Entrevista a David Boceta por Directores a escena

Dos años de miedo, conmoción, preguntas, incertidumbre, ganas, ilusión y vuelta a empezar… Y cuando parece que esta pandemia no termina nunca, ahí está el teatro, “siempre un refugio y un espacio de combate”, que nos dijo el maestro Mayorga, para reconfortarnos, conmovernos y removernos, para hacernos reflexionar, para hacernos reír y llorar, para volver a unirnos, para volver a reunirnos. Hemos charlado con aquellos que lo leen, lo sueñan y lo ponen en escena, un puñado de directores y directoras, unos maestros ya, otros veteranos, otros más jóvenes, y les hemos preguntado cómo respira nuestro teatro, cómo sienten su pulso, en qué están inmersos y qué están deseando ver. Os dejamos una pincelada de todo lo que nos han contado. Podéis encontrar las entrevistas completas en nuestra web www.revistateatros.es. Por VANESSA RAMIRO
Actor y profesor de interpretación en la RESAD, fue alumno de la primera promoción de La Joven CNTC, a la que ha seguido ligado mientras compaginaba trabajos para otras compañías. Ha dirigido “Nacho´s”, “Otelo, el extranjero”, “De Madrid al cielo y un agujerito para verlo” y “¡Qué arte más grande!”.
David Boceta lleva ligado a la CNTC desde aquella primera promoción de La Joven CNTC de la que fue miembro. Actor, profesor de interpretación, ¿cómo da el salto a la dirección? ¿Era un paso natural, algo que siempre buscó, algo que apareció?

Siempre me he sentido atraido por la dirección, desde que empecé a estudiar interpretación. Aún estaba en la Resad y ya dirigí mi primer montaje en el 2004. La dirección y yo nos hemos encontrado de la forma más natural imaginable, sin esfuerzo ninguno.


¿Qué tipo de director es David Boceta? ¿Qué es aquello que nunca pierde de vista a la hora de dirigir?

En general, intento crear espacios de trabajo relajados y creativos, escucho mucho a mis colaboradores y me dejo afectar por sus opiniones e intuiciones. Le doy mucha importancia a rodearme de profesionales (elenco y equipo artístico) con los que exista confianza mutua. En lo específico, me pregunto honestamente qué quiero contar, y cuando tengo una respuesta que me convence y estimula, lo organizo todo en función de ella.


¿A qué director o directora admira profundamente y por qué o desde cuándo?

Mi mayor referente es mi maestro Francisco Ortuño, en lo escénico, lo actoral y lo humano. Siempre me han inspirado profundamente los trabajos de Àlex Rigola, Andrés Lima y Xavier Albertí. Y del que más he aprendido seguramente sea de Eduardo Vasco.


Se ha puesto al frente de “La gran Cenobia”. Cuéntenos algo de esta pieza y de su rompedora puesta en escena.

Es una obra bélica en torno al enfrentamiento de una mujer frente a un imperio, y la imagen que de ella va a quedar para las generaciones venideras en función de quién cuente la historia de lo que ocurrió. Habla de las luchas de poder tanto en el campo de batalla como por el control del relato de los hechos. Cuestiona el concepto de “verdad”, y alerta sobre el peligro de su manipulación. Para ello diez actores soberbios, una banda de rock en directo, videoarte, una estética contemporánea y una intervención dramatúrgica valiente.


¿Los clásicos nunca (nos) fallan?

Nunca, y menos Calderón. Nuestros clásicos siempre nos permiten ser leídos desde una óptica contemporánea y facilitan contar historias actuales, para espectadores contemporáneos, y desde creadores de hoy. Son siempre generosos, profundos y atractivos.


“La gran Cenobia” se pone en escena en el Teatro de la Comedia y al amparo de una compañía nacional. ¿Cuál es el mayor valor de los teatros y las compañías públicas?

La defensa del patrimonio cultural por encima de las exigencias del mercado. La libertad frente a las leyes de la oferta y la demanda. Son un espacio para producir títulos y espectáculos, que fuera de su amparo tendrían escaso desarrollo y vida. Un contexto en donde pueda primar el rigor, la investigación y la excelencia artística. Y, por supuesto, una plataforma de difusión eficaz y amplia desde una óptica social.


¿Qué balance hace de la situación actual que vive el teatro?

Desastrosa. Teatros que cierran, compañías que desaparecen, profesionales que se reinventan hacia otros sectores, sin duda una etapa difícil de superar y que recordaremos como un momento crítico. No es tampoco el teatro una excepción, no podemos ser autocompasivos, es una realidad dura en muchos sectores.


Inmersos en una pandemia mundial que parece que no va a terminar nunca, ¿qué hace que pase lo que pase el teatro siempre sobreviva?

Porque el teatro es sanador en sí mismo, es un ritual social y ancestral que ha unido a las comunidades en torno a una ficción, a una historia inventada, que nos alivia de la crueldad de la vida diaria, de la realidad y de nuestras calamidades. Cuanto peor sea la vida ordinaria más extraordinario se nos presenta el rito antiguo del teatro.


Cuando va al teatro, ¿disfruta como espectador o no puede evitar verlo como profesional? ¿Qué tipo de espectador es?

Depende, cuando una obra me gusta me olvido de todo y me convierto en un niño, soy un espectador del todo generoso e ingenuo, disfruto muchísimo en una butaca. Si no me gusta, veo todas las costuras y me vuelvo muy crítico, pero siempre hacia dentro, creo que la crítica entre profesionales (según mi percepción) tiene poco de constructivo y es un mal nocivo y muy extendido.


¿Cuál es el último montaje que ha visto en teatro y cuál está deseando ver?

El último que he visto, y que me ha hecho disfrutar como un niño, ha sido Alfonso el Africano de Club Caníbal en el Centro Dramático Nacional dirigido por Chiqui Carabante. Una delicia. Y estoy deseando ver Lo fingido verdadero, de Lope, dirigido por Lluís Homar en la Compañía Nacional de Teatro Clásico y El Golem dirigida por Sanzol y escrita por Mayorga.

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