Publicado el 29 de Abril de 2016
Es una obra que interpele continuamente al espectador, lo trata como a alguien inteligente que debe asumir una parte activa en el espectáculo. Se plantean reflexiones, no soluciones. Esos son los “deberes” que dejamos al público para que se lleve a casa.
Es un reto a escuchar tendido al público.
Más allá del tema concreto, el conflicto palestino-israelí, creo que es una invitación a reflexionar sobre el hecho de que a veces preferimos mirar a otro lado con determinados temas. Al hecho de que es más fácil convivir con determinados prejuicios e instalarse en el odio que tratar de entender, de empatizar con el otro. Todo eso requiere un trabajo, un esfuerzo.
Mi personaje es Ilán. Un hombre que luchó junto a su compañera por lo que creía justo. Ante la sensación de que su lucha era en vano y que incluso suponía un riesgo para su familia decidió abandonar la primera línea de fuego y tratar de seguir viviendo lo menos dolorosamente posible. Esto crea en él una terrible sensación de impotencia, contradicción y frustración.
“Somos unos ingenuos. Del otro lado nunca hay nadie, ni el menor eco. Es el desierto”.
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