Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez

 

Hay una realidad aterradora de la que ha sido muy difícil darse cuenta porque hasta hace unos años ni siquiera se hacía la reflexión de que había pocas autoras y pocas directoras. De repente aparece esta realidad y ha caído como una bomba, o sea, decir “es verdad y no podemos negarlo, los números lo dicen”. No es que haya pocas, sino que se ven pocas y se programan pocas, porque es verdad que luego en las carreras literarias y teatrales la mayoría son mujeres.

A mí hay algo que me parece preocupante a nivel sistémico. Por un lado, sobre todo, que centros públicos no tengan un mayor compromiso para asegurar la igualdad y que se vea casi como una afrenta el proponerlo en algunos casos, como se dio en el caso de la propuesta de las temporadas de igualdad por la Asociación Clásicas y Modernas a los Teatros del Canal cuando lo dirigía Boadella y él tuvo una respuesta como un tanto sarcástica al respecto como burlándose un poco del pretendido deseo de igualdad de las mujeres.

Me parece que la Asociación Clásicas y Modernas está haciendo un trabajo increíble a la hora de fomentar esta igualdad. Están haciendo que teatros tanto públicos como privados firmen cartas de compromiso de igualdad. Es decir, que por un lado los teatros aceptan ser evaluados y diagnosticados de sus niveles de igualdad y, por otro, esos programadores que pertenecen a estos teatros firman un compromiso para comprometerse a la paridad, que no significa un 50-50, pero sí un compromiso de mirar en ese sentido.

Particularmente es muy difícil identificar qué viene causado por la discriminación y qué viene causado por el sistema tan complicado del mundo del teatro o por tu circunstancia personal. Nosotras a nivel de autoras y directoras el lugar donde más veces hemos sentido directamente es estando en gira. Te das cuenta de las pocas mujeres que van “solas” en gira cuando un técnico de un teatro te pregunta “¿Pero, venís solas?”. Solas, cómo… O que de repente vaya el programador y le lleve el contrato a firmar al técnico. Hay situaciones muy concretas que por la extrañeza que puede llegar a producir que sean cuatro mujeres viajando y que se pregunten constantemente dónde está el director, pues somos nosotras, es mucho cante. Pero, ¿cómo evalúas cuándo ha sido discriminación? Nosotras como somos una compañía y trabajamos por cuenta propia, generalmente no somos empleadas, sino que es autoempleo, y aunque hacemos trabajos para otras compañías, hemos acabado desarrollando un marco en el que trabajamos mucho con mujeres. Ha empezado sucediendo como casualidad. Nuestro contexto de trabajo general no vivimos esa discriminación a diario. Obviamente, sí que hay circunstancias que se dan complejas en ese punto en el que alguien tiene que comportarse bien porque está tratando con un programador o alguien que ostenta una situación de poder y entonces cómo te relacionas con esa persona y a veces hay circunstancias de género que influyen, pero como mis circunstancias particulares no han sido muy específicas, me cuesta, no quiero generalizar por generalizar.

Es el debate eterno de la discriminación positiva. Yo no me lo tomo necesariamente como un acto condescendiente. Es más, debería empezarse por igualar los jurados, porque obviamente los premios a hombres son generalmente entregados por jurados formados mayormente por hombres. Aunque yo no soy muy partidaria de la cuota fija, sí que soy partidaria de mirar qué está pasando para darse cuenta de mecanismos que quizás nosotras mismas ni siquiera nos damos cuenta de que los tenemos. Muchas veces el no querer ver la discriminación es porque uno piensa que no es parte del sistema machista, decir, “yo no. Lo que pasa es que no hay mujeres que trabajen en el teatro”. Claro que las hay, lo que pasa es que es una relación paternalista, condescendiente con ellas. Otra cosa que nos pasa a nosotras mucho: en el caso de la obra que estamos haciendo ahora en el Lara somos dos directoras y automáticamente todos los periodistas que nos hacen entrevistas siempre nos mencionan como actrices, exclusivamente, y tenemos que pedir en muchos casos que expliciten que somos directoras. Parece que es más fácil asociar a la mujer con la idea de actriz que con la de directora. No sé a qué se debe, pero algo hay en los prejuicios identitarios que tenemos.

Para mí la mejor herramienta de cambio es lo que está haciendo Clásicas y modernas, me parece de verdad excepcional. Para empezar debería ser obligatorio que todos los teatros, al menos los públicos, se abrieran a esta iniciativa. No cabe en ninguna cabeza que no lo sea. Que digas “vamos a hacer un diagnóstico de cuánto programas en tu teatro, de cuál es el ratio de mujeres y de hombres, vamos a analizarlo y vamos a ver si se puede mejorar” y firmar esa carta de compromiso me parece indispensable. Es simplemente abrir la mirada al trabajo hecho por mujeres. El argumento primero es “nosotros miramos sólo la calidad” y no es verdad, no se puede sólo mirar la calidad. Yo creo que es la iniciativa en la que más creo y creo que están cambiando las cosas. El CDN la ha firmado, muchos ayuntamientos también. Se está abriendo el camino.

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