¿Recuerda la primera vez que vio por fin representada y estrenada una obra suya?
En mi caso, es difícil concretar esa “primera vez”, ya que, desde el principio de mi dedicación al teatro (en mis años universitarios, alrededor de 1960), la escritura de textos y la puesta en escena han estado íntimamente entrelazadas… con prevalencia de esta última. De modo que el hecho de “verme estrenado” era casi una prolongación de mi propio proceso de ensayos.
Habría que esperar hasta 1978/9, con la creación de El Teatro Fronterizo de Barcelona, para recordar sensaciones similares a las que su pregunta parece aludir. Pero también en esos años, dado que mis montajes lo eran de “dramaturgias” de textos originariamente ajenos (la epopeya de Gilgamesh, materiales brechtianos, versiones de obras narrativas de Joyce, Ernesto Sábato, Melville, etc.), mi condición de autor resultaba camuflada… incluso para mí. De hecho, quizás fue “Ñaque o De piojos y actores” (1980) -aunque también era mía la dirección- la primera obra ante la cual me sentí como “autor estrenado”, quizás por la entusiasta reacción, totalmente inesperada, del público.
¿De dónde nace su pasión por el teatro y la necesidad de escribir? ¿Qué fue antes?
De hecho, empecé a escribir -novelas de aventuras- a los 10 años, y descubrí el teatro -primero como actor y luego como director– a los 15… Pronto se fundieron ambos territorios, la literatura y la escena, y no mucho más tarde supe que esa iba a ser mi patria. Y aquí sigo…
Lo más significativo es que las dos vocaciones se fraguaron en sendos centros educativos de Valencia, mi ciudad natal. La primera, gracias a un profesor de francés que, los sábados, nos leía novelas en vez de explicarnos los verbos irregulares. Y la segunda, en otra academia -que tal vez albergaba la llama de la Institución Libre de Enseñanza-, cuando el Jefe de Estudios fue clase por clase preguntando: “¿Quién se apunta este año para la función de teatro?”… Y mi mano fue de las primeras en alzarse.
¿Cómo describiría ese proceso desde que se sienta por primera vea ante el papel en blanco hasta que pone el punto y final?
En tantos años escribiendo, con tantas obras escritas, desde circunstancias y planteamientos tan diversos… mis procesos de escritura no pueden ser más variados. Si algo tienen en común es una elevada dosis de caoticidad, de aceptación del azar, de imprevisibilidad. Es más: suelo “presumir” de ser un dramaturgo sin personalidad, ya que trato de que cada obra parezca escrita por un autor diferente.
Cada proceso es pues una aventura cuyo desarrollo -de muy variada duración- supone un arduo y gozoso camino de indagación, tanto temática como formal, sobre el que planea a menudo la sombra amenazante del fracaso. Y de hecho, podría citar una decena de textos -más o menos- que fueron, por diversos motivos, abandonados en la cuneta. Para consolarme, suelo recordar lo que Beckett escribió en cierta ocasión: “Ser artista es fracasar como nadie osó nunca fracasar (…) El fracaso constituye su universo (…) Hacer de esta sumisión, de esta aceptación, de esta fidelidad al fracaso, una nueva ocasión”…
¿Cómo podríamos definir las claves del teatro de José Sanchis Sinisterra?
Aparte de esta vocación proteica, metamórfica -que tal vez es una mera ilusión, y resulta que estoy escribiendo siempre “la misma obra”…-, intento configurar en cada texto, en cada montaje, lo que suelo denominar una estética “traslúcida”. Es decir: ni transparente ni opaca (como la misma vida). De modo que el público sea cómplice de la constitución del sentido, que rellene los “huecos”, que acepte las “sombras”… y que salga del teatro con una mayor o menor dosis de preguntas, de enigmas, de paradojas. Y, lo más difícil: que ello le resulte gozoso y pueda extrapolarlo hacia la realidad en que vive (o que vive en él).
¿Los maestros también tienen maestros? ¿Quiénes son los suyos?
Muchos, sin duda: quizás innumerables, ya que me considero un “eterno aprendiz”… Pero tengo cinco maestros a los que regreso una y otra vez: Bertolt Brecht, Franz Kafka, Samuel Beckett, Harold Pinter y Julio Cortázar.
Cuando somos pequeños aprendemos a leer y escribir, a juntar letras, pero, ¿se puede enseñar a escribir con mayúscula?
Yo ampliaría la pregunta: ¿Se puede enseñar a componer música? ¿Se puede enseñar a pintar? ¿Se puede enseñar a danzar? ¿O es que los artistas de esas disciplinas nacen con ciencia infusa?
Mi respuesta a su pregunta no puede ser más que afirmativa… ya que más de una tercera parte de mi tiempo lo dedico a compartir mi experiencia -y mi propio aprendizaje diario- con dramaturgos/as más jóvenes que, quizás, aprovechen mi tiempo perdido para ganar el suyo. Además, uno de mis axiomas es: “Solo se tiene lo que se comparte”…
¿Cuáles podrían ser las características del buen dramaturgo?
Aparte de la constancia, claro (y de su sometimiento regular a una liposucción del ego…), mi “buen dramaturgo” es aquel que rehusa complacer al público a toda costa y que, en la medida de lo posible, evita confundir la realidad con la actualidad. Hay que excavar en esta (fabricada por los medios de comunicación) para descubrir aquella (que los poderes establecidos se esmeran en mantener “fuera de campo”).
¿Qué obra de teatro de todos los tiempos le hubiera gustado escribir y por qué?
Aquí sí que me ha pillado usted. Porque, si le soy sincero, cada mes o mes y medio me decantaría por una…