¿Qué propone la obra?
Hacemos una delicada exploración de la poetisa estadounidense Emily Dickinson en varios momentos de su experiencia vital (desde los 15 años, cuando estaba llena de esperanza y éxitos, hasta su muerte a los 56, recluida en casa y con la puerta cerrada a la sociedad) pero desde una línea emocional que transcurre en un mundo poético, reflejo de la realidad del aquí y ahora. Buscamos crear en el escenario un mundo aparentemente confinado que es una auténtica metáfora de la vida.
¿En qué aspectos ha querido poner la lupa como director y adaptador?
En nuestra propuesta, Dickinson se debatió entre el deseo de alcanzar la felicidad (siempre el deseo es más grande que su realización) y el anhelo por conocer el misterio de la vida. Al alejarse del mundo al que amaba poderosamente, pudo recibirlo con plenitud dentro de sí misma y conocer su significado. Así pues, en nuestra propuesta intentamos que su experiencia gane en intensidad al situar al personaje en ‘otro lugar’, convirtiendo el drama en algo más alegórico y lírico. Modernizamos la narración, dándole un aire absurdo o alucinado, pero a veces tremendamente realista. Eso supone un cambio de perspectiva sobre lo que fue su vida, una visión distanciada y madura de la experiencia humana, de una vida ya vivida. Así nos sentiremos transportados a un mundo de esencias, donde el tiempo –siempre sujeto a circunstancias– parece no existir.
¿Qué retrato haría de la particular Emily Dickinson que veremos en escena?
Tópicamente se ha dicho que fue una autora críptica. Más allá de interpretaciones sin mucho fundamento, hemos intentado alejarnos de rasgos biográficos para centrarnos en su obra poética, en su trascendencia espiritual. Para nosotros es un personaje ficcional que eligió el arte por encima de la vida social y donde la presencia del deseo era inmensamente superior a una posible realización. Ella consiguió recibir verdaderamente de la esencia de la vida y, más allá del posible encasillamiento que se suele hacer, tuvo auténticas vivencias cósmicas.
Para usted, una de las frases más bellas que escucharemos en la voz de María Pastor es:
“Creo que vivir puede ser una bendición para aquellos que se atreven a intentarlo”.
¿Qué aspectos del trabajo de Dickinson le parecen más llamativos?
Yo destacaría dos tendencias: su gran sentido del humor y su sentido del juego literario. Su uso de la ironía y, teniendo en cuenta que su poesía no es autobiográfica o por lo menos no toda ella, está llena de un gran sentido del distanciamiento, la ambigüedad y el acertijo. También el tema de la muerte está muy presente, aunque a veces no de una forma explícita como en este poema: “Tomé una joya en mi mano y me fui a dormir. El día era agradable y los vientos apacibles. Me dije: Seguirá aquí. Desperté y reprendí a mi inocente mano. La gema ya no estaba. Y ahora, un recuerdo de amatista era todo lo que quedaba. Hoy está lejos la infancia”.
¿Qué elementos escénicos acompañarán a este texto?
El espacio escénico es un lugar poético más que un espacio concreto. Vemos que elementos físicos muy importantes en su vida parece que están cayendo desde un lugar eterno. Se detienen en un espacio poético más allá del tiempo, del que beberemos futuras generaciones y donde vive hoy la poetisa, ¿Eternidad? ¿Memoria? Un lugar en el que, en aparente desorden, existe una serie de muebles y elementos de la naturaleza con los que convivió la poetisa bajo la bóveda celeste.