Marzo de 2020, covid, “aislado, febril y con los pulmones como un fuelle defectuoso”. Ahí comienza su relación con los riders…
Sí, son los que me salvaron el pellejo con sus entregas porque no podía ir a por comida.
¿Y después de aquello? ¿Es de los que prefiere no bajar al súper o pedir la cena una noche de lluvia?
Quitando cuando estaba confinado con coronavirus nunca he pedido comida por rider. Bajo al súper a por mi chute de hidratos.
No habría oferta sin demanda. ¿Deberíamos hacérnoslo mirar?
Mucho. Estamos fatal en general con querer TODO. AHORA. YA. En muchos casos, entre el empresario que aspira al máximo beneficio y el consumidor al que sólo le interesa el mejor precio y comodidad posible, se encuentra el trabajador que acaba siendo el que recibe todos los palos.
Hablamos de esto porque estrena “Amarte es un trabajo sucio (pero alguien tiene que hacerlo)”.
Es una comedia que habla de la precariedad laboral y la deshumanización de la nueva economía. Espero que el público se ría y luego se pregunte de qué coño se ríe.
¿En qué llagas mete el dedo esta vez?
La llaga creo que es esta sociedad y forma de vida loquísima en la que vivimos: trabajos inestables y mal pagados, horarios imposibles, estímulos digitales fuera de control, soledad… y en vez de parar y reflexionar, lo que nos ofrecen son parches en forma de app o medicación. No estamos en nuestro mejor momento.
Nos dijeron que nos formásemos y que la estabilidad laboral y la protección social estarían ahí. ¿Nos mintieron?
En la Constitución pone que todo el mundo tiene derecho a un trabajo bien remunerado y una vivienda digna. Como fantasía de ficción está a la altura de “El señor de los anillos”.
Ha dicho que, como muchas veces trata temas bestias y se ríe, suelen salirle comedias negras. ¿El humor nos salva?
Me da que nada nos puede salvar ya, pero creo que el humor es ser valiente en la adversidad.
¿Quiénes y cómo son los personajes que habitan esta obra?
El protagonista es David, un veinteañero que se mete a rider por la falta de opciones laborales en lo suyo. En el trabajo va a tener que vérselas con su jefe invisible, el algoritmo, y también con la familia disfuncional de riders encabezada por Samu, evangélico y trapichero. También está Marta, la pareja de David, con la que tiene una relación líquido-festiva y Luisa, su madre, que es tan buena sacando a su familia adelante como dibujando cadáveres al carboncillo.
Es de los que suele estar en misa y repicando. ¿Cómo se llevan el Íñigo dramaturgo y el Íñigo director?
Es un poco desdoblamiento de personalidad. A veces dirigiendo pienso: “Pero quién ha escrito esta cosa”. Luego me acuerdo de que soy yo y me perdono.
Sobre las tablas, Álex Villazán, Belén Ponce de León, José Emilio Vera y Katia Borlado.
Un lujo ibérico, son un elencazo. También estoy muy contento con el resto del equipo, somos una familia disfuncional encantadora. Tanto a nivel artístico como humano, tengo lo mejor. Ya si me encontrara un maletín con medio millón de euros por la calle mi felicidad sería completa.
¿Qué espera Íñigo Guardamino del público que vaya a ver esta obra?
Que no intenten lincharme a la salida. Quitando eso, pues que se entretenga y, sobre todo, que se hagan preguntas, que es para lo que sirve el teatro.
¿En qué más anda Íñigo Guardamino?
En algo que me ilusiona mucho, pero no puedo decir ni mu. Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente.