¿Ya ha contado las nominaciones que tiene para los Premios Max?
(Risas). Sí, son muchas, son nueve. Estoy muy contento y agradezco mucho a mis compañeros sus votos.
Supongo que el hecho de que la profesión le reconozca de nuevo sube un poco el ego, ¿no?
Es verdad que sube el ego y que te hace sentir bien. Pero la importancia real es para el espectáculo y para el público. La fiesta de los Max, como las de los otros premios del espectáculo, es una fiesta que hacemos con y para el público.
Comparte nominaciones con otro Rey Midas, Miguel del Arco. ¿Hay competencia o todo suma?
Miguel y yo somos amigos, admiro su trabajo y sus nominaciones me alegran muchísimo. Creo que todo suma en pro del teatro.
En los últimos años ha habido un recambio generacional. ¿Ya está asentado o aún hay oportunidades que dar?
Me preocupa ahora la generación que anda por los veinte-treinta. Es una generación muy preparada y hay mucho talento, pero necesitan ayuda y oportunidades.
Esta vez se ha centrado en la dirección y se enfrenta con Samuel Beckett y casi el hito del teatro del absurdo. ¿Qué hay detrás de un texto en el que aparentemente no pasa nada?
Es un tópico falso decir que “Esperando a Godot” es un texto en el que aparentemente no pasa nada. En realidad no paran de pasar cosas. Es una obra muy física, llena de gags físicos y verbales. Puede que lo que pasa no tiene ‘apariencia de importante’ y eso es precisamente lo mágico. Que creemos estar viendo cosas intranscendentes pero que nos están conmoviendo. Ahí está la maravilla de este texto.
Vladimir y Estragón representan el desvalimiento del ser humano en la segunda mitad del siglo XX. ¿Y hoy?
“Esperando a Godot” es necesaria para iluminar los tiempos que estamos viviendo. También ahora estamos esperando a que venga algo o alguien a sacarnos las castañas del fuego. Pero Godot no va a venir. Tendremos que hacerlo nosotros. Y como Vladimir y Estragón, lo sabemos, pero no queremos verlo.
Cuando se estrenó esta obra, casi nadie conocía a Beckett. ¿Qué puesto ocupa ahora en la historia?
Es el maestro del teatro posterior a él. No se entiende el teatro que hacemos sin Beckett. Tampoco el cine, claro. Su influencia va desde Pinter, con el que tenía una relación muy estrecha, a Tarantino. Sin Beckett no existiría la escena ‘del masaje en los pies’ de “Pulp Ficition”.
También estrena en Madrid “La importancia de llamarse Ernesto”, está de gira “Aventura!”… ¿Hay que echarle un poco más de valor ahora?
También para mí son tiempos duros. Todos tenemos que trabajar más, para ganar menos, para que unos pocos, que no trabajan nada, se lleven lo de todos.
Cuéntenos en qué anda ahora.
Estoy armando un proyecto con Juan Cavestany y el productor Coté Soler que me hace mucha ilusión. En julio voy a hacer un taller bastante grande dentro del marco del Festival de Teatro Clásico de Olite.