El Centro Dramático Nacional presenta «Tierra», de Sergio Blanco

Siguiendo la línea de autoficción en la cual el franco-uruguayo Sergio Blanco viene incursionando desde hace ya algunos años, su último texto teatral Tierra es una pieza que gira en torno a la figura de su madre, Liliana Ayestarán, quien en junio de 2022 muere en los brazos del dramaturgo en una Unidad de Cuidados Intensivos de Montevideo. La pieza, escrita y dirigida por el propio Blanco, es la obra que inaugura esta temporada la Sala Grande del Teatro María Guerrero. En ella el creador uruguayo habla sobre la muerte y el duelo. Basada en la propia experiencia del autor tras la muerte de su madre, lleva a cabo una reflexión sobre la ausencia y el lugar que ocupan las personas que se van. Del 10 al 13 de octubre de 2024 con Andrea Davidovics, Soledad Frugone, Tomás Piñeiro y Sebastián Serantes.

En un hermoso y conmovedor homenaje a la memoria de su madre, que fue una reconocida profesora de literatura, el autor da cita a tres personajes que en el pasado fueron alumnos de Liliana. A medida que la pieza va avanzando, entramos en la vida de estos tres seres, todos marcados por la muerte de un familiar: Celia ha perdido a su hijo en un violento accidente de moto, Lucas ha matado a su hermano gemelo a golpes de hacha en un arrebato de cólera y Clara es hija de un desparecido de la dictadura militar cuyos restos todavía sigue buscando hoy en día.

Poco a poco, iremos descubriendo que lo que une a estos seres no es solamente haber sido alumnos de Liliana o las complejas situaciones de duelo que han atravesado en sus vidas, sino que lo que más los une es ser tres personajes teatrales que deben representar sus historias en un escenario.

De esta manera la obra además de hablar del duelo y de la manera en que la existencia se modifica después de la muerte de un ser querido, también habla de la representación escénica proponiendo toda una serie de reflexiones sobre el arte teatral y sobre el complejo tema de la mirada.

En palabras de Sergio Blanco

Si bien escribir este texto sobre la muerte de mi madre fue lo que me permitió en tiempos de dolor, encontrar palabras que pudieran transformar mi tristeza en belleza, sin embargo, debo confesar que su escritura no consistió tanto en un procedimiento literario, sino más bien en una especie de rito ancestral porque fue mi manera de convocar a mi madre muerta. Y esto no es autoficción, sino que es la pura verdad: cada vez que me sentaba a escribir con la fe de que ese acto me ayudaría a traer a mi madre del más allá, increíblemente lo lograba porque a medida que iba escribiendo, poco a poco, podía empezar a sentir su presencia a mi lado. De pronto me di cuenta de que mamá prefería venir cuando huía el día y esa fue la razón por la cual por primera vez en mi vida decidí escribir durante la noche: solía empezar al finalizar el día y terminaba al amanecer.

De este modo, durante las semanas en que compuse este texto, empezaron a suceder cosas extraordinarias en mi escritorio: varios libros cambiaban inexplicablemente de lugar en mi biblioteca, algunas frases se borraban solas de mi computadora, mis lapiceras desaparecían, mis cuadernos de apuntes amanecían con palabras indescifrables que no era yo quien había escrito, etc., etc.… Una noche en que me pareció sentir su presencia, me atreví a preguntarle en la página en blanco de mi computadora si realmente era ella y su respuesta fue inmediata: “¿quién más puede ser?”. Fue así como fui descubriendo el poder milagroso que tiene la escritura para revivir a los muertos. Durante los meses en que escribí este texto, mamá vino casi todas las noches a acompañarme y a escribir conmigo. Muchas veces cuando me encontraba triste, mamá trataba de consolarme asegurándome que estar ahora en el mundo de los muertos era algo extraordinario.

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