¿Qué principios definen a la compañía Proyecto 43-2?
No sé si hay unos principios que nos definan, pero lo que sí tengo claro es que nos gusta hacernos preguntas e ir más allá de las narrativas establecidas. Apostamos siempre por trabajar desde la experimentación y el riesgo, siendo libres en las posibilidades creativas.
Sala Mirador acoge la trilogía “Rescoldos de paz y violencia”. ¿Qué presentación haría de este estreno que presenta tres piezas en Madrid?
Se trata de una trilogía de teatro documental sobre la violencia en el País Vasco en la que he estado trabajando junto con mi compañía durante más de diez años y cuyo trabajo de investigación y creación sigue vivo. Desde que empecé con el primer proceso de investigación (año 2009) hasta ahora, nos han atravesado los afectos, la aparición de nuevas preguntas y muchísimas contradicciones. Y también la precariedad. Me atrevería a decir que el viaje artístico y el humano son ahora más poderosos que nunca por todo el bagaje que llevamos detrás.
¿Cómo ha sido este proceso?
Hemos girado con las piezas por separado a medida que las íbamos estrenando. Desde marzo de 2019, gracias a la oportunidad que nos brindó el Teatro de la Abadía, también lo hacemos con el programa triple. Son muchos kilómetros y muchas vivencias. La gira que hicimos el pasado otoño por Guipúzcoa con motivo del X aniversario del fin de ETA ha aportado una madurez y un sentido al trabajo muy especial. Puede sonar pretencioso, pero creo que lo que se verá en mayo en la Mirador es un trabajo único en la escena actual.
Yendo una por una a las tres piezas que forman esta trilogía, ¿qué historia sube a escena la primera de ellas –“Proyecto 43-2” (2012) y qué la hace especial?
Es un retrato familiar situado en 2011, cuando los tiempos en el País Vasco (y en todo el Estado) estaban cambiando. La pieza muestra cómo la violencia modificó y vertebró las relaciones sociales y familiares y cómo el proceso de paz comenzó a romper algunos silencios.
¿Qué hay de “La mirada del otro” (2015)?
Documenta los encuentros entre algunas víctimas de ETA y algunos disidentes de la banda terrorista que tuvieron lugar en la cárcel de Nanclares de la Oca (Álava) gracias a un programa de mediación.
¿Y “Viaje al fin de la noche” (2017)?
Es el retrato de la herencia que deja la violencia, del presente de la sociedad vasca a través de las hijas y los hijos de las víctimas de ETA, víctimas del GAL, víctimas de abuso policial y de los propios militantes de ETA. La gente de nuestra generación que ha crecido con la ausencia del padre, todo ese dolor inabarcable y que ahora tienen que construir una nueva convivencia y aportar un legado de paz a las nuevas generaciones.
Directora, dramaturga, actriz… ¿cómo surge su actividad artística polifacética y qué motivación le da fuerza para trabajar duro?
Surge de la precariedad que atraviesa a la cultura en nuestro país. Pero también de un interés en contar desde la libertad más radical. Siempre he querido ser actriz. A la dramaturgia llegué por la necesidad de contar desde mi punto de vista y, en cuanto a la dirección, es una apuesta meramente política. Las mujeres tenemos que ocupar los espacios que nos han sido (y siguen siendo) vetados. Yo he crecido sin referentes femeninos y eso me ha causado grandes problemas de inseguridad, autoestima y un síndrome de la impostora. No quiero que las que vienen detrás sufran lo mismo. El amor por el teatro y el sentimiento de injusticia (y supongo que también la utopía de construir una sociedad más justa) son lo que hacen que me levante cada mañana y saque las fuerzas de donde muchas veces no las hay para continuar.