¿Cómo presenta esta función teatral?
Es una luminosa obra sobre la pensadora alemana, escrita por Karina Garantivá, que recurre a esta eminente figura para indagar sobre nuestra responsabilidad en estos tiempos de temores, consignas y aislamientos.
¿Qué alicientes encontró en esta obra para aceptar su dirección con mucho gusto?
El texto desarrolla los grandes asuntos del pensamiento arendtiano mediante situaciones de gran calado poético y teatral. No se trata de ilustrar sus teorías o, mucho menos, de enunciarlas discursivamente sobre el escenario, sino de activar las ideas fundamentales de la autora de la banalidad del mal, entre las que se hallan interesantes preguntas acerca de nuestra responsabilidad individual, el compromiso con la verdad, el valor de la identidad, el sentido de la política y la función del arte y los artistas en nuestros días.
¿Qué historia desarrolla esta función y cuáles son sus temas fundamentales?
El trayecto de la joven Hanna, desde su infancia en Königsberg hasta los años sesenta en Jerusalén es un recorrido también por los hitos de su filosofía política. Sus planteamientos constituyen una apuesta firme por la coherencia y honestidad de la persona frente al identitarismo gregario y sentimental. Arendt considera que la diversidad de ideas y opiniones no sólo es algo inherente de la ciudadanía democrática, sino que, básicamente, es lo que nos hace humanos. Los regímenes totalitarios persiguen, antes que nada, transformar la propia naturaleza humana y para ello necesita al ‘hombre masa’, cuyo proceso de gestación analiza con gran lucidez la pensadora alemana.
Para usted, un gran momento lleno de fuerza en esta puesta en escena es ese que se produce cuando…
La compañía se encarna en el nazi Adolf Eichmann en un brillante juego metateatral ideado por la dramaturga Garantivá.
¿Y uno especialmente poético?
La huida de Hanna, junto a otras mujeres, del campo de confinamiento de Gurs.
En definitiva, ¿por qué recomienda este estreno a los amantes del buen teatro?
Es una buena ocasión para practicar el arte de la imaginación, de la memoria, del humor, de la reflexión y de la esperanza colectiva, esa que tanto temen los sectarios y los autoritarismos. Y para constatar aquello que dijo Hannah Arendt de que nadie puede ser feliz o libre sin participar en la felicidad y la libertad pública (que, por cierto, procura la experiencia teatral).
¿Cuál es su implicación en Teatro Urgente, qué le enamoró de esta idea para sumergirse de lleno?
Los principales postulados de Teatro Urgente son dos: bajar la filosofía a la arena del escenario y hacerlo al modo clásico, esto es, mediante la acción, la palabra y la corporalidad de actores y actrices con el propósito de propiciar el debate y la irrupción de preguntas inesperadas. Y, por otro, la consolidación de una compañía de creadores unidos por una misma intención artística y social en donde la constante indagación estética se privilegia por encima del ‘espectáculo’. Un espacio comunitario de reflexión y de escucha compartida, algo así como un gimnasio de convivencia cívica para los que conciben el teatro como un gran templo laico donde reencontrarnos en el sentido más amplio de la palabra. Se trata de un modelo que llevo persiguiendo desde mis inicios en este oficio y por el que sigo trabajando con determinación y entusiasmo.