¿Qué inspiró a Arthur Miller para escribir “Las brujas de Salem”?
Él fue uno de los interrogados por el senador McCarthy en la llamada caza de brujas en los años 50, cuando se pensaba que se acabaría con el comunismo incipiente a base de capturar rojos y encerrarlos. Esto produjo toda una corriente de traiciones, de círculo de miedo y de silencio muy importante en el mundo de las artes y el cine. Todo ese rebrote de fascismo me recordaba mucho a lo que está sucediendo ahora en el mundo también, aparte de ser una grandísima obra de teatro donde muchos otros temas están en cuestión: la propia dignidad del ser humano, las relaciones de una comunidad…
¿Cómo ha enfocado la puesta en escena?
El montaje es muy respetuoso con el original, pero he intentado hacer una recreación atemporal. Me he basado en que todas estas comunidades puritanas que crearon los EEUU son casi sectas que han conservado hasta hoy una misma estética, aparte de unos principios éticos y religiosos muy conservadores donde el hombre es severo, la mujer está muy al servicio esencial de la familia, la libertad de expresión no existe… algo que los españoles hemos conocido muy bien durante el franquismo. Cualquier época de represión moral y religiosa se parece.
¿Cómo se plasma esta caza de brujas en la pieza?
El poder siempre utiliza el miedo para intentar imponer su ley. En este caso, la anécdota es increíblemente elocuente: unas niñas jugando en el bosque a lo que se podrían denominar juegos prohibidos –puesto que la manifestación de la sexualidad estaba prácticamente prohibida– es la excusa para generar toda una corriente de brujas. Con la excusa de la presencia del demonio de Salem, el objetivo es poder quitarse del medio a cualquier persona o elemento subversivo que suponga un peligro para los que tienen más poder. Al final siempre hay un problema de codicia debajo. En EEUU pasó más o menos lo mismo. La manera en la que se lleva a cabo esa represión, esa corriente de detenciones y de obligar a delatar a tu compañero para salvarte, es un método digno de estudio.
¿Cómo son los protagonistas?
El título original es “El crisol”, una metáfora del proceso de acoso y derribo que le hacen al protagonista John Proctor, que es una roca intentando conservar su propia dignidad y principios, un campesino que decide contar la verdad. Ante él, como el gran antagonista, está el gobernador Tanford, representante de la ley y, en este caso, de la Iglesia, porque las sociedades puritanas eran teocráticas: Iglesia y Estado eran una sola cosa. Él es el que acusa, el que intenta solucionar y descubrir al mayor número posible de brujas. También hay un personaje más relevante todavía: el propio Salem, esa comunidad es la verdadera protagonista. Hay algo muy contradictorio en Salem: este deseo de trabajar en comunidad por un mundo mejor frente a la represión, que es mucho mayor que los objetivos para los que está hecha. Con lo cual, acaba en desastre, en tortura y en caza y quema de brujas cuando casi todos saben que no existen.
Represión, miedo… ¿qué otras sensaciones se respiran en la pieza?
La imposibilidad del amor. Intentaban crear un sitio de amor y liberación y crearon una cár-cel de tortura. La obra es muy oscura en ese sentido, muy dura, pero muy emocionante. Vemos la lealtad entre John y su mujer, cómo intentan huir de esa quema, de la muerte.
El momentos más impactante…
El juicio. La pieza gira en torno a la presión en los interrogatorios a un grupo de cinco niñas que temen por su vida. Unas niñas que, al final, van a decir lo que tú quieras que digan si consigues aterrorizarlas. Ya sabemos que con el terror se consiguen muchas cosas. Pasamos de una trama muy interesante, casi policíaca, de qué es lo que ha sucedido con esas niñas en ese bosque, si de verdad o no está el mal entre ellas, a un thriller judicial.