En febrero tomó el timón de La Abadía. ¿Qué se siente en un momento así?
Responsabilidad, que es con el espíritu con el que se aceptan estas propuestas y estos desafíos. Hay una mezcla entre la respon-sabilidad y la enorme ilusión que hace falta para emprender el viaje.
Venía de dirigir el Festival de Otoño y Clásicos en Alcalá, pero conoce la casa. La Abadía cerró la temporada con más de 65 000 espectadores y un 74% de ocupación. ¿Cuáles son los retos?
Olvidarse de esas cifras, dejar de tener una idea cuantitativa de los resultados de una institución cultural para avanzar en una consideración cualitativa y espiritual mucho mayor. Y para eso aporto mi bagaje, mi mirada sobre las artes escénicas, en España y gracias al Festival de Otoño una amplia mirada también a nivel mundial, y cómo creo yo que a través de las artes escénicas, desde estos pequeños y singulares teatros que tenemos en Fernández de los Ríos, podemos hacer una contribución positiva a la sociedad para poder poner un granito de arena en la mejora de la convivencia, de la calidad de vida interna, espiritual, trascendente de las personas. El teatro es un rito que sigue vivo.
¿Con qué Abadía sueña Carlos Aladro? ¿Cuál es su apuesta?
Me gustaría conseguir una sensación de plenitud relacionada con que realmente podamos inspirar a los artistas que vengan a contribuir con su trabajo y a los espectadores que vengan a conectarse con esos artistas. Para eso lo que estamos haciendo es convocar a aquellos creadores escénicos que nos inspiran a nosotros como gestores, que están comprometidos con el presente y con un teatro que habla de hoy y para la gente de hoy y con un teatro que, además, asume riesgos, que se aleja de lo museístico y que hace preguntas incómodas desde un compromiso también con la belleza y con una idea superior de la condición humana.
Como “Mercaderes de Babel”…
Es un proyecto que nace hace ya dos o tres años en mi trayectoria como creador escénico, que desde hace años se mueve en un universo más periférico, más alternativo, alejado de los teatros institucionales y en el que un grupo de artistas y creadores próximos nos preguntamos qué hacemos, qué teatro queremos hacer y cuál es nuestra voz propia.
¿Y de dónde nace este espectáculo?
“Mercaderes…” nace del encuentro con Javier Lara y Greg Hicks y la posibilidad de hacer un espectáculo que nos cuestione frente a Shakespeare, a los clásicos, a las ideas museísticas, sobre la solemnidad o la sacralidad de los clásicos y una pulsión por traerlos a nuestros días, pero desde otro lugar, desde una voz propia y colectiva. Es una convocatoria que hemos hecho a creadores inquietos, muchos muy jóvenes, para hacer una Torre de Babel en la que hubiera muchos puntos de vista, contradicciones, opiniones encontradas, muchas preguntas y un amor profundo por el teatro y los clásicos y al mismo tiempo por ponernos en cuestión.
Y el resultado de todo eso es…
Al final el espectáculo es coger “El mercader de Venecia” como obra paradigmática que tiene un juicio en su centro y en el que se ponen en juicio muchas cosas, las más relevantes la convivencia entre religiones, lo cual significa la convivencia entre personas, y la trama secundaria, amorosa, que es una trama que habla del compromiso en los afectos. Con todos esos elementos que están pulsionando en “El mercader de Venecia” hemos construido “Mercaderes de Babel”, inspirándonos en esa maravilla que es el Renacimiento europeo en el que volvió a brotar toda la sabiduría antigua de los griegos y que hoy nos parece que es una fuente maravillosa para construir un teatro contemporáneo también.
Estrenaron en Clásicos en Alcalá. ¿Cómo fueron las impresiones con el público?
Como más que un espectáculo es un laboratorio de ideas y formas, Alcalá fue la primera presentación y encontramos todo el desconcierto y el aplauso y la ceja levantada que esperábamos encontrar en un espectáculo que hace muchas preguntas. Ha sido un encuentro riquísimo para aportarnos muchísima información que estamos ahora volcando en el nuevo proceso de ensayos y eso va a llevar a otra versión diferente en La Abadía. No es un espectáculo cerrado, es un espacio de juego, en el que ponemos al espectador en el centro del hecho teatral. El teatro, como dicen los maestros, tiene que ocurrir en el corazón y la imaginación de los espectadores.