““París 1940” me permite dar a conocer en vivo el método que me ha formado y, también, explicarme a mí mismo, mis deseos, mis esperanzas, mis sueños artísticos”. ¿Esta cita del programa de mano de 2002 sigue intacta para usted?
Sigue intacta añadiéndole veinte años (risas). Supongo que con más experiencia de la vida y del oficio y más vivido y más sentido y, al mismo tiempo, con una necesidad continua de volver a los orígenes y, sobre todo, tratándose de las clases magistrales de Louis Jouvet.
Es deudor de las enseñanzas de Jouvet…
Fue el maestro de todos mis maestros. Yo no he visto ni conocido a Louis Jouvet, pero desde que empecé he oído hablar de él. Y siempre con grandes elogios. Mis primeros maestros me hicieron descubrir sus reflexiones sobre el teatro, magistrales. Y en su época era un artista, en el gran sentido de la palabra, muy reconocido y respetado, como director, como pedagogo, como actor de teatro y de cine.
¿Qué nos encontramos en “París 1940”?
Son siete clases magistrales que da Louis Jouvet en el Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático de París en el año 1940. Su secretaria iba anotando todo lo que él decía a sus alumnos y la editorial Gallimard y sus herederos a la muerte de Jouvet quisieron publicarlo. Son dos libros enormes, sus clases durante varios años, y están catalogados en teatro clásico, tragedia, tragedia clásica y comedia clásica. En esta comedia clásica hay unas lecciones en las que Jouvet trabaja una escena de la Elvira del “Don Juan” de Molière. Y es lo que dice Jouvet para adentrarse en el personaje…
Pero no es una obra para gente de teatro.
No, ni mucho menos, es dirigido también al público al que le gusta el teatro. Primero, porque descubrirá las dificultades de los directores y de los actores al hacer teatro, y eso es una cosa ya muy interesante, pero, al mismo tiempo, es una lección para cualquier oficio: cómo intentar realizarse a través del oficio que sea.
¿Para usted también van de la mano?
Es que yo fuera del trabajo no sé lo que es la vida. Soy un poco raro, pero si estoy haciendo una obra de teatro, tengo la ilusión y la preocupación de estar a la altura y al nivel que el público que compra una entrada se merece. Es una obligación profesional, pero, al mismo tiempo, yo no he considerado nunca una profesión el teatro, que lo es, pero para mí es una pasión. Y una pasión se vive en ella, con las alegrías y las penas que puede provocar. Y ahí está y aún dura. Ya estrenó esta obra en 2002.
¿Por qué volver hoy otra vez a “París 1940”?
Volver a la esencia de nuestro oficio, sobre todo a través del lenguaje de un grandísimo maestro como Louis Jouvet, es una necesidad. Es como las dietas, hay que beber mucha agua y dejar de tomar toxinas. A causa de la vida contemporánea, las obligaciones, los métodos de trabajo actuales, la situación económica, la televisión, las series, las obras de teatro, las giras, hay que limpiarse y volver a la esencia. Hay que limpiar la cabeza, el corazón y los intestinos, encontrar un estado de vacío nuevo, vaciarse de lo malo y volver a impregnarse de aquello que consideramos que es la base, la buena manera de afrontar y de hacer nuestro oficio. En el texto de Jouvet hay esa reivindicación constante de ponerse a cero, de empezar de nuevo, naturalmente con todo el conocimiento, pero con todo el rigor y la exigencia.
Vuelve a apostar también por Mauro Armiño para la traducción. ¿Es garantía de calidad, de tranquilidad, de rigor?
Exactamente de todo lo que has dicho (risas). De tranquilidad, de rigor a nivel de traducción, pero, sobre todo, de placer porque Jouvet escribía muy bien, pero Mauro escribe genialmente bien. Es totalmente fiel al francés, pero con un castellano que fluye, que es una belleza, que es un placer decirlo (risas).
Y con todo lo que hemos hablado, ¿Josep Mª Flotats está satisfecho con cómo va “París 1940”?
El trabajo va por buen camino, pero aún estamos ensayando. Tengo calculado que por el camino que vamos llegaremos con la relajación, la concentración y el trabajo hechos. Si no, no subo a escena y no me presento. Si no, no lo hago. Tengo la suerte de poder escoger el trabajo y si no pudiera trabajar con las condiciones que considero mínimas e indispensables, no lo hago.