¿Cómo surge este proyecto tan innovador?
María Lindo –la oboísta y directora artística del proyecto– vino a casa hace dos años. Me dijo que pretendía formar un grupo de músicos con los que acompañar un relato literario. Me proponía que les cediera un texto para que compusieran una música que lo ilustrara y que me animara a leerlo en escena. Yo no entendía muy bien al principio de qué se trataba, pero María es muy elocuente y me dijo que no me preocupara, que se trataba de que la música fuera contando la historia al mismo tiempo que las palabras, completando su sentido, creando un universo…
¿Y qué pasó?
Cuando se fue, busqué a los músicos en YouTube, los escuché a todos y ya no me cupo ninguna duda. Eran magníficos y quería embarcarme en la aventura. En vez de cederles un texto ya escrito, escribí uno para el proyecto e introduje en la historia elementos que pudieran inspirar al compositor Jarkko Rihimäki.
¿Cómo define “El niño y la bestia”?
Le hemos llamado cuento musical. Yo diría que es una pequeña ópera donde mi papel es el de recitadora, narradora. Ellos tocan, pero siento que también actúan, porque en todo momento interpretan el sentido de las palabras. Yo estoy atenta a lo que me dice cada instrumento. Está siendo muy enriquecedor para mí, una peculiar lección de música. También me hace pensar en cómo podríamos acercar la literatura al público a través de la música y al contrario. Valernos de las distintas artes, unirlas, darles color.
¿Qué historia traslada?
Una que mi padre contó muchas veces: recién acabada la guerra, mi abuela lo mandó a Madrid para que lo mantuviera una hermana suya. Él tenía nueve años y se vio desamparado y muy solo en una ciudad en la que las heridas de la guerra estaban abiertas. Deambulaba por el centro de la ciudad, se pasaba las horas en las colas del Auxilio Social y esperaba a su tía a la salida del trabajo. Su desesperación iba creciendo hasta que decidió poner fin a esa situación.
¿Qué importancia juega la música en este espectáculo?
La música narra también, da color al relato, aporta aspectos evocadores, traslada al espectador a esa ciudad fantasmal. Lo cuen-ta igual que yo, al mismo tiempo y con igual importancia. El espectador ve por los ojos de ese niño de nueve años.
En su opinión, una de las frases más bellas o especiales del texto es:
Una que adentra al espectador en la narración: “Manuel, así se llama el niño, nunca ha estado en Madrid, pero no está asustado. Ha pasado ya tanto miedo que el miedo ha desaparecido para dejar paso a un estado de alerta que conforma su carácter y que le ha de durar toda la vida. Tiene nueve años. Es delgado como todos los niños de la guerra, y alto, como solo unos pocos”.
¿Por qué considera recomendable esta propuesta para el público general?
A mí misma me parece original. Yo me subo a ella en cada función como si comenzara un viaje, es una sensación mágica. Para mí, los espectadores son criaturas a las que quiero contar un cuento y provocar emociones. Es un cuento al calor de la lumbre, como en la literatura oral clásica. El que esto se haga con música hace que el espectador viaje en el tiempo, que se sienta mecido, transportado.
¿Qué otros proyectos ocupan su tiempo en este momento?
Estoy acabando una novela cuyo capítulo final es precisamente este relato. Y estoy implicada en un proyecto para el cine. Espero en un futuro no muy lejano dedicarme solo a desarrollar proyectos como éste, que tantas satisfacciones y emociones me proporcionan. He nacido para contar historias.