Pablo Rosal firma e interpreta en La Abadía «Asesinato de un fotógrafo«, un monólogo dirigido por Ferran Dordal i Lalueza que podremos ver del 13 al 23 de abril.
Siguiendo las pistas de una misteriosa nota seguida de un crimen, el detective privado Julio Romero recorre la ciudad encontrándose con una serie de personajes, todos ellos sospechosos del asesinato del fotógrafo Franz Ziegetribe. La observación y la intuición guiarán sus pasos. Toda escena de un crimen es una puesta en escena. Todo cadáver inaugura un relato. El relato es el discurso del criminal. Desmantelar un relato es encontrarse con el funcionamiento de la vida. De esta manera, asistiremos a un clásico proceso de investigación con todo el regusto del género noir adaptado a las leyes del teatro. El deleite por la traslación de dicho género a nuestro tiempo regado por una poética posmoderna constituyen el núcleo de la propuesta.
En palabras del autor
Asesinato de un fotógrafo es una propuesta que se explica a medida que se despliegan sus capas. En principio, indiscutiblemente, es una visitación (parodia y homenaje) del género noir-detectivesco en teatro y en el siglo XXI. Los códigos, el desarrollo y el lenguaje son los propios del género de forma canónica y convencional, pero es en el dispositivo que se plantea donde la cosa empieza a ganar juego y hondura: la trama se explica con tres elementos visiblemente separados. En primer lugar, hay solo un actor, se trata de un one man show en toda regla, que hará todas las voces de todos los personajes. En segundo lugar, los espacios dramáticos serán fotografías proyectadas al fondo, a la manera del fotoroman. Y en tercer lugar una estación sonora acompañará el devenir dramático con música, ambientación y atmósfera.
De esta manera, de forma deliberada el espectáculo presenta aisladamente palabra, sonido e imagen para poner de relieve el proceso sugestivo y asociativo que es constitutivo del hecho escénico y de su especificidad. Se está apelando a la facultad Alusiva (lo que no está presente) del teatro en una época como la nuestra en que la literalidad está arrasando con la facultad simbólica y evocativa del espectador. Por otro lado, el dispositivo hace partícipe de forma muy activa al espectador en las pesquisas del detective.
Más que nunca un detective en el siglo XXI significa un ser solitario y marginal que observa el devenir de sus conciudadanos con estupor y honda melancolía. Él es una de las últimas formas de vida espiritual. Un poema viviente.
Pablo Rosal