Entrevista a Amelia Ochandiano en Mujeres a escena

Dice Virginia Woolf en “Una habitación propia” que “hay que ser un hombre femenino o una mujer masculina. Tener una mente andrógina que transmita emociones sin impedimento. Creativa, incandescente, indivisa… como la de Shakespeare”. Como la de este puñado de mujeres valientes, trabajadoras, incansables, empoderadas, artesanas de un oficio que aman. Escritoras, directoras, actrices, productoras, escenógrafas, figurinistas… Con ellas hemos charlado de la profesión, de sus luces y sus sombras, de sus comienzos, de su presente, de todo aquello que las ha traído hasta aquí y del camino… Del que han recorrido y del que aún les (nos) queda por recorrer… Os dejamos una pincelada de todo lo que nos han contado. Podéis encontrar las entrevistas completas en nuestra web www.revistateatros.es. Por VANESSA RAMIRO
Actriz, bailarina, directora y productora, Amelia Ochandiano fue la primera mujer en dirigir en la Zarzuela, donde en 2007 montó “Las Bribonas”. Ha dejado su firma en montajes como “La del soto del parral”, “La revoltosa”, “Lúcido”, “Casa de muñecas”…   
A finales de  marzo estrena en el Español “La bella Dorotea”. ¿Cómo definiría esta obra y qué podemos leer entre líneas, de qué habla?

Es una función de Mihura con un personaje muy potente, como tantas mujeres de Mihura. Es una obra que nos habla de qué dirán, de las apariencias, de la convivencia que se vuelve malsana, de los propósitos que uno no puede llegar a cumplir por los chismorreos, por el qué dirán… Está situada en los años 70 en un pueblo del norte de España, pero como todas las obras de todos los grandes se convierte en algo universal.

Dorotea es una heroína que se rebela contra lo que está establecido de una manera muy peculiar y se enfrenta a todo el pueblo, a la represión que hay en todo el pueblo y, como dice ella, a los conservadores tomando una decisión que de alguna manera les pone un espejo a todos. Es un canto de rebeldía frente a las sociedades represoras.


¿Cómo es el Mihura que firma esta obra?

Mihura siempre baraja mimbres muy parecidos, quizás excepto en lo primero que escribe, “Tres sombreros de copa”, que está más intrincado en el surrealismo, en toda su producción tiene un poco lo mismo: crítica, ternura, parte del absurdo tan español, tan nuestro, con un lenguaje que reconocemos enseguida, que es muy nuestro… Luego de ahí ha salido toda la generación de Azcona, Berlanga… que ha hecho un humor con ese punto de absurdo pero a la vez tan coloquial, tan arraigado en el día a día,. Él tiene esa parte cínica, pero también esa parte melancólica que me gusta rescatar de sus obras.

Mihura juega con eso, tiene un vuelo poético muy importante en su escritura dramática, tiene una parte siempre de melancolía de los personajes, que suelen ser inadaptados, sobre todo las mujeres.


¿Cómo son las mujeres de Mihura?

A pesar de que él, por lo que sea, tuvo fama de misógino, los grandes personajes de sus obras son mujeres, “Maribel y la extraña familia”, “¡Sublime decisión!”, “Ninette…”, todos estos son personajes femeninos y todos tienen un poco lo mismo, les ha tocado vivir en una época en la que ellas no se adaptan de alguna manera, son mujeres que guardan todas una especie de melancolía, también en “El caso de la mujer asesinadita”, que dirigí hace unos años, melancolía porque no se sienten integradas, no se sienten queridas, protegidas por la sociedad en que les ha tocado vivir. Las grandes protagonistas de sus obras son mujeres.


Salvando las distancias, sus obras son al final un retrato de una sociedad concreta, pero ¿nos vamos a ver reflejadas en esas mujeres? ¿Esa sociedad ha cambiado mucho?

Hay cosas que sí, que han cambiado mucho y cosas que no. La anécdota de la función, que es una mujer que se va a casar y la dejan al pie del altar porque su novio se ha ido del pueblo en el último momento por las habladurías, porque no soporta la presión, porque ella es la más rica del pueblo, ella decide no quitarse nunca más el traje de novia hasta que no encuentre a alguien para casarse cuando en realidad al final te va a explicar que lo hace para recordar al pueblo lo que le han hecho. Con el hecho de la importancia que significa casarse, no, estamos en otra época, pero con todo lo que le pasa a ella en general y cómo se siente de no estar segura de que la puedan amar porque no se siente adaptada, se siente fuera de la norma y no se cree cuando le llega el amor que vaya a ser verdad, con eso sí, es uno de los mensajes de la obra que es universal.


¿Por qué hace teatro Amelia Ochandiano? ¿Qué es el teatro para usted?

La verdad es que desde hace unos años se ha convertido en mi forma de vida, mi vocación se ha convertido en mi vida, estoy consagrada de alguna manera a esto. Yo empecé como todos, buscando algo para agarrarse a la vida de una manera orgánica y apasionada y desde siempre me llamó la atención el mundo del teatro y de la danza. Hasta que vi un espectáculo hace mucho tiempo, en los 80, que dirigió Antonio Llopis, “El diario de un loco”, y me di cuenta de que era eso exactamente lo que estaba buscando. A partir de ese momento me he consagrado, he hecho un poco de todo, como actriz, como productora, como técnico… (risas) y ahora estoy más centrada en la dirección. Encontré el camino y aquí estoy.


¿Y cómo lo ve, cómo siente su pulso en este 2022? ¿Cómo se ve el teatro desde el patio de butacas como directora?

No sé qué decirte… Yo tengo muchos años y he visto muchísimo, además voy bastante al teatro y veo cosas que son muy interesantes y que no había visto nunca, la mayoría de las cosas no me sorprenden y lo que sí echo de menos es que las producciones estén más cuidadas.

Desde que empecé de cero haciendo el primer montaje que hicimos en la compañía siempre hemos cuidado muchísimo las producciones y yo como productora, que he estado hasta el 2016 produciendo mis propias obras hasta que ya tuve que parar porque la crisis ya me agotó las pilas para hacerlo todo, sí echo de menos que las producciones tengan más medios, más dinero. Creo que la profesión ahora mismo está muy precarizada, se están cobrando los sueldos que se cobraban hace diez años y tampoco sé muy bien por qué, porque ahora mismo no estamos viviendo una crisis tremenda. Las producciones se están acostumbrando, el teatro se está acostumbrando a vivir con la precariedad, a convivir con ella y estoy absolutamente en desacuerdo y me da mucha rabia. Sí echo mucho de menos no que las producciones tengan más dinero, sino que tengan lo que necesitan y que estén cuidadas.

Y quizás sí que he notado, al menos a mí me pasó, después de la pandemia, después de meses encerrados, cuando abrieron los teatros, la primera vez que fui que yo estaba muy emocionada y todo el mundo en la sala estaba muy emocionado. Cada vez noto que a pesar o quizás por las plataformas y un bombardeo audiovisual, corto, inmediato, el teatro está saliendo favorecido, porque yo estoy viendo en el público un agradecimiento muy importante cuando el trabajo está bien hecho. Yo creo que se agradece casi más que nunca, ese contacto personal, esa honestidad, ese encuentro, ese no hay trampa ni cartón, porque en el teatro cuando hay trampa y cartón se nota.  No puedes engañar al público.


¿Qué valor concede al teatro como herramienta de reflexión?

No lo quiero poner en un valor supremo, porque hay cosas más importantes, pero diría que es necesario. Cualquier herramienta, la lectura, la poesía, la música, el teatro…, el poder sanador de la cultura es tan inmenso que si no fuera por ella esto no habría quien lo aguantara. Lo necesitamos todos en mayor o menor medida. El teatro para mí no es solamente reflexión, es reflexión, es encontrarse con uno mismo, es comunión, reencontrarse, compartir, emocionarse, es todo y eso es absolutamente necesario. Para mí es un valor imprescindible, no concibo esto sin esas herramientas a las que agarrarse y que nos ayudan a conocernos un poco más y a querernos, a perdonarnos, a regañarnos…


¿Quiénes son los grandes maestros de Amelia Ochandiano, ese espejo en el que siempre se ha mirado?

Yo puedo decir que de mi primer maestro, que fue Antonio Llopis, que luego estuve con él de ayudante de dirección mucho tiempo, he aprendido muchas cosas. Hay grandes partes de lo que creo que sé o que yo por lo menos utilizo que lo he aprendido de él. Luego me gustan muchos actores americanos.

Yo creo que con la interpretación te puedo decir que cada vez los actores son mejores. Eso sí que ha evolucionado mucho. A pesar de que los actores de los 40 eran muy buenos, de los 50 y de los 60, pero según van pasando los años ahora mismo los actores… A mí la escuela americana me interesa mucho, más que la inglesa, y voy a decir Meryl Streep, pero es el ejemplo de esa evolución, o Sean Pean o toda esa generación de actores que pueden hacer cosas ya muy elaboradas e interesantes y toda la nueva generación de actores americanos, la misma Cate Blanchett, es maravillosa. Esos son referentes que siempre están ahí.


En una carrera tan larga y tan sólida, imagino que habrá habido de todo, pero cuando una se dedica a este mundo tan difícil se toman más decisiones por instinto o por necesidad?

Casi siempre he ido haciendo cosas que he elegido yo porque he estado produciendo hasta hace poco y a partir de ahora, por ejemplo esto de Mihura es una propuesta mía que hice al teatro y les gustó. He tenido encargos de la Zarzuela, por ejemplo, y yo a no ser que sea algo que vaya en contra de mis principios yo l hago todo, es que yo no me lo puedo permitir, yo no estoy en mi casa diciendo ‘esto no, esto no’.

Una vez en concreto me llamó una productora para hacer un texto, leí un texto y dije ‘lo siento, pero esto no lo voy a hacer porque no encuentro nada de dónde tirar y, además, me parece misógino’. Yo soy una directora de textos, a mí me tiene que gustar el texto, y no voy en contra y le busco todo lo que pueda sacarle, sea lo que sea, pero tiene que tener algo a lo que yo me pueda agarrar. En aquel caso me salió bien porque dije ‘esto no, pero ¿y si hacemos esto otro?’ y salió.


¿Y cuando es espectadora, qué le gusta ver? Última obra que ha visto y qué está deseando ver…

Soy buena espectadora, porque reconozco que como me gusta mucho el teatro como me enganche la función y me guste, perdono todo, soy feliz, me entusiasmo. Pero como no me enganche y le vea el cartón, me pongo muy nerviosa y hay veces incluso que me tengo que salir de la función. Yo creo que el teatro cuando no te gusta es una tortura, son los minutos más largos que puedes pasar en la vida, diez minutos se te hacen eternos.

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