Entrevista a Carolina África por Otoño en abril

 Dice que la Carolina de hoy le aconsejaría a la de hace veinte años “que las derrotas más grandes las convierta en oportunidades”. Y ella sabe que lo ha hecho. No en vano, lo vivido los últimos meses ha sido “un proceso emocional muy largo y complejo” en el que han pasado de estar programadas en el María Guerrero a decir adiós a la casa de La Belloch, su compañía. Pero esta mujer guerrera, actriz, dramaturga, directora y productora, valiente y llena de miedos, dispuesta a reinventarse, no se rinde e, ilusionada, nos habla de sus dos ‘criaturas’…
Deberíamos haber podido ver esta especie de díptico la temporada pasada. ¿Cómo vivió Carolina África aquellos días de incertidumbre, el confinamiento, la suspensión del espectáculo y de todos los espectáculos?

Ha sido un proceso emocional muy largo y complejo. De primeras la estupefacción y el miedo, incertidumbre, ilusiones rotas porque es mucho lo que teníamos ahí metido, ya no solamente a nivel emocional y de ganas, sino también una apuesta económica muy grande que habíamos hecho desde La Belloch adelantando mucho dinero.

Fue pasar del hito más importante que nos ocurría como compañía, que estar en la sala grande del María Guerrero, con una puesta muy festiva. Y todas esas ganas de celebrar algo tan bonito que nos estaba sucediendo de pronto se truncaba.

Luego cuando en las noticias empiezas a ver que gente cercana y los datos ya no de gente cercana, gente anónima y las desgracias de las residencias, empiezas a entender que lo que a ti te está pasando que te afecta de manera personal tiene una complejidad mucho más grande y unos perjuicios muchos más grandes a otros niveles más importantes, que son vitales. Entonces empezamos a relativizar, a entender que lo mejor que nos podía pasar era solamente quedarnos sin trabajo y no perder a un familiar o incluso enfermar. Ahí gira la curva de las emociones a otra cosa de entender que la vida está por encima de todo y es lo más importante.

Luego también nosotros en casa, confinados con un niño de dos años ha habido una cosa como que empezaba a ver que todo el mundo tenía tiempo para devorar películas, series, escribir, intentando generar nuevos proyectos… Yo decía: “Yo estoy totalmente paralizada, viviendo 24 horas con un bebé que me ha dado momentos maravillosos, porque poder compartir esas 24 horas es estupendo, pero a la vez también es muy agotador». La intensidad del recogimiento en casa y hacer ahí un poquito de piña, de reorganizar, de dejarte sentir con lo que estaba pasando.

Y luego ya después de todo eso la curva vuelve a subir y es otra vez el reilusionarse, saber que nos reprogramaban, con muchas cosas que nos han pasado… Tenemos que dejar el local de la compañía, porque sostener seis meses un espacio, alquiler, luz, agua, internet… sin toda la gira, cancelada o pospuesta… Han sido cambios muy fuertes, decisiones muy difíciles, dejar el local es algo por lo que nos entran ganas de llorar, pero saber también que tenemos que reinventarnos, soltar un poco también lastre y sabemos que también el local deja de ser una preocupación económica e intentar volver con todo. Yo, además, estoy embarazada.

Andamos ilusionadas, retomando ensayos, pero con muchas ganas de que la vida siga. Igual que este bebé es un ejemplo de que la vida sigue, esperemos que para el teatro también.


Levanta el telón del María Guerrero con “Otoño en abril” y “Verano en diciembre”. Debe ser emocionante que ambas sigan tan vivas, ¿no?

Es muy emocionante y toda una declaración de intenciones. Hay un consumo teatral que parece que solo es devorador de estrenos y una función después de un año ya es antigua. Nosotras desde La Belloch vamos un poco como contracorriente, sin caras conocidas, apostando por un trabajo de compañía que no mata las funciones, sino todo lo contrario… Saber que la vida del espectáculo sigue, que hay algo que conecta con el público y que siempre que volvemos sigue habiendo espectadores es muy emocionante.


Cuéntenos algo de estas obras…

“Verano en diciembre” es poder acceder a la intimidad de una familia en la que mayoritariamente son mujeres, aunque son muchos los hombres motor de muchas de sus emociones. Tres hijas en la casa de su madre, donde veremos cómo sus sueños, sus anhelos, por ser adultas y poder tomar sus propias decisiones puestos en un verano idílico tienen unas pugnas, unas luchas. “Otoño en abril” tiene más que ver con el paso de ser hija a ser madre y con las consecuencias de esas decisiones, cuando ya uno intenta colocarse en otro lugar y entender el rol desde un lado diferente.


¿Cómo son las mujeres que atraviesan ambas historias?

De “Verano en diciembre” la abuela es esta matriarca familiar. Tiene una demencia senil que la tiene anclada en recuerdos, a veces es muy divertida y otras emocionantemente dolorosa. La madre es la típica madre controladora desde el amor, que ama por encima de todo a sus hijas, pero que a veces en ese amor puede provocar mucho daño. A tres de las hijas las conocemos en “Verano…” y a la cuarta en “Otoño…”. Carmen es la mayor, la más alocada, quiere vivir la vida desde una eterna adolescencia. Alicia es la artista incomprendida, más independiente y más bélica con la madre. Luego está Noelia, que es la que en “Verano en diciembre” está fuera y representa ese verano argentino, es la viajera, la que ha optado por salir del nido y romper con la familia en busca de aventuras. Y Paloma es aquella que tiene miedo a volar, que permanece ahí en casa de la madre, un poco asumiendo los roles de cuidado.


Escribe, dirige, interpreta y produce. ¿Osadía, necesidad, gusto?

(Risas). Un poco de todo. Cuando escribí “Verano en diciembre” mi deseo… Yo me formé como actriz, mi deseo es ser actriz y yo donde disfruto es encima del escenario. Entonces le ofrecí la dirección a Lautaro Peroti, argentino, de La familia Coleman y gran amigo y cuando me leyó el texto me dijo: “Caro, lo tenés que dirigir vos porque yo siento desde las acotaciones que la tenés en la cabeza” y yo le dije, “Ya, yo no quiero dirigirla porque yo quiero actuar” y entonces me dijo “De verdad, está dirigida”. Además me decía, “si yo te digo que esto lo haría así, tú qué me dirías y yo le decía “no, tal…”. Me dijo, “la tienes que dirigir tú” y yo le dije “pero entonces no puedo actuar” y me dijo “por qué, probá, buscate una ayudante de dirección que sea mujer para que podás probarla adentro algunas cosas y si no podés, yo me incorporo”.

Entonces empecé con cero osadía, todo lo contrario, con mucho miedo y mucha precaución pero sí sintiendo que tenía muy claro lo que quería con la función desde la escritura y que el proceso fue sorprendentemente mágico y fácil y nos entendíamos.

Entonces resultó un proceso muy natural y al que fui con una honestidad y miedo muy grandes y luego pues el resultado fue más que satisfactorio, estábamos felices, somos una familia dentro y fuera del escenario y entonces es una consecuencia natural de la escritura.

La necesidad de que nadie nos produjera el espectáculo hizo que además pudiera invertir el dinero que había ganado con el premio Calderón. Y justo ese dinero, de hecho hasta los muebles originales eran de mi madre, que iba a hacer obra en la cocina y cogí los muebles (risas). Fue un poco eso, que te ves de pronto diciendo lo he producido, lo escribo, dirijo, voy de actriz, pero ha sido un poco del azar, del deseo profundo, porque yo quería, pero había ahí un miedo que tenía que salvar.


¿Cómo se lleva la Carolina África dramaturga con la actriz y ambas con la directora? ¿Es un trío fácil?

(Risas). La dramaturga con la directora tiene sus conflictos porque a veces dices “Esta frase aquí no funciona” y me puedo permitir el lujo de cambiarlo porque el criterio de la directora se imponga. Como estoy presente, doy permiso para hacerlo (risas). Después de los pases doy notas a todas las actrices y ahí me incluyo, es algo un poco esquizoide, pero soy capaz de verbalizarlo y me doy notas a mí misma delante de ellas. Pero me pongo mucho más nerviosa desde abajo del escenario que arriba, ver las funciones sentada es… estoy nerviosa todo el rato y arriba algo pasa que sube el telón y puedes enhebrar una aguja.


¿Qué le diría la Carolina de hoy a la que comenzaba?

Desde este hoy le diría que es muy importante seguir teniendo siempre sueños y que vaya adelante y que las derrotas más grandes las convierta en oportunidades. Es algo que creo que en cierta manera hice. Yo había estudiado periodismo porque me gustaba escribir y yo quería ser escritora, pero como digo se me han dado circunstancias en las que salí de la Resad con muy buenas notas, pero no tenía trabajo y fue el afán de reinventarme lo que me hace andar con una amiga versionando una cosa. Al final me armé de valor y conseguí escribir, el hecho de no conseguir director, me hizo ponerme a dirigir, el hecho de que no me produjeran me hizo poder embarcarme en la producción, que también tiene muchos dolores, pero la satisfacción de hacer las cosas como tú quieres sin imposiciones es algo muy valioso.

Le diría que va bien por ahí, que va bien porque los momentos en los que lloras porque las cosas no salen tienes que luego parar y decir “vale, ¿y ahora qué hago con esto?”. Que siga por ahí porque ahí estoy, cuando te cuento que ahora mismo estamos en ese punto crítico en que dejamos el local, hemos perdido mucho dinero. Saber que los cambios de etapa vienen y hay que saber torearlos, hay que seguir mirando para adelante y decir “con estas circunstancias que tengo, qué es lo puedo hacer”.


¿En qué más anda Carolina África?

El proyecto más bonito es que he conseguido hacer por encargo el guion cinematográfico de “Verano en diciembre”. Estoy muy contenta con el resultado y anda por ahí entre productores para salir adelante. Es un sueño que tenía guardado. Luego, una obra que he escrito en el Laboratorio SGAE, que se llama “El cuaderno de Pitágoras”, se verá en un teatro grande en 2021 y “El sueño de una noche de verano” se retoma en octubre. Y el confinamiento y estar 24 horas pudiendo observar desde los ojos de un niño me ha permitido aventurarme a escribir un infantil.

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