Entrevista a Magüi Mira por Magüi Mira Molly Bloom

En 1980, en una España que intentaba dejar atrás el gris y volverse de colores, una valiente Magüi Mira enamoró al público y a la crítica con un personaje de esos capaces de escandalizar a unos y llenar de luz a otros: la Molly Bloom de James Joyce. 24 000 palabras. Sin puntos ni comas. Último capítulo del “Ulises”. Molly vive una noche de insomnio. Su pensamiento vuela sin filtros hasta sus más profundos deseos y nos desvela su pasión por la vida, su relación con el sexo, sus principios femeninos. Cuarenta años después, aquella valiente Magüi Mira, hoy referente de este oficio que ama y que la premia y la ovaciona siempre, a sus 77 años, “menos ingenua y más comprometida”, nos acerca a una nueva Molly. Y nosotros no podemos hacer otra cosa que sentarnos a escucharlas. A ambas, porque las dos, mujeres inmensas, luminosas, tienen mucho que contarnos… Por VANESSA RAMIRO Foto SERGIO Y XIMENA
Tengo que confesar que siempre se me atragantó el “Ulises” de Joyce. Imagino que Magüi Mira sí lo ha leído…

El “Ulises” de Joyce no se lee, se navega, se vive. Es un temporal como el que llevó a Ulises en la “Odisea” dando tumbos a merced de las olas. Hay que disfrutarlo con toda su dificultad. Es la novela del siglo XX.


 

Y sus últimas 24 000 palabras, sin puntos ni comas, están dedicadas a una particular Penélope. ¿Quién es Molly Bloom?

Una mujer nacida de la pluma de James Joyce. Una mujer casada. Que podría haber sido una prima donna, pero se casó. Que recibe a su marido cuando vuelve de putas y que aguanta su sodomía. Que tiene un amante que la tiene muy grande y mucho dinero, pero que no la hace feliz. Que sueña en su noche de insomnio con su derecho a una vida sin sometimiento. Una mujer que como Penélope espera en la resistencia un mundo mejor.


 

Y nadie mejor para contárnosla que una Magüi Mira que enamoró con ella a todo el teatro hace más de 40 años. ¿Imaginó aquel día de 1980 que tantos años después seguiría siendo Molly Bloom?

No, no lo imaginé. Y menos que sería una Magüi distinta, menos ingenua, más comprometida, y que descubriría a una Molly más irónica, más generosa… Inicié una historia de amor con el espectador, que a veces ronda el orgasmo y que ha ido fortaleciéndose con los años.


 

El discurso de Molly mete el dedo en muchas llagas. ¿A qué nos enfrenta?

Al pensamiento de una mujer sabia, salvaje, que brota como sangre de una herida lleno de emociones, a sus impulsos incontrolables sin orden, ni filtros. Una mujer que deseó el matrimonio y se metió en un túnel sin salida, que deseó tener un hijo y le nació muerto. Que deseó nadar en el placer del sexo y se encontró siendo solo fuente de placer para los demás. Que quiso estudiar y no pudo…


 

¿Nos adelanta alguna frase, algún pequeño fragmento?

“Nosotras tenemos que estar siempre encadenadas… Pero a mí no, a mí no me encadena nadie, a las mujeres no nos encadena nadie. Y cuando empecemos no nos van a poder parar. Qué voy a hacer si todavía me siento joven…”.


 

¿Le fue difícil entrar en el mundo de Molly Bloom? Una mujer casada no podía pensar así. No en la sociedad de 1922 y tampoco en la España de los 80.

Efectivamente. Molly nace de la pluma de Joyce en una sociedad puritana y salta del libro a una cama real en una España que estrena una democracia aún timorata. Yo la encarné como actriz por primera vez en un escenario de este país, cada noche, respirando el mismo aire que cientos de “observadores/espectadores” que violaban su intimidad y consideraban su profundo pensamiento procaz y escandaloso y tierno y divertido…


 

En 1980 era una mujer treintañera y hoy tiene 77 años. Imagino que Magüi ha cambiado. ¿También su Molly?

He crecido lo suficiente para poder descubrir una Molly más sensible a su condición femenina. Una Molly más concienciada con la situación de desventaja con que una mujer arranca en el viaje de la vida. ¿Y nosotros, los que rodeábamos entonces y los que rodeamos ahora a Molly, hemos cambiado algo? Sí, pero no lo suficiente. Ya no tenemos que ir a buscar anticonceptivos a la farmacia acompañadas de un hombre, como tuve que hacer yo… Las mujeres podemos viajar… pero nos falta conseguir una sociedad en la que todos y todas seamos igual de visibles.


¿Ha pensado cómo sería la Molly del 2022 si Joyce la escribiese mañana?

Tendría los mismos deseos, la misma decepción, las mismas contradicciones. Y saldría con miedo a la calle. Pero seguiría manteniendo su pacto con la vida. La vida que abrazamos las mujeres.


Se han puesto de moda los llamados ‘ofendiditos’. ¿Cree que un texto como este puede ofender a alguien hoy?

Sí. Mi Molly ahora ya no escandaliza, ahora ofende. No hay argumentos para justificar esta situación insostenible que aún tenemos que vivir las mujeres. Ha dicho que Molly ha vuelto para reclamar su sitio y el nuestro, en la cama, en el trabajo, en la cocina y en la calle.


¿Nos hacen falta aún referentes o los hay?

Los hay. Si queremos verlos, ahí están. Pero a veces no queremos abrir abrir los ojos. Pero todo empieza por un tema prioritario para mí: la educación. Aparte de recibir premios, no podemos imaginarla parada.


¿En qué más anda?

Unos días antes de entrar en Madrid recibo el Premio Málaga de Teatro 2021 por toda mi trayectoria y me emociona. En el arte escénico los premios se comparten, el teatro suma, si no fuera por mis compañeros y compañeras y técnicos y productores que me han acompañado, yo no estaría aquí. En estos momentos acabo de rodar “Venus” bajo la dirección del genial Jaume Balagueró. Mis direcciones siguen de gira. “Adiós dueño mío” vendrá al Bellas Artes en marzo. Y siguen “El abrazo”, con María Galiana, y “Mojigatos”, con Gabino Diego. Y por supuesto hay “Magüi Mira Molly Bloom”. La que el público quiera. Proyectos para el 22 y el 23 están ahí esperándome. Llegará el momento de contarlos.

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