Esta nueva edición mantiene el aire renovador del pasado año y la misma filosofía en su programación: altísima calidad artística, apoyo a formaciones españolas y músicos jóvenes, repertorios poco frecuentes y de enorme belleza, etc. Entre su extensa programación cabe destacar la presencia de Ernesto Alterio y Federico Lechner Trío, Zaruk, La Spagna, Andrés Navarro… Del 2 de marzo al 7 de abril.
La idea de lo transcendente, que esconde una doble y antagónica faceta de miedo y atracción, es inherente al ser humano desde el inicio de todo antes de todo. Se puede asegurar, incluso, que este aspecto ya estaba presente en nosotros antes de ser nosotros, como demuestra, entre otras pruebas, la capacidad simbólica que sugieren los enterramientos rituales realizados por neandertales. Bastantes milenios después, lo desconocido, lo inabarcable o lo inefable no han desaparecido y continúan estando muy presentes en la vida a pesar de los numerosos intentos por desentrañarlos.
Esta esfera de lo numinoso, en palabras del antropólogo Rudolf Otto, y que es anterior al sentimiento religioso, forma parte de nuestra dimensión simbólica y nos conecta con lo que está más allá de nosotros, fuera de nuestros límites. Tiene que ver con la constatación y aceptación de nuestra pequeña existencia ante el universo infinito y con nuestro asombro ante fenómenos simples y cotidianos que circunscriben toda nuestra vida.
Un punto de partida común a todas las religiones y que comienza con diferentes respuestas ante la extrañeza de esos hechos; los ciclos del sol y la luna, la germinación del trigo, la reproducción, el poder invisible del viento, la fertilidad, la muerte, la resurrección anual de la vida… Por eso podemos afirmar, como señala el filósofo Amador Vega, que «la religión es un modelo cultural para abordar lo sagrado, pero lo sagrado no debe limitarse a lo religioso».
Ese concepto más abierto de lo sagrado es con el que se identifica claramente nuestro festival. Empezando por sus fechas de celebración, que no son casuales, entre Carnaval y Semana Santa, en ese tiempo litúrgico que en la tradición cristiana se conoce como Cuaresma, pero que también existía en otras civilizaciones de la Antigüedad. Un periodo del año en el que desde tiempos remotos la presencia de lo sagrado se hacía más evidente, pues era cuando la renovación de la vida regresaba tras las tinieblas del invierno.
Y por ese motivo era también cuando se cambiaba de año. Por ejemplo, en el calendario romano anterior a la reforma del año 45 a.C., que tenía diez meses, como recuerdan los nombres de los cuatro últimos meses del calendario actual, el año nuevo daba comienzo el primer día de marzo, cerca ya del equinoccio de primavera, como era habitual en otros pueblos del Mediterráneo y del Próximo Oriente. Después se añadieron los meses de enero y febrero y se dejó ya instaurada la fecha del 1 de enero como primer día del año. A pesar de ello, en muchos lugares persistieron durante siglos los rituales y fiestas que despedían el antiguo año antes del equinoccio de marzo y con él la oscuridad y el frío invernales, anticipando el inicio de la resurrección primaveral que mantiene el ciclo anual de la renovación cósmica.
Esta concepción cíclica del tiempo, apegada a la tierra y al firmamento, podía variar en matices, pues en cada lugar influyeron determinados hechos históricos, climatologías y entornos diferentes, divinidades distintas y creencias que daban mayor importancia al ciclo solar o al lunar, pero es evidente que la ritualización de este eterno retorno del paso del tiempo, siempre que las condiciones de existencia de sus partícipes fueran similares, ha generado desde el pasado más remoto acciones simbólicas muy parecidas.
Los cuarenta días aproximadamente que dura el festival, a lo largo de los que se programarán los 43 extraordinarios conciertos que presentamos, vienen a recordarnos ese periodo de mayor transcendencia mística del año, una fase inquietante, confusa y purificadora que marcaba el final del invierno aciago y anunciaba una nueva explosión de fecundidad y vida.
Un espacio simbólico asociado a este periodo ritual es el desierto. La atracción por este lugar es mística, pues se consideraba lugar de desolación y aislamiento, de abstinencia y concentración, aspectos fundamentales para conectar con nuestro yo más profundo, con lo sagrado. Una idea que está presente en la magnífica fotografía elegida para la imagen de esta edición, «Oración en el desierto», realizada en 1968 en Barcelona por el artista Eugeni Forcano (Canet de Mar, 1926), Premio Nacional de Fotografía 2012 y uno de los cronistas más destacados de la España de la segunda mitad del siglo XX.
Este nuevo Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid mantiene el aire renovador del pasado año y presenta la misma filosofía en su programación: altísima calidad artística; apoyo a formaciones españolas, con especial atención a músicos jóvenes; repertorios poco frecuentes y de enorme belleza; búsqueda activa de nuevos públicos; una puerta cada vez más abierta al terreno de la experimentación, con una mayor presencia este año de las músicas actuales; y el firme interés de seguir creciendo en la generación de encargos propios, como lo demuestran los numerosos estrenos absolutos que ofrecemos al público en esta edición.
En el diseño de la programación de esta edición del Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid mantenemos los ciclos independientes que tan buen resultado dieron el pasado año y no nos olvidamos de los importantes aniversarios que se conmemoran en 2017, con nombres de compositores como Alonso Lobo, Claudio Monteverdi o Georg Philipp Telemann y del arquitecto madrileño Ventura Rodríguez (con conciertos en algunos de sus mejores trabajos, como la Capilla del Palacio Real y las iglesias de San Marcos y del Real Monasterio de la Encarnación), así como de fechas históricas cruciales como el inicio de la Reforma Protestante en 1517.
El festival sigue creciendo y presenta una oferta musical cada vez más atractiva. Por ello, no sólo mantenemos las líneas de cooperación del pasado año con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y Patrimonio Nacional, sino que nos abrimos a otras instituciones, como el Congreso de los Diputados, edificio construido sobre los restos de un antiguo monasterio y que simboliza dos valores «sagrados» contemporáneos: la libertad y la democracia.
A la amplia selección de iglesias que representan lo mejor del patrimonio histórico madrileño, incorporamos este año por primera vez en la programación del festival dos espacios referentes de la escena alternativa madrileña, la Sala Cuarta Pared y el Teatro del Arte, que vienen a sumarse a los Teatros del Canal, el Teatro de la Abadía, el Real Coliseo Carlos III de San Lorenzo de El Escorial, el Centro Cultural «Paco Rabal» y el CCHSN de La Cabrera como sedes del festival.
Solo nos queda invitar a todos a disfrutar de los conciertos programados, de la extrema belleza que representa el gran misterio al que nos conduce la música, que permite olvidarnos temporalmente del resto del mundo y salirnos de nosotros mismos hasta el éxtasis, escuchando una simple nota, como si estuviéramos contemplando, en palabras del poeta William Blake, «el universo en un grano de arena y el paraíso en una flor silvestre, abarcando el infinito en la palma de nuestra mano y la eternidad en una hora».