Todo comienza con un “tengo un encargo para ti”. Y a partir de ahí, ¿a qué nos vamos a enfrentar?
Es un duelo entre dos personajes: un tío que lleva mucha mochila en su espalda, que se presenta para presidente y tiene que pedir un encargo a un joven delfín del partido que, en principio, continúa creyendo en la política. Es un juego de espejos en el que nadie es lo que aparenta.
¿Es un buen momento para este texto? ¿No estamos cansados de estos temas?
El teatro siempre es una buena herramienta. La gente está saliendo a la calle porque empezamos a estar un poco hartos de lo que está pasando. Emilio y yo tenemos la suerte de poder decir este texto cada noche y de hacer una reflexión en torno a todo lo que está pasando.
Ha dicho que ha sido liberador escupir todo lo que dice la obra en el escenario. ¿La interpretación es terapéutica?
Siempre lo es. Al final uno se tiene que enfrentar a sí mismo y a las preguntas que se hace como individuo. Si a cualquier persona que pasa por la calle le das un micrófono y le dejas opinar, tendrá algo que decir. En ese aspecto, Emilio y yo contamos con un gran texto que habla por nosotros.
¿Para qué tiene un actor poder absoluto?
¿Los actores? (risas). Nos queda el arte de la palabra y el poder transmitir eso a los espectadores. No sé si se puede considerar un poder o no.