Entrevista a José Sacristán por Señora de rojo sobre fondo gris

 “Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”. Es sólo un pedazo del dolor y del amor que Miguel Delibes escondió en el alma de Nicolás, su alter ego, ante la enfermedad y la muerte de forma imprevista de su mujer, que era todo para él. Ahora es un conmovedor, luminoso, brillante, “excelso” según la crítica, José Sacristán el que pone voz a cada palabra del maestro. Un Sacristán que no ha perdido un ápice de las ganas y la ilusión de aquel chaval que vio por primera vez una película en su Chinchón natal y que le iluminó el camino para siempre. “Volver a Miguel Delibes supone entregarme a una tarea que bien pudiera ser o significar la culminación de una aventura de trabajo y de vida que viene durando ya más de sesenta años”.  Por V. R.  Foto JAVIER NAVAL
¿Cómo está siendo este encuentro con el maestro que fue su amigo?

Es un encuentro en toda la dimensión de la palabra, no solo en el plano profesional, con un texto maravilloso, sino en el personal al ser este texto escrito por alguien a quien tuve el privilegio de conocer e, incluso, presumo de haber sido su amigo. Es un encuentro con uno mismo, incluso. Cuando doy vida a este personaje tengo conciencia de que estoy hablando por boca de alguien a quien admiré muchísimo y que está contando cosas tan íntimas, tan personales, que a mí me afectan, que a mí me suponen muchas cosas más allá de mi condición de actor.


¿Qué es “Señora de rojo…”?

Es el retrato de un hombre enamorado que habla de una pérdida enmarcada, además, en una circunstancia histórica concreta, la España de Franco, a finales del año 75 porque su hija y su yerno están encarcelados por motivos políticos. Sobre todo, es la declaración de amor de un hombre ante la pérdida del ser querido.


“Ahora pienso que no tendré a nadie a mano cuando me asalte el miedo”. ¿Duele un poquito más este Nicolás?

Claro. En la novela Miguel se protege con un personaje de ficción. Todo esto duele y al mismo tiempo produce una especie de liberación, la que produce la memoria del amor, que va como rescatando, como resucitando, a la persona desaparecida. Recuerdo hablarlo con Miguel, cada vez que este hombre, dentro del dolor inmenso, recordaba lo que esta mujer ocupó en su vida volvía una especie de halo de esperanza, de seguir viviendo.


La obra tiene un tono gris, pero también esa pincelada roja, de luz.

Miguel era un hombre muy ‘machadiano’, pegado a la tierra, con los pies en el suelo, conocedor perfectamente de la condición humana. Tiene precisamente esa dimensión, tanto en el dolor como en el amor. Lo que hace que desde el dolor inmenso el amor también inmenso viene como a colocar las cosas en una dimensión más allá de la vida y de la muerte, en un estado de ensoñación. Así recordaba Miguel a su mujer.


Si le pido una frase de la obra.

La que le pronunció Evelio Estefanía a propósito de la mujer: “Una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Hay un momento muy particular: cuando recuerda un semestre que pasaron en Washington. Él no comía y la mujer, sabiendo que era un aprensivo, para que no se diera cuenta de que adelgazaba le iba metiendo el botón del cuello de la camisa cada cierto tiempo. La obra está llena de cosas así, como la mirada bonita de “Los santos inocentes” o el tío Paco de “Las guerras…”, el hombre que nos enseña a mirar y nos enseña a ser mejores, me atrevo a decir.


Nicolás también rememora su vida y su carrera. ¿Usted es amigo de balances?

Tengo una edad en que quieras que no van apareciendo. No quiero ponerme morboso, pero cada vez que cae un compañero te hace repasar dónde estás, cómo has llegado hasta aquí y qué camino queda por recorrer, pero no me obsesiono.


¿Qué le diría hoy a aquel chaval que se lanzó a la aventura de ser actor?

Hablo con él todos los días, le tengo muy muy presente, no le pierdo de vista y hago todo lo que está en mi mano para no per-derle el respeto ni que él me lo pierda a mí. Echo mano de él continuamente, es un compañero de viaje permanente. Y hasta ahora creo que no le tengo muy cabreado (risas).


Ese chaval lleva más de 70 años en el oficio. ¿De verdad esto es un adiós?

No, verás, me ocupa tanto este personaje y tengo un compromiso a tan largo plazo que sí albergo alguna que otra duda a pro-pósito de cuando esto termine en qué actitud voy a estar yo, tanto física como mental o de interés por este oficio. “Señora de rojo…” es un acontecimiento en mi vida profesional que lo ocupa todo absolutamente y de una manera gozosa, participando de la memoria del dolor y del amor de mi amigo Miguel Delibes. Ya hablaremos (risas).

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