Y esos actores son David Blanco, Angela Ibáñez, María José López, Marta Sales, Vasco Seromenho y Tony Weaver. ¿Cómo ha sido el proceso?
Ha sido un proceso muy tranquilo, como todos los que hacemos con Terra Amarela. Es muy bonito cómo a partir de un texto muy potente como “Ricardo III” podemos transformar la poética de la palabra de Shakespeare en la poética de la imagen. Cuando trabajas con un reparto que comunica en lengua de signos hay un primer momento para conocer la forma de signar de cada uno, su energía, la manera cómo utiliza esa lengua y después es un trabajo de composición de identidades. Estamos aprendiendo con los artistas de la comunidad sorda diferentes técnicas de trabajo que enriquecen el proceso. Aquí es la primera vez que se presenta una obra en lengua de signos, pero en Portugal tuvimos esta experiencia en octubre pasado y fue un descubrimiento muy grande: la lengua de signos que se potencia por una vibración total del cuerpo tiene una fuerza tremenda transmitiendo mensajes.
¿Cómo ‘suena’ Shakespeare en lengua de signos?
Es bellísimo porque toda la belleza que tienes en la escritura de Shakespeare la encontramos en la relación con el cuerpo. Los cambios de colores, los matices del texto en vez de estar verbalizados están en los movimientos y esto es tremendo porque encuentras la poética desde un lugar raro en el teatro. Es muy bello.
¿Y por qué “Ricardo III”?
Hay muchas razones. Es la posibilidad de jugar con un personaje escrito por Shakespeare que para un actor es un tremendo desafío porque está siempre en lugares emocionales, físicos muy distintos. Y después porque nos presenta un espejo de la contemporaneidad que nos interesa mucho. Fue escrita seis años después de la muerte de Ricardo III un poco como una obra propagandista del reinado de los Tudor y esto pasa mucho hoy, esta idea de que si contamos una mentira muchas veces se vuelve verdad y podemos destruir y blanquear la historia contando muchas mentiras. Es como si “Ricardo III” hoy fuese una especie de fake news. Entonces, está este lugar, por un lado artístico, de desarrollar una obra que tiene una potencia de juego dramático tremenda y después esta idea de que los mecanismos de manipulación del poder se mantienen a lo largo de los siglos, solo cambiamos la forma de hacerlo.
En su propuesta hay dos conceptos fundamentales: juego y normatividad.
Para nosotros la norma no es el teatro como lugar de la palabra dicha, es el lugar de la comunicación y de las identidades. Cada uno está en el escenario con su identidad, aportando sus características y construyendo otra normativa, otra lógica de construcción artística. Esta idea que existe de que Ricardo III físicamente es una persona disforme para nosotros no, lo que está disforme es la construcción social. La norma que queremos es la que respeta la identidad y las características de cada uno y estas identidades van a aportar una sociedad más justa.
Es probable que no estuviésemos hoy aquí sin el festival Una mirada diferente o montajes como “Calígula murió. Yo no”. ¿Cuáles son los siguientes pasos?
Yo pienso que el camino pasa por pensar de una forma más articulada con el resto de la sociedad. El escenario es un lugar de privilegio y estamos aquí ahora haciendo una obra de teatro en lengua de signos, pero la gran batalla está fuera del teatro: cómo estos artistas que están ahora trabajando con nosotros, con su identidad, con sus características, cuando salen del teatro vean cómo sus derechos siguen siendo respetados. Para eso tenemos que trabajar la construcción y la articulación de otra lógica de sociedad, pensar la sociedad siempre a partir de una idea de diversidad y de acceso.