¿Qué plantea esta obra?
Plantea los vínculos entre los seres humanos y la naturaleza a través de la historia de una pareja y sus cuatro hijos. Vemos cómo en el transcurso de un año deben enfrentarse al mundo y los cambios que este está viviendo en este siglo.
¿Qué temas y sentimientos se respiran en la pieza?
Los más urgentes del mundo occidental: género, identidad y conflicto de clases y social. Estos temas “macro” traen consigo los “micro”, o de cómo una familia de clase media puede confrontar que el mundo ya no es como era a finales del siglo XX. El impacto de todo esto en la vida de todos y todas es inmenso. La pieza habla de todos nosotros, de esa clase media y trabajadora en riesgo de extinción por la subida del umbral de pobreza y el engorde de las clases altas.
¿Qué le atrajo de este proyecto para embarcarse en su dirección?
La pieza destila una urgencia inmensa. Describe nuestro estar en el mundo, aquí y ahora. Todas las conversaciones tenidas en familia, con amigos, en foros públicos, todas las inquietudes, los miedos y las esperanzas. Creo que el teatro debe servir de foro donde los espectadores puedan reflexionar y pur-gar todo esto.
¿Cómo son ese padre y esa madre que protagonizan la pieza?
Veronica Forqué –Fran, madre de esta familia– y Julio Vélez –Bob, padre– son esos padres nacidos en los cincuenta que lucharon por una vivienda digna, por un trabajo digno, a los que educaron para ‘aguantar’, para tener hijos, para no rendirse jamás.
¿Y los hijos?
Pilar Gómez –Pip, la mayor, madre de dos niñas–, Jorge Muriel –Mark, el segundo, informático– Borja Maestre –Ben, el primer niño millenial de la pareja, que trabaja en el mundo financiero– y Candela Salguero, –Rosie, la pequeña, que es ya una declarada habitante del siglo XXI–.
¿Cuál es el punto de conflicto?
Estos cuatro hijos, que comprenden un espectro entre los 40 y los 20 años de edad, confrontarán a los padres –y a ellos mismos– con sus conflictos, pertenecientes a nuestro siglo, a este momento. Relaciones de género, identidad y la fiera de lucha de clases soterrada bajo la apariencia de libertad en este neoliberalismo salvaje en el que vivimos entrarán en esta casa para cambiar, al igual que las estaciones, la cualidad del suelo que pisamos.
¿Qué sentido tiene el paso de las cuatro estaciones del año en la obra?
Los seres humanos nos debatimos y luchamos, clamamos por nuestra identidad reclamando tierras, bienes, ideas. Y a nues-tro alrededor el paisaje cambia, indiferente. Las estaciones, o la falta de ellas, de acuerdo con el cambio climático que ya notamos, se suceden con calor, frio, tempestades, agua y viento, indiferentes a nuestros cambios de gobierno, a nuestra lucha intrincada y feroz.
Un momentazo de la función:
La obra es, a la vez, intensamente cómica y trágica. Como la vida. En esos momentos que solo personas que llevan conviviendo 20 años (llámale familia) pueden encontrar. Uno de mis momentos favoritos es ver a la familia reunida cocinando y discutiendo y sentir que esa familia son todas las familias. Esa escena me hace reír y me conmueve intensamente cuando me doy cuenta de que nos han contado con tanta irresponsabilidad que somos distintos y cuesta tan poco ver que no es así.
La obra cuestiona que, quizá, el amor que se da en las familias es excesivo. ¿A qué se refiere?
El amor nunca es excesivo. Es el choque entre cómo nos han enseñado a amar y cómo necesitamos, realmente, amar. En esos padres del siglo XX y estos hijos criados durante el 11S, las bombas de Atocha, durante la crisis económica, en esta época donde el neoliberalismo ya no tiene adversarios, hay una brecha de comunicación. De esto va la historia. De quiénes somos y de cómo podemos seguir amándonos de una manera que necesita cambiar.
¿Qué hace de esta propuesta algo recomendable para todo el público?
Que se van a reír y van a verse a ellos mismos. Esta obra está pegada a la realidad y no pretende dar lecciones a nadie. Habla de los espectadores, en directo y uno a uno.