Entrevista a Ana Wagener y Ane Gabarain por La casa de Bernarda Alba

Ha dicho que es una actriz de pico y pala que se ha forjado a partir de personajes secundarios, pero Ana Wagener ha llegado a ser referente del oficio a base de derrochar talento y excelencia siempre y en todo. Ahora le toca su primer Lorca, le toca ser Bernarda y junto a ella, en la piel ajada de Poncia, los ojos de otra de esas actrices con mayúscula que llevan más de media vida peleando y cuya brillantez y versatilidad te levantan un reparto y un proyecto hasta convertirlo en algo extraordinario.
Ana, ha dicho que le daba hasta pudor decirlo, que se ponía nerviosa. ¿Tanto impone ser Bernarda Alba? 

Ana: Es mi primer Lorca. Y sí, por supuesto que hacer el papel de Bernarda Alba me impone muchísimo. Es un personaje emblemático, mundialmente hablando. He crecido con él y lo he visto encarnado en grandísimas actrices. Supongo que de ahí el pudor. 


“Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata”, dice Poncia. ¿Ane Gabarain está un poco así ante este proyecto?   

Ane: ¡Llena de ojos, desde luego! Hablamos de una obra densa, compleja, con mucha hondura y muchas capas. Y un personaje complejo y contradictorio, como casi todos los de Lorca. El análisis y la búsqueda no termina nunca. Es una maravilla que da vértigo. 


¿Qué significan Lorca y una obra como esta para dos actrices que han transitado por tantos personajes, por tantos autores, por tantas historias?   

Ana: Significa un reto enorme, es un personaje muy complejo, un personaje poliédrico. A la vez significa una gran oportunidad, poder decir, indagar, habitar, la palabra de un autor como Federico García Lorca es un disfrute y un grandísimo aprendizaje.

Ane: Llevo muchos años trabajando y tener la oportunidad de abordar este trabajo es un regalo para mí. “La casa de Bernarda Alba” es una obra icónica para cualquier actriz y desde luego más para alguien de mi edad. Es un texto que vuelve a una a lo largo de los años, ya sea como espectadora, ya sea como profesional en cursos, talleres, análisis, ejercicios. Hay réplicas de Adela, de Martirio, de Bernarda, que me las sé de memoria desde hace muchos años. Están ahí, clavadas. Es un texto con un eco que no te abandona. Y, además, se da la casualidad de que vengo de la obra “Todas las hijas”, una obra en la que se hace un recorrido de los miedos femeninos a partir de una aproximación a “La casa de Bernarda Alba”… En fin, muy loco y paradójico.


¿Qué nos contarían ustedes de “La casa de Bernarda Alba”? ¿Cuál es su lectura?  

Ana: Es una obra universal. Creo que representa una sociedad de ¿una época pasada? Y lo pongo en interrogante, porque como dice el personaje de Martirio: “Todo se repite”. Habla del papel de la mujer en el sistema establecido y de la carga enorme de prejuicios, normas, moral que arrastramos y traspasamos de generación en generación. Aquí Bernarda es el vínculo, que representa el resultado de generaciones, conservadoras y retrógradas. Una mujer que cree tener una misión que cumplir para que el mundo sea más “decente”.

Ane: Es verdad que es una obra mítica, archiconocida y representada y pocos son los que no tienen referencias de ella. Yo siempre me he preguntado si el final trágico de Adela es un acto de cobardía o valentía. Pero creo que Lorca ofrece esta muerte, este suicidio, como un gran acto revolucionario. Revolución y arte frente a la tiranía y la represión. Y no es casualidad que él fuera asesinado al poco tiempo de crear “La casa de Bernarda Alba”.


¿Cómo son estas Bernarda y Poncia?   

Ana: Bernarda es una mujer que ha crecido en un ambiente lleno de normas sociales y donde la moral y las buenas apariencias tienen un lugar protagonista. Pero debajo de toda esa fachada hay una mujer que siente y padece y, ante todo, una madre. Eso, para mí es lo interesante, poner el acento en las partes vulnerables, que todos tenemos y poderme colar por las fisuras de esa ‘armadura’.

Ane: Poncia es la criada de confianza de Bernarda. “Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras”, nos cuenta llena de rencor al inicio de obra. Es una mujer de origen muy humilde, poco instruida, pero con gran sabiduría de la vida. Tiene un gran complejo de ‘paria’. Se mueve entre el servilismo y el orgullo, entre la compasión y el rencor a Bernarda y sus hijas, entre la lealtad y la traición, entre la cobardía y la bravura. Ella es Poncia –el autor la bautizó así– y cuando las cosas se complican demasiado, se lava las manos evitando tomar partido.


¿Qué queda hoy del mundo que rodea a Bernarda y sus hijas? 

Ana: Queda, desafortunadamente queda una parte de la sociedad, quiero pensar que minoritaria, que no ha avanzado. Que se ha quedado anclada en el pasado, ya sea por iniciativa propia o por presión social. Personas con patrones de comportamiento que practican el clasismo, el machismo, el fanatismo religioso y un largo etcétera que rayan en lo inverosímil en una sociedad de siglo XXI.

Ane: Yo diría que, por desgracia, queda casi todo lo negativo. La opresión sobre la mujer, la lucha de clases, el abuso de poder, las tiranías, la hipocresía social… También lo bello y lo bueno: el deseo de amar, el ansia de libertad, la necesidad de soñar.


¿Qué tienen que decirnos Lorca, Bernarda y Poncia a los espectadores de este 2024? 

Ana: Creo que Lorca es un visionario. Su obra es actual, sus personajes no pasan de moda, porque a día de hoy existen Bernardas y Poncias, mujeres, herederas de una España donde ser libre y expresar tus sentimientos estaba mal visto, incluso a veces penado con la muerte. Son víctimas, en el fondo, y creo que te pueden llevar a la reflexión.

Ane: Cuando pienso en el espectador del 2024, pienso en mis sobrinos de veinte y dieciocho años, en esa generación de jóvenes espectadores, y nos gusta imaginar que conectamos con ellos y ellas de una manera directa y verdadera, que puedan sentirse cerca de estos personajes, que empaticen con ellos, que entiendan sus miedos y sus deseos, sus conflictos. Que no reciban la obra como algo viejo y alejado.


¿Cómo es trabajar con Alfredo Sanzol y con el resto del reparto? Si nos colamos en un ensayo…  

Ana: Alfredo es un hombre sabio. Un hombre vital, un director que se alimenta de la vida, que acerca a los personajes a historias cotidianas a vivencias personales. Escucha, con todos sus sentidos, y aprovecha el más mínimo detalle, gesto, para alimentar la escena. Es divertido. Si entras a un ensayo y te dejas llevar puedes pasar de la risa al llanto sin darte cuenta. El reparto es un lujo. ¡Trabajar todos los días con estas mujeres llenas de energía bonita y talento me hace sentirme muy afortunada!

Ane: Es la primera vez que trabajo con Sanzol. Pertenece a ese tipo de directores magos que hacen fácil lo difícil. Prioriza el trabajo en equipo dando su importancia y lugar a todos los componentes. La búsqueda y las preguntas nos pertenecen a todos y a todas. Y hay algo que me gusta mucho y es cuando preguntas algo y él responde: “No lo sé”. ¡¡A mí me dan un poco de miedo esos directores o directoras que lo saben todo!! ¡¡A Ana Wagener le tenía muchas ganas!! Siempre la he admirado mucho. Es una actriz de rompe y rasga. Me maravilla ver cómo trabaja. Creo que las dos somos de las que se tiran al barro sin remilgos. Y esta obra lo exige así. ¡Un gustazo compartir escenario con ella! Las niñas son estupendas. Me encanta la alegría, la ilusión y las ganas que le echan al trabajo. Y son listas y sensibles. ¡¡Bendita juventud!!


Otros proyectos…  

Ana: Ahora mismo mi mundo y mi horizonte más cercano se reduce a “La casa de Bernarda Alba”. Es una función exigente y quiero poner en ella toda mi atención. Sí, hay proyectos esperando, pero todo empezará a tomar forma a partir de mayo.

Ane: De momento teatro y más teatro. Estaremos hasta mayo con este trabajo. Después es probable que me embarque con la versión en euskera de la comedia “Un Oscar para Oscar”, con Jon Plazaola. Y después de esto seguramente más teatro, pero ¡este oficio es muy loco y nunca se sabe!

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