¿Cuántas alegrías le está dando este alcalde?
Todas, me ha dado todas las alegrías que puede dar el teatro a un actor. La primera y fundamental me la da Helena cuando me elige para hacer esto porque yo salía del cine y quería volver al teatro de una manera así gloriosa, de teatro abierto, nuevo y con un gran texto que, además, ya lo había hecho magníficamente un gran actor que yo vi cuando acababa de llegar y a eso le he dado mi punto de vista, el hombre campesino que soy, y a partir de ahí yo creo que he encontrado todo alegrías. Hasta la falta de premios ha sido una gran alegría.
Nos decía hace algo más de un año, cuando se estrenaba esta obra, que estaba feliz, agotado y con muchísimos nervios. ¿Y ahora? ¿Se han aplacado los nervios?
Sí, afortunadamente ya tengo más dominio (risas), pero los nervios son fundamentales creo yo para poder enardecer un poquito el trabajo y estar atento y en guardia y, además, que yo creo que de ahí sale el duende.
Van a volver esos nervios entonces a Madrid…
Sin duda, claro. Hemos estado de gira, la gira son cada quince días, y cada vez en cada lugar es casi casi un estreno y afloran los nervios. Pero ya hay un terreno, una rutina cogida entre cajas y la función ya sabemos que va y qué se engancha y qué imágenes traen una a la otra y esa sensación hermosa de que sabes cuándo empieza pero no sabes cuándo acaba ni te importa porque sabes que poco a poco esas imágenes van trayendo una a la otra hasta concluir una función que gusta mucho al público.
¿Qué ha aprendido en este tiempo de “El alcalde de Zalamea” y de Calderón que antes no sabía?
También he aprendido muchísimas cosas. Primero he visto una función en la que todo el mundo se empeña en que es una historia sobre el honor, pero es una vez más una versión tamizada por el interés que tienen muchas veces los poderes fácticos para que hablemos de las cosas desde otra perspectiva. La auténtica verdad es que el honor es una forma de organizarse también un pueblo cuando la ley está tan lejos que debes vivir al margen de ella y en ese momento el honor no es como hoy, es una organización social y como tal una vez que el honor ha sido pisoteado, es decir, la ley de un pueblo, de una zona muy concreta, hay una lucha de clases clarísima entre el poder y las clases más desfavorecidas que viven bajo la bota casi siempre de ese abuso. Entonces, a mí me parece que es más una obra en verso, pero una obra social. Eso es una cosa que he aprendido haciéndola todos los días y que hoy me apasiona mucho. Y en segundo lugar he visto lo que es el verso y cómo funciona ese mundo de hojarasca barroca en la que se convierte en un fenómeno de seducción imposible de resistir, que nos lleva y nos atrae y que son los versos los que imponen unas imágenes que nos llevan más allá de lo que es la ordenación de acontecimientos. Tiene una estructura propia y tiene que ver con esas imágenes que evocan espacios y mundos mucho más sensoriales, que están más profundos y que hablan fundamentalmente de nuestro corazón y de nuestras inquietudes. Y en esa belleza yo he encontrado un verso que cada vez me parece más sugerente y que me aleja sobre todo de esa sensación que hoy hay de arbitraria de lo real y que nos lleva a un estado mucho más enardecido. Y luego pues que de repente he descubierto que el verso es puro surrealismo y a mí eso me fascina porque creo que es un lugar desde donde yo quiero contar, es una forma de estilo y de punto de vista más interesante que el neorrealismo que tenemos ahora mismo en todos los ámbitos culturales.
Recuérdenos un poco a su personaje, ¿quién es y cómo es Pedro Crespo?
Es un hombre de campo y que tiene la sabiduría del hombre de campo. Es un hombre con poder porque tiene una enorme y extraordinaria seguridad en sí mismo y una fe ciega en sus ideas. A mí la gente con mucha fe en sus ideas me da un poco de miedo si no las cuestiona de vez en cuando… Hay algunos momentos donde apunta cierto cuestionamiento de sí mismo, pero en general yo creo que es un hombre que se fagocita demasiado a sí mismo por culpa de estar demasiado seguro de sus propias definiciones. Pero, por otro lado, yo creo que es un hombre de una enorme sencillez y que aborda los grandes problemas con esa sencillez y eso le hace entrar en contradicción. El descubrimiento de este hombre a diario a mí me parece un reto fascinante. Es un hombre que se parece mucho a mi padre y que de algún modo entronca, también por su forma de entender el mundo, el campo y la naturaleza, con un pasado que afortunadamente en mí aún no está muerto y que es la tierra.
Una frase de Pedro Crespo que le produzca especial placer pronunciar es…
De la obra lo que más me gusta de Calderón es todo aquello que se parece a Lorca, que es ese mundo misterioso. Hay un momento: «La tierra que piso me ha faltado». Cuando alguien tiene debajo de los pies una tierra que te falta es que ahí estás entrando en una crisis existencial que evidentemente no se desarrolla en esta función, porque va mucho más directa hacia la trama, pero que sin embargo a mí ese es uno de los versos que más me gusta decir porque me parece muy evocador y muy lorquiano.
En 1990 un joven Carmelo Gómez se pone a las órdenes de, nada menos, Miguel Narros para interpretar a Don Alonso en “El caballero de Olmedo” con la CNTC. ¿Qué significó para usted y qué recuerdos tiene de aquel montaje?
Ufff. «El caballero de Olmedo» es de un lirismo extraordinario. Es cien por cien poético, yo creo que ahí la trama sí es completamente secundaria, pero la trama nace de un romance, igual que esta historia, que se va contando de pueblo en pueblo, y yo creo que aquello… Yo estaba muy superado por aquella realidad y, sin embargo, da igual, vuelvo a decirte lo mismo, sabemos cuándo se empieza, pero no sabemos cuándo ni cómo se acaba, entonces la maravilla es que yo entraba ahí y entraba en un temblor y como un temblor lo recuerdo todavía, porque no sé muy bien qué hice, pero sí se que temblaba a diario y que estaba complentamente traspasado por esa función que todavía hoy recuerdo y en mis talleres de verso que hago por ahí una de las obras que trabajo, además de «El perro del hortelano», es esa.
Y ahora que lleva un añito dentro, ¿cómo ha visto cambiar a la Compañía?
Ha cambiado mucho la compañía afortunadamente o no, no lo sé. Porque cualquiera sabe qué es lo mejor, pero lo sí he visto es que hay un tratamiento de todos estos años del verso en el que se está todavía encontrando y definiendo qué es y cómo es una tradición perdida y tratando de buscar y yo creo que están ya muy cerca de tener una seguridad de cómo hay que abordar el verso y cuáles son los retos que el verso tiene a diario. Porque no es una cosa que se sabe como dicen los ingleses, 'esto es así y ya está', los ingleses han sido muchas veces cuestionados y ellos mismos han aceptado ese cuestionamiento a regañadientes y eso es lo que les hace progresar y nosotros estamos en ese camino, unos cuantos años por detrás, pero reconociendo y entendiendo que el verso es una forma de expresión tan natural como cualquier otro naturalismo, si no más, porque yo creo que es el lenguaje de los sueño. Y yo creo que eso lo está aprendiendo el clásico y la Compañía, aparte de que es mucho más joven, tiene muchas ganas de investigar y de meterse en esos asuntos. Y yo creo que Helena ha sido un clavo al que todos nos agarramos porque ella ha hecho un esfuerzo muy grande por mantener esa idea de la Joven Compañía, el trabajo permanente de investigación, de la creación de nuevos actores desde abajo, desde el origen de su formación, para que luego cuando tengan una edad puedan llegar a ser como son los grandes que están ahora ahí, que en su día eran de la edad que yo tenía cuando hice «El caballero…» pero que ahora están ahí como son Joaquín Notario y compañía. El esfuerzo que está haciendo ahí Helena y todo lo que se está haciendo va a ir dando cada vez más buenos resultados.
¿Qué proyectos tiene ahora? ¿Qué le gustaría hacer?
A mí me gustaría una vida en torno al verso. Eso así podía ser el titular (risas) porque el verso me parece un beso. Sí que me gustaría continuar, pero el teatro clásico es una institución que cambia constantemente y que tiene sus objetivos y no sé hasta qué punto puedo llegar a ser yo un objetivo para allí, pero sí que me gustaría eso. Y me gustaría poder meter en el teatro clásico a Lorca y Valle-Inclán, eso sería un objetivo para 2017, incluso que abarcaría el 2018, 2019 y 2020 (risas). También tengo la idea de hacer un Lorca, pero un Lorca enloquecido, por ejemplo «La casa de Bernarda Alba» o «Bodas de sangre» elevadas a ese estado onírico en que vivía Lorca sí que me gustaría hacer.