Publicado el 31 de Octubre de 2014
Silvia Marsó
Obra: El zoo de cristal
Ava Gardner me dijo: Niña, ten paciencia porque en esta profesión no se llega nunca
De la Nora de Ibsen a la soltera Rosita de Lorca y de ahí a Yerma y a la Amanda de Tennessee Williams. Silvia Marsó ha escupido la rabia contenida por las mujeres durante siglos a través de personajes enormes de la literatura. Y así, saltando también de grandes autores a grandes directores, ha conseguido colocar su nombre entre los de las mejores actrices de nuestro país.
Ha dado vida a grandes mujeres. ¿Dejan poso en usted o, tan pronto se quita su vestido, desaparecen?
No, imposible. Son enriquecedoras, porque son autores, Ibsen, Lorca, Williams, que te hacen crecer como ser humano, no solo cuando los interpretas, sino como espectador. Recuerdo haber visto “El zoo de cristal” cuando tenía veinte años y me quedé muerta, literalmente. Hay autores que te pueden cambiar la vida y por eso están ahí, por eso pasan la criba de los siglos.
¿En qué llaga pone el dedo Tennessee Williams con esta obra?
Es una obra muy profunda. Pone el dedo en la llaga de la imposibilidad de alcanzar las expectativas que uno se marca en la vida. Una de las cosas más profundas es cómo el entorno social te puede ayudar o aniquilar en algún momento y cómo el ser humano se tiene que enfrentar a eso para poder salir a flote.
¿Cómo es la Amanda de Silvia?
Estamos haciendo una Amanda que tiene mucha fuerza, que es como un tanque capaz de salir de las ruinas de una guerra, de una catastrófe, pero también es un ser anclado en el pasado, enferma de nostalgia y que proyecta en sus hijos todas las aspiraciones que ella no pudo alcanzar de una forma enfermiza.
¿Qué se va a llevar de este personaje y de este montaje?
La experiencia de haber hecho un Tennessee Williams, que comparo a Lorca. Ambos tienen una visión muy profunda y muy lúcida de lo que es el ser humano.
¿Y cómo es Silvia Marsó cuando se quita el vestido de sus personajes?
De lo más corriente y vulgar (risas). Soy un ser anodino (risas). Bromas aparte, siempre tengo la teoría de que los actores no tenemos que tener imagen. Así como los cantantes y la gente mediática sí, el actor tiene que ser lo más neutro y vulgar posible para adaptarse en cada momento al personaje que interpreta y para transformarse.
Ha trabajado con grandes de la profesión. ¿Quién le ha dado el mejor consejo?
Siempre recuerdo el de Ava Gardner: “Niña, ten paciencia porque en esta profesión no se llega nunca”.
A los 10 años tenía muy claro que quería ser actriz. ¿Con 80 le gustaría seguir siéndolo o tocará descansar?
¡Quién te ha dicho a ti que yo me vaya a retirar! (risas). Para mí no es un trabajo, el teatro, la interpretación es una pasión.
¿Por qué es tan ‘venenosa’ esta profesión?
Hay un tipo de actor, entre los que me incluyo, que necesita comunicarse con la gente a través de los personajes. Necesito expresar emociones, puntos de vista, pensamientos… Si no lo hiciera a través de la interpretación, sería pintora o cantante...