¿Cuándo y cómo surge el deseo de embarcarse en la interpretación de este texto de Santiago Loza?
En primer lugar, sentí el impulso de hacer un monólogo. No sé por qué, siento con los años un impulso de contarme a mí mismo a través de otros, ese es mi oficio. Hago menos teatro que en mi juventud y elijo más qué hacer. Este es el primer proyecto que impulso yo, que elijo yo, pero no encontraba el texto… Fui a Buenos Aires y vi dos monólogos de Santiago Loza que me encantaron. Me compré sus libros y empecé a leer… y, no sé en qué momento, coincidieron dos hechos: la muerte de mi madre en pleno encierro por la pandemia –yo en Madrid y ella en Barcelona– y sin poder despedirme físicamente –yo soy muy de tocar y besar– coincidió con la lectura de un monólogo protagonizado por una mujer mayor, sola, en sus despedidas y reflexiones. Ahí decidí hacerlo. No sé si elegí yo el texto o él me eligió a mí.
¿Cómo presenta este espectáculo, qué temas y sentimientos respira?
La nostalgia, las nostalgias, eso que me une a ese sentimiento tan argentino. El amor, los amores, el amar… Es un recorrido por la vida, un paseo por la vida de una madre que entregó su vida a los suyos, cuidándolos para que hicieran su camino. Esa madre habla sin cesar de su hijo, al que cambié el nombre y pasó a llamarse Eduardo. Vemos esa relación tan estrecha y amorosa o asfixiante y compleja que tiene mucho que ver con mi relación materna.Y una de las cosas que me atraparon fue que hay cinco canciones de amor… ¡me encanta eso!
¿Dónde se desarrolla la situación?
En una cocina se arma la vida de esta mujer y los hechos que le ocurrieron ese día, porque todo ocurre en un día, desde que sale el sol hasta que oscurece. Ella se va perdiendo dentro de sí misma hasta encontrarse y aceptarse en un viaje hacia la luz y el amor.
¿Qué detalles caracterizan a esta madre?
Soy una mujer, una madre, mi madre y tantas madres, con solo una peluca y un camisón. Es arriesgado, íntimo también, siento y pienso que lo más internacional es lo más local, lo más comprensible emocionalmente para todos es lo más personal e íntimo. Una mujer que mira desde su fondo, que habla por los codos, es madre al fin y al cabo. “Estoy hecha para decir sin parar”, dice ella. Se aleja de las palabras y se adentra en ella misma. Una madre habla de su hijo que, a la vez, es quien la interpreta.
Uno de los momentos más emotivos del monólogo:
Ahora mismo me atrapa la segunda canción y lo que ocurre y los gestos que hago allí, el final me da tanto vértigo como ganas de llegar y algunas frases como la que dice: “cuando lo inexplicable se repite, una se da cuenta de que la vida ha sido tomada por el asombro, eso me ocurrió”.
El reto de elegir las mejores canciones de amor de todos los tiempos no es tarea fácil. ¿Cuáles serían las suyas?
Coincidimos mucho con Andrés Lima a la hora de elegir las canciones y fueron tomando su lugar en el espectáculo. Mis canciones de amor, así a bote pronto: “Lucía” (de Serrat), “Yolanda” (de Milanés), “L' Appuntamento” (de Ornella Vanoni) y “Angie” (de Rolling Stones).
En definitiva, ¿por qué no podemos perdernos este estreno?
Porque yo el teatro lo hago a mi manera, mucho más que el cine. Me gusta la poesía en el teatro, el no realismo o naturalismo, allí siento que el trabajo de formación de cuerpo que hice sale al exterior de alguna manera, sin buscarlo o buscándolo, en algún momento. Un maestro mío me dijo una vez: “cada instante en teatro es extraordinario, desde ahí hay que abordarlo”. Este es mi primer monólogo, me hace mucha ilusión, cierto miedo y el vértigo necesario que exige –para mí– subirse a un escenario, porque tiene algo de gran ritual, algo de místico, algo de magia, algo de dejarse llevar… ¡Y porque lo dirige Andrés Lima! Si tiene usted curiosidad, ¡venga a verlo!