¿Cuál es el propósito fundamental de “Yo, Mussolini”?
La idea es coger al dictador Mussolini, que fundó el partido fascista, y analizar qué cosas podemos aprender para no equivocarnos hoy con esta amenaza que tenemos del extremismo. A nivel teatral, quiero hacer vivir a Mussolini sobre un escenario para ver su actitud, cómo piensa, su idiosincrasia, utilizando a fondo lo que el teatro nos da, ofreciendo la presencia física a pocos metros del público de un personaje histórico.
¿Cómo se ha preparado para entrar en la piel del gran dictador italiano?
He estudiado muchísimo su historia y visto muchísimos vídeos de sus discursos para intentar aprender sus movimientos, su manera de hablar… no solo su pensamiento. ¡Me he divertido muchísimo entrando en el papel!
¿Qué peculiaridades encontró en Mussolini para encarnar su personaje (frente a otros líderes fascistas)?
Que es un personaje totalmente italiano –como yo–, viene del centro de Italia, de un sitio de baja clase social, de gente humilde, campesinos, trabajadores… Y su aspecto bufonesco de hombre de pueblo que cuenta con las armas dialécticas de un hombre de pueblo. Esto es algo muy muy muy italiano. Por ejemplo Franco no habla de esta manera. Mussolini representa toda una tragedia italiana que conozco muy bien, por eso me siento tan cercano.
Usted desvela datos de Mussolini que resultan desconocidos para la mayor parte del público. ¿Nos adelanta alguno?
Mussolini no llegó por su propia cuenta. Detrás hubo poderes políticos y de la Iglesia que favorecieron su llegada. Pero todo esto fue borrado, como por ejemplo el apoyo del Papa Pío XII. Cuento cosas muy sorprendentes y conflictivas como su amistad con Walt Disney, que fue su gran amor, hay muchos detalles ahí. También el apoyo de los americanos o de Inglaterra en los años 30, que nadie lo dice, o incluso España durante la Guerra Civil. ¡En 1936 la revista cultural-intelectual americana “Time” le nombró hombre del año…! (risas). Cosas así han sido borradas de la historia.
Qué más, qué más…
El rostro de la estatua de Rockefeller Center en Manhattan, ¡una estatua de 18 metros de altura!, es de Mussolini. Vamos, que el banquero judío Rockefeller pensaba también en el 36 que Mussolini era un pilar del capitalismo, del pensamiento occidental, de la libertad de expresión (risas). Y todavía hoy, en el 2021, la estatua sigue ahí con la cara de Mussolini, pero nadie habla de esto.
¿Cómo se explica el auge de la vieja ideología fascista en diversos países?
Porque es algo instintivo. El fascismo maneja losinstintos más primitivos. También por la revolución feminista: en este momento está puesta en duda la posición del joven macho en muchas sociedades. Este instinto primitivo sexual de dominación puesto en duda para un consenso democrático de nuevas leyes de igualdad –junto a la pérdida de la idea de la patria en Europa, la globalización…– genera en muchos países una misma reacción, que es la vuelta al fascismo, y viene de esa supremacía masculina puesta en duda por el feminismo.
¿Encuentra alguna otra causa añadida?
Quizá también por el movimiento LGTB, por la aceptación de la diversidad sexual, que afecta a esa superioridad machista, uno de los pilares del fascismo. A Mussolini le encantaba dar esta imagen de macho, siempre rodeado de mujeres guapas, amantes. Hacía propaganda de ello y esto era parte del propio fascismo. Ese momentazo del show que desata sí o sí una gran carcajada del público: Uno que tiene mucho que ver con Vox, porque Mussolini descubre en el público su presencia y eso le hace sentir muy tranquilo y ayudado (risas).
Esta función lleva más de un año acompañándole en gira internacional. ¿Nos cuenta alguna anécdota vivida?
Recuerdo cuando presenté la obra en Italia, en el Teatro de Roma. Hubo manifestaciones fascistas en la puerta, nos quitaron todos los carteles, el público fue increpado… Esto me dio la sensación de que la propuesta estaba acertada (risas), que era urgente y necesaria, porque en Italia el personaje está volviendo muy fuerte.