¿Puede contarnos uno de sus primeros recuerdos que tengan que ver con la interpretación?
Por suerte he estado ligado al teatro desde que soy muy pequeño. De hecho, cuando estaba en el colegio en Tenerife, con 9 añitos yo creo, fue la primera vez que me subí a un escenario porque me encantaba hacer las funciones de fin de curso y creo que en el final de 6º de EGB hice «Mariquilla, la pelá» en la función de fin de curso.
¿Qué diferencias hay entre un actor autodidacta y un actor que se ha formado en una escuela?
Esta es una profesión tan amplia y en la que el talento individual puede aportar tanto, en la que el resultado no siempre se nota si un actor ha pasado o no por una escuela.
En el resultado esta es una profesión tan especial en la que no siempre en el resultado se nota la procedencia de los actores, si ha pasado por una escuela o no. A la hora de trabajar, en mi caso por ejemplo, agradezco mucho haber estado en una escuela porque te enseñan una forma de enfrentarte al personaje, de enfrentarte al trabajo, tú mismo en cada escena que vas pasando en la escuela vas descubriendo cosas tuyas como actor que te ahorras enfrentártelas cuando ya estás trabajando profesionalmente, que te enseña más a trabajar hacia el resultado y en la escuela te enseñan más a trabajar hacia profundizar en el personaje. Yo creo que la gran diferencia de haber estado en una escuela o no es la experiencia previa que te da a la hora de afrontar cualquier proyecto.
Cuando uno toma la decisión de ingresar en una escuela, ¿qué ha de tener en cuenta a la hora de elegir una u otra?
En mi caso era muy joven y me dejé llevar por la sensación que me dio la escuela. Yo entré en una escuela en la que me gustó la energía que había, me gustó la gente que me encontré en las pruebas de acceso y eso me sirvió. Ahora que soy mayor, buscaría bien la temática que trata, si trabajan bien la voz, si trabajan bien la dicción, dramaturgia… Si al final la escuela te ofrece una preparación de 360 grados en la que no solamente te enseñan a interpretar encima de un escenario, sino que te enseña a querer esta profesión, te enseña a ser curioso tú y a ser también autodidacta en esta profesión, te enseña todos los estilos en los que se puede trabajar aunque no los practiques todos. Entonces, son una serie de requisitos que cuando uno tiene 16 o 17 años no sabe y se deja llevar más por el instinto pero que yo ahora si fuese un familiar mío o un hijo mío se lo pondría sobre la mesa.
¿Qué le atrapó a usted de la Escuela de Interpretación Cristina Rota?
Lo mío fue más bien intuición. Es verdad que cuando yo llegué a Madrid hace veinte años era una de las escuelas que todo el mundo te recomendaba junto con la RESAD, con Corazza y alguna más, pero de todas las escuelas en las que hice prueba, que por suerte me cogieron, me quedé con Cristina Rota porque me gustó el trabajo que hicimos en las pruebas de acceso y me gustó mucho la energía que había en la escuela, notaba un lugar relajado, ese patio interior me enamoró desde el primer momento y aparte me gustó lo que planteaban en las pruebas, me gustó cómo se acercaban al personaje, que era algo que a mí no se me había pasado por la cabeza hasta ese momento.
¿Cómo describiría la línea pedagógica del centro?
La línea pedagógica de Cristina Rota en el momento en el que yo entré, porque han pasado veinte años y supongo que algo habrá cambiado, sí que sentí que había una profundización en la materia del actor y del teatro y del ser humano a la hora de enfrentarse a los textos. Me refiero a que teníamos clases de dramaturgia, clases de voz, clases de producción… que al final te hacían sentirte muy responsable de cada acto y de cada decisión que tomaras en la profesión. Y a mí la parte humana me llamó mucho la atención, que siempre se trabajaba todo desde el ser humano que hay debajo del personaje, o sea, realmente recuerdo el trabajo del punto de vista sobre cada escena que hacíamos, qué queríamos contar en cada momento y qué podías aportar de ti para la escena o el personaje que estabas haciendo. Siempre hay algo que se puede aportar a cada personaje y siempre hay algo que cada personaje te aporta a ti. Y a mí esa parte humana a día de hoy la agradezco mucho y me ha reposado muy bien en el tiempo.
¿Cuál es la lección más importante, esa que le ha salvado cientos de veces, que aprendió en esta escuela?
Trabajar de verdad, el aquí y ahora. Al final, en cualquier trabajo que he hecho en estos años el estar de verdad en cada situación y el ser honesto conmigo mismo en cada trabajo, si había buen ambiente que eso pasara por mí, si había un director muy bueno… Sobre todo intentar no forzar nada en ninguno de los personajes ni en ninguna de mis decisiones como actor y luego profesionalmente a la hora de elegir proyecto tiene mucho que ver con mi recuerdo de la escuela, que es al final siempre apostar por ser honesto con uno mismo.
Alguna anécdota….
Mi primera vez en «La katarsis del tomatazo» yo no lo sabía y había un amigo mío que vino a verme y me metió un tomate en el cogote (risas) que yo creo que es el dolor más grande que he sentido encima del escenario y yo pensaba que me lo había tirado alguien. Entonces estaba hundidísimo, de hecho el número salió muy bien, fue de los pocos tomates que nos tiraron, y el número luego se quedó fijo en katarsis. Pero ese momento en el que recibí un tomate muy fuerte en mi cogote me sentó como una patada en el culo y luego sentí un alivio muy grande porque descubrí que era de un amigo (risas).