Entrevista a Ernesto Caballero y Carlos Hipólito por El proceso

Dos funcionarios se presentan en la pensión donde vive el gerente bancario Josef K. para informarle de que se le acaba de abrir un procedimiento judicial. A partir de ese momento, su vida se ve atrapada en un absurdo e interminable proceso que incluye en sí su propia condena. Pero Josef K. también se enfrenta a otro tribunal, el público de nuestro tiempo, que observa en la distancia los desmanes de un imperecedero entramado burocrático-administrativo. Charlamos con dos colosos del oficio: Ernesto Caballero, que firma la dramaturgia y dirección de esta pieza basada en la novela de Franz Kafka, y Carlos Hipólito, protagonista junto a Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Alberto Jiménez, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría y Juan Carlos Talavera. Por V. R. Fotos de ensayo LUZ SORIA.
 
Si una mañana se presenta alguien en su casa y le comunica que se ha abierto un procedimiento judicial contra usted, ¿cuál sería su reacción?

Ernesto: La misma que la de Josef K., comparecer con un infundado sentimiento de culpa.

Carlos: Yo me asustaría muchísimo (risas). Debo reconocer que soy bastante miedoso respecto a este tipo de temas, porque soy bastante desconfiado. Creo que me quedaría en un estado de shock tremendo, sobre todo si no sé de qué va. La confianza en la justicia es un elemento básico para la calidad democrática de un país.


¿Cómo vamos de esto en España?

Carlos: Regular (risas). Se supone que para confiar en la justicia hay que confiar en los jueces. Si resulta que las leyes que tenemos son interpretables y las personas que las interpretan no son del todo imparciales, cómo se va a confiar en la justicia.

Ernesto: Desgraciadamente, la inseguridad jurídica es creciente en España.


También podríamos plantearnos qué lugar ocupamos nosotros como individuos frente al sistema. ¿Insignificantes frente a la gran maquinaria?

Ernesto: No solo eso, formamos parte de ella. Esa es nuestra tragedia, abominamos del mismo sistema que generamos.

Carlos: Estamos absolutamente manipulados, absolutamente manejados. Somos hormiguitas en un universo gigante que nos controla. Es muy complicado intentar entender cómo funciona este sistema en el que estamos porque es enormemente contradictorio. Siempre se tiene la sensación de que estamos manejados por algo que va más allá.


Se ha dicho que la angustia de Josef K. es la existencial que aqueja al hombre moderno. ¿Andamos un poco perdidos?

Carlos: Sí, creo que sí, por todo esto que estamos hablando. Vivimos en una sociedad que aparentemente nos arropa, pero que lo que hace es acorralarnos (risas).

Ernesto: Josef K. nos representa en nuestro anhelo de dar un sentido tanto a lo visible como a lo invisible del mundo.


La pieza está llena de lecturas e interrogantes… ¿Alguna respuesta?

Ernesto: ¡Ninguna!

Carlos: Ojalá (risas). El teatro está para que la gente se haga preguntas y, con un poco de suerte, encuentre alguna respuesta. No sé si en este montaje lo hará, pero sí podrá reflexionar sobre la sociedad en la que estamos. Encontrar respuestas depende de cada uno, nosotros no hacemos moralina ni queremos dar una lección a nadie.


Hablamos de esto porque Ernesto Caballero y Carlos Hipólito estrenan “El proceso”, basada en la novela de Kafka.

Ernesto: Josef K. no es ninguna víctima, su sentimiento de culpa le lleva a adentrarse en un proceso que es en sí mismo su propia condena. A esto se añade el absurdo y la arbitrariedad de la administración y sus delirantes procedimientos burocráticos tan a la orden del día, especialmente ahora que se han implantado mecanismos de ‘agilidad’ informática, con su cínica declaración de ‘hacer facilitar los trámites al ciudadano’. Y, finalmente, tenemos la lectura teológica de la obra: Dios desentendido de los seres humanos. Cuando le preguntaron al autor checo si había esperanza fuera del mundo que conocemos, respondió: “Sin duda, mucha, una infinita esperanza: pero no para nosotros”.

Carlos: Es un texto muy interesante, muy enigmático, muy especial. Quien venga a ver la obra sin conocerla se puede encontrar dentro de un mundo diferente, que aparentemente empieza de una manera muy realista, pero que va entrando en una especie de delirio y acaba siendo una reflexión sobre el ser humano, la sociedad, lo solos que estamos y los anclajes que necesitamos y que generalmente no tenemos.


Ernesto, ¿cómo es la versión que ha hecho de esta obra?

Ernesto: Es fiel en la medida que puede cualquier traducción de lo literario a lo teatral. Este trasvase siempre supone un radical ejercicio crítico de interpretación, un diálogo con el original que en nuestro caso escapa a la mera ilustración literal del relato.


¿Y la puesta en escena?

Ernesto: Poética, no descriptiva, colectiva, esencial, en ocasiones onírica, en ocasiones hiperrealista. Siempre humorística, en el buen sentido de la palabra.


Carlos, háblenos de su personaje…

Carlos: Josef K. es un tipo que aparentemente tiene el control sobre su vida y que un día descubre que no solo no lo tiene, sino que va a entrar en una vorágine en la que se va sintiendo cada vez más acorralado y, lamentablemente, no va a tener un final feliz. Es un personaje que va entrando en una desesperanza que le lleva finalmente a asumir su final. Me parece un personaje muy triste.


¿Cómo es el Kafka que firma “El proceso”?

Ernesto: Es el escritor que manifiesta la incapacidad de aceptar la realidad de un mundo que no se adecua a sus expectativas. Esa brecha o falta de aceptación nos define en la actualidad.


Carlos, “El proceso” se publicó en 1925. Casi un siglo después, ¿nos seguimos reconociendo en este texto?

Carlos: Claro que sí, por eso es un clásico. Los clásicos se catalogan así porque son, por un lado, universales, se pueden aplicar a cualquier tipo de sociedad, y, por otro lado, son eternos, en el sentido de que hablan de problemas que lamentablemente la sociedad todavía no ha sabido solucionar.


¿Y cómo ha de acercarse el público?

Ernesto: Como un actor más, y, si es posible, como uno de los buenos: con alegría, con disposición al asombro, con confianza, con imaginación, con sentido del humor y con la capacidad de desprenderse de sí mismo y de sus propios mecanismos.


En 2010 coincidieron como director y conductor de la ceremonia de los Premios Max 2010, pero nunca más…

Ernesto: Coincidimos en aquel acto en que, por un fallo informático, todo el mundo conocía los resultados de las votaciones, excepto los que trabajamos en la ceremonia. Fue un encuentro muy teatral, sin suspense alguno, al modo brechtiano. Desde entonces llevábamos tiempo buscándonos. Por fin se ha dado la feliz ocasión. Trabajar con Carlos es hacerlo con un artista excepcional que encarna la destilada sabiduría que conduce al gran teatro.

Carlos: El reencuentro ha sido fantástico.

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