace perder la sonrisa?

Muchísimas cosas, pero lo que hay que hacer es buscar motivos para volver a recuperarla. Yo no me levanto riendo, me lo tengo que trabajar. La única forma de no perder la dignidad es conservar la sonrisa o intentar recuperarla a pesar de que nos la estén agrediendo desde tantos sitios. Es un salvavidas, porque en el fondo no es más que recuperar esperanza.