Nos colamos en un ensayo de este gran teatro. Inconsciente o no, más tarde nos lo dirá, Carlos Saura se hunde en su butaca. Sombrero calado y bufanda al cuello. Llueve fuera. Dentro, el maestro acompaña a capella la canción de Mercedes Sosa, “cambia todo en este mundo”, mientras no pierde ripio de ese plano general que para él es el escenario. Deformación profesional. Echa de menos mirar a través de la lente. Pero eso también nos lo confesará después. Nos cuenta su hijo que ha sido implacable con los actores, pero se nota el cariño que se respira. Cercano, risueño, “contesto a lo que sepa”, nos dice. Seguro que Calderón le hubiera asignado el papel de la humildad. La de los maestros.
¿Cómo se siente alguien que ha dedicado décadas al cine en el teatro?
Estupendo. Me gustaría meterme en cada uno de los personajes. Es un trabajo precioso y mucho más cómodo que el trabajo del cine. Necesitas una mesa y estás ahí dirigiendo: ‘más fuerte, más a la derecha, a la izquierda’. Para un director el cine es mucho más neurótico.
¿Hay que mirar distinto?
Hay que mirar un plano general (risas). Es un plano general que dura una hora y pico. El problema es cómo articular ese plano general para que sea atractivo.
¿Hay que ser muy valiente, muy inconsciente o un maestro para debutar con “El gran teatro del mundo”?
Inconsciente (risas). Pero es que si no, a mí me aburre mucho. Yo no voy a hacer una obra de teatro costumbrista porque no me apetece nada. Esto ha sido un invento divertido, entretenido, de donde puedes sacar cosas y puedes trabajar con proyecciones, puedes trabajar con la luz…
También parece arriesgado un auto sacramental para el siglo XXI.
Aunque es una obra preciosa, me parece a veces muy farragosa. La he visto en varios escenarios y cuesta trabajo. Y siempre tiene esa cosa de la Eucaristía, de iglesia… A mí que soy agnóstico me pilla un poco lejos.
Entonces…
Me ha fascinado siempre por lo que tiene de invención maravillosa. Eso de que las personas son seres técnicamente normales pero tienen que representar un papel con el que están contentos o no. Calderón en esto es muy cristiano: dice que el problema no es el papel que tú representas, sino cómo lo representas. Lo cual es un poco una argucia porque el pobre va a ser siempre un pobre.
Menuda tesis.
La tesis es un poco terrible, pero la idea de que los personajes representen otras cosas es preciosa. Y yo he llevado eso más lejos para que haya realmente una revolución de los personajes frente al autor soberano.
¿Qué papel le habría asignado a usted Calderón?
Me hubiera expulsado de la obra (risas). Habría dicho ‘este mentecato cómo se atreve a tocar esta obra que he hecho yo tan maravillosa’. Porque supongo que Calderón debe estar muy orgulloso de esta obra… o igual estaba también preocupadísimo porque no le fuera a gustar a nadie (risas).
Ha dicho en alguna ocasión que no podría separar el cine de su vida.
Te voy a decir una cosa con total sinceridad, cuando bajo ahí y estoy al lado de los actores echo en falta el cine. Mientras estoy sentado no, es un plano general, pero cuando bajo y los veo de cerca interpretar me da pena no tener una cámara, no captar esos gestos que desde lejos se pierden.
No es lo que se suele decir.
Esa sensación de proximidad del actor nunca la tienes en un teatro. Es una pena. El teatro es siempre lejano, no lo puedes tocar. En el cine casi puedes tocar a los actores. Dicen que con la imaginación puedes saltar por encima de las butacas… mentira (risas).
Y cuando baje el telón de la vida, ¿qué papel le daremos a Carlos Saura?
Me importa un pepino, no me preocupa nada. Soy un aventurero, pero con la imaginación. Con la imaginación puedes hacer lo que te dé la gana y eso es el teatro.