Tóibín nos presenta a María como una sencilla mujer. ¿Es más fácil imaginarla así que totalmente resignada?
No, creo que el planteamiento de Toibin hace que veamos a una mujer con la que es mucho más fácil identificarse. Sufre las mismas angustias, el mismo dolor que sufriría cualquier madre ante la pérdida de un hijo. Nos la acerca, nos la baja a la tierra y eso hace que empatices con ella con mucha más facilidad.
Al fin y al cabo, la María desacralizada de Tóibín es la primera escéptica en cuestionar las enseñanzas de su hijo… ¿En qué lugar coloca eso a la madre de Jesús de Nazaret?
Desde luego fuera del contexto de los Evangelios. Toibin plantea la posibilidad de que ella no siguiera las creencias de su hijo. Antes de que Jesus se entregara a sus creencias, ella no era más que una mujer judía que cumplía con el ritual judío.
Háblenos un poquito más de ella, del lugar desde el cual recuerda todo.
María está en el exilio, después de huir de Jerusalem, cuando comienza la persecución de los cristianos. Vive sola en Éfeso y dos discípulos de su hijo se encargan de cuidarla y, como dice ella, “interrogarla”. Cuando empieza la función, la encontramos conversando con ellos y, finalmente, ese día, contará toda la verdad. Ya solo quiere morir, descansar y dejar de sufrir. En esa confesión final, transita por toda la historia de su vida. Desde los días felices con su esposo y su hijo pequeño, hasta la muerte de este.
¿A qué nos enfrenta Colm Tóibín con este testamento?
Creo que lo más interesante es que plantea otra posible visión de la historia. No categoriza, simplemente plantea otra posibilidad.
María se me antoja un personaje harto complicado. ¿Cómo ha sido este encuentro entre ambas? ¿Qué fue lo primero que pensó cuando terminó de leer esta obra?
Lo primero que pensé es que tenía que hacerla!! Me fascinó desde el primer momento. Y, a pesar de que de primeras da susto pensar en encarnan un personaje tan… intocable, me acerqué a ella como a una mujer, sin más. Tratando de entender sus razones, sus emociones y sus actos. Así es como la plantea el autor y así la hemos abordado. Ha sido un encuentro plácido y feliz.
El texto es, además de una auténtica joya, una soberbia muestra de poesía, pero también un monólogo desgarrado y muy duro. Pero, ¿qué es lo más duro que dice María? ¿Cuál es la cruz que arrastra ella?
La culpa, sin duda. La culpa que le genera no haber estado cerca de su hijo en determinado momento.
Supongo que desde el principio sabían que habría gente que no vería con buenos ojos esta nueva mirada de la Virgen María porque el texto pone en duda los Evangelios y se aparta de la espiritualidad. ¿Podría ser entendida como irreverente?
Obviamente, para alguien que tiene fe en los Evangelios, esta opción le va a resultar, cuando menos, increíble. Pero objetivamente, fuera de la fe, los Evangelios no cuentan hechos probados. Nadie, sin fe, puede afirmar que lo que allí se dice fue así y de ninguna otra manera. Y, con respecto a la espiritualidad, yo creo que está tremendamente presente en el texto de Toibin. Todo su dolor, toda su angustia, su miedo, todo lo que la hace humana, es pura espiritualidad. He tenido la oportunidad de hablar con personas creyentes que han visto la obra, y han conectado perfectamente con ese dolor humano de María, más allá de que crean o no en los sucesos que cuenta la obra.
¿Cómo ha sido el trabajo con el director, Agustí Villaronga, que tras la archipremiada “Pa negre” debuta como director teatral?
Maravilloso. He tenido la oportunidad de conocer a un ser humano de una sensibilidad exquisita, tremendamente trabajador, que escucha, que te acompaña, que te cuida y que tiene una magnífica inteligencia emocional. Ha sido fácil caminar de su mano y creo que ha hecho un excelente debut como director teatral.
Él ha dicho que esta pieza tiene su importancia en el contexto actual porque muchas personas se embarcan en guerras por ideales sin pensar en que sus cuerpos serán devueltos a sus padres sin vida. ¿Qué reflexión final saca Blanca Portillo?
Exactamente esa. Y añadiría que uno siempre debe asumir sus errores, encararlos, hacerles frente, mirarlos con honestidad para que no se nos pudran dentro.
La primera obra que vio Blanca Portillo fue… ¿la recuerda?
Uf… “Cinco horas con Mario”… hace muchos años. Con Lola Herrera.
¿Y la última que ha visto, que le ha emocionado de verdad?
Por último, entre sus proyectos más inmediatos regresa a la CNTC con un “Don Juan Tenorio” cuya versión firma Juan Mayorga. La citamos para entonces, pero solo una cosa antes. Tras el éxito monumental de “La vida es sueño”, ¿cómo cree que va a ser el reencuentro con ese escenario del Teatro Pavón?
Esta vez no estaré en el escenario, así que será, con seguridad, una sensación nueva. Pero me ilusiona mucho. Dirigir es una aventura increíble que estoy disfrutando mucho y creo que seré muy feliz viendo este Tenorio sobre las tablas de ese teatro en el que he vivido una de las experiencias más hermosas de mi carrera y de mi vida.