¿En qué situaciones se siente Josema Yuste un idiota?
Por ejemplo, en el fin de año chino me invitan a comer a una casa y no sé qué hay que hacer, cómo hay que comer, qué decir o en un partido de polo: sé que son caballos y una cosa que le da a una pelota, pero me siento fuera de lugar (risas). Cuando no controlo la situación, ahí me siento un idiota.
¿Y la cena más surrealista que ha vivido?
La típica entrega de premios a la que te invitan, por compromiso tienes que ir y te toca con una señora muy enjoyada a la que no conoces de nada y que te empieza a decir: “Uy, qué gracioso eres, hazme alguna gracia o cómo era aquello de la empanadilla”… Es ese tipo de situaciones de “Tierra, trágame”. Es incomodísimo, estás deseando que sirvan el primero, el segundo y el postre ya para irte (risas).
Acaban de estrenar en el Teatro Amaya “La cena de los idiotas”. ¿Qué le contaría de esta obra a quien no la conozca?
Tiene que conocerla porque es un clásico de la comedia de humor del siglo XX. Aunque también se hizo película, yo creo que en teatro tiene más vida y más sustancia, porque los actores la van haciendo cada día más suya, se van compenetrando mejor y, al final, si la hacen con ilusión, con ganas y con espíritu constructivo, la comedia cada día es diferente y sale de maravilla. Es una gozada.
Con lo que ha cambiado el humor, ¿qué tiene esta obra para enganchar al público una y otra vez pase el tiempo que pase?
Siempre habrá idiotas en el mundo, de un tipo y de otro. El idiota bueno es mucho más constructivo como persona, más humano, más tierno, más positivo. El idiota malo es un ser despreciable. Aquí se enfrentan los dos, pero al final queda en evidencia el idiota malvado. Te das cuenta de que es mejor ser idiota por bueno que idiota por malo.
Una comedia disparatada, sí, pero también reflexión, ¿no?
Es lo bonito de esta comedia, que tiene esa parte de enjundia, que transmite al público esa pequeña reflexión. No hace falta ser Einstein para darse cuenta de dónde hay que pararse en la vida y qué camino hay que tomar. Más vale ir por la vida con humildad, con sencillez, con bondad, que con supremacía y creyéndote más que los demás, porque somos todos iguales.
Usted interpretó esta pieza con éxito durante varias temporadas. ¿Envidia?
No (risas). No he sido envidioso jamás. Sí sé lo que es la admiración y admiro a los intérpretes de esta comedia. Están todos fabulosos y en el trío principal hay una compenetración que crea una magia impresionante. David Fernández y Juanra Bonet se conocen muy bien y Agustín Jiménez es un actor con un sello único y encaja perfectamente en el rollo de los otros dos. Son los tres muy generosos y tienen muy claro lo que les he transmitido.
Las líneas de dirección…
Más que dirigirles lo que transmito en mi dirección es una filosofía, filosofía de vida para hacer comedia, filosofía de cómo hay que transmitirle al público lo que le estás contando, filosofía de que hay que disfrutar de lo que haces y aunar esfuerzos porque la protagonista es la comedia, no el actor.
¿Qué le ha aportado esta obra al Josema Yuste director?
Es la tercera comedia que dirijo y me ha aportado más experiencia. Tenía poca y ahora mismo, después de haber terminado esta dirección, me siento absolutamente capaz de dirigir cualquier tipo de comedia.
¿Y al Josema Yuste actor?
Fue un antes y un después. Retomé mi carrera de actor de teatro en el 2000 más o menos y fue el éxito que me lanzó con cierto prestigio al mundo del teatro. Y a partir de ahí no he parado de hacer comedia, una tras otra, con éxito todas.
Ahora también podemos verlo en el Teatro Reina Victoria en “El aguafiestas”.
Otra comedia, también de Francis Veber, adaptada por mí, pero no la he dirigido yo. Estoy el noventa y nueve por ciento del tiempo en escena y me es muy difícil, así que me apetecía que me dirigiera Marcelo Casas, con el que tengo mucha complicidad y me conoce bien. Al adaptar la obra había creado un personaje donde me pudiera lucir, sacar mis resortes, y estoy encantado.